Al presentar su último libro (Liderazgo. Seis estudios sobre estrategia mundial), Kissinger dijo que cuando era joven tuvo la osadía de creer que la historia tenía un sentido. Es cierto. La historia no ofrece más que laberínticos recovecos, fascinantes zigzagueos y sólo una que otra regularidad. El Medio Oriente, pero ante todo la eterna disputa entre judíos y palestinos, confirma tal aserto. Y, si bien toda crisis es distinta a la anterior, cada nuevo deterioro contiene una buena dosis de represalia ante lo ocurrido previamente. Justamente esa es una de las regularidades de la historia. La inevitable vendetta.

El permanente ánimo de desquite es la gran fuerza profunda del conflicto del Medio Oriente. Para entenderla hay que remontarse a aquello conocido como Operación Garibaldi.

Transcurría 1960 e Israel efectuó la primera de esas innumerables operaciones en el exterior que tanto asombro han provocado. Se trató de la localización, identificación y captura de Adolf Eichmann. Ocurrió en un apacible sector de Buenos Aires conocido como San Fernando. Allí, el antiguo oficial nazi –Sturmbannführer, una especie de jefe de unidad de asalto- había logrado esconderse con el nombre falso de Roberto Klement.

Luego vino la cuarta etapa del operativo, y quizás la más espectacular. El traslado sigiloso de Eichmann a Jerusalén. Allí se le juzgó públicamente y fue sentenciado a muerte. Su proceso mereció la cobertura magistral de Hanna Arendt. El caso se transformó en la fuente de su gran obra Eichmann en Jerusalén. Ahí, Arendt acuñó el concepto la banalidad del mal.

El caso motivó tremenda atención sobre lo ocurrido en la calle Garibaldi, número 6067, donde vivía Eichmann y donde se ejecutó su captura. Esa dirección pasó a ser un punto de culto. Visitado por curiosos y especialistas, civiles y militares, políticos y periodistas, analistas e intelectuales. Con Eichmann se inauguró la represalia política moderna.

Fundado en aquel impulso, las relaciones internacionales han ido aceptando de manera genérica el concepto retaliación. Un anglicismo que abarca ese amplio conjunto de instrumentos destinados a examinar las reacciones vengativas. Sean éstas individuales de un Estado o bien de tipo multilateral. El concepto engloba su naturaleza y praxis en las más diversas áreas. En la diplomacia, en las relaciones económicas, en incluso en temas deportivos, como las olimpíadas.

Con el paso del tiempo, la retaliación se ha ido refinando y complejizando. Especialmente al interior de las sociedades democráticas. Sin embargo, el espíritu babilónico de reciprocidad exacta continúa impregnando todo sentimiento de venganza.  Matices más, matices menos, el código de Hammurabi (la llamada “ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente”), se cuela por los intersticios de tal práctica. Hoy en día, Gaza no ha sido ajeno.

En su momento, el caso Garibaldi fue cuestionado jurídicamente, ante todo por la forma de la captura. Pero se terminó imponiendo el criterio de que el juicio se enmarcó en definitiva en las características propias de un estado de derecho. Fue público. Transparente en todas sus fases. Con defensa jurídica, pagada por el Estado de Israel. Veinte mil dólares fueron los honorarios del abogado, Robert Servatius, un penalista alemán, elegido por el propio acusado.

Las diversas etapas del caso Garibaldi invitan a darle una nueva mirada al tema de Hamas. Como se sabe, Israel optó nuevamente por la retaliación. Los bárbaros ataques terroristas perpetrados el 7 de octubre invitan a no cuestionar la naturaleza de la opción. Pese a ello, el país ha caído en un fango de críticas. No sólo por los llamados efectos colaterales de toda operación militar guiada por el sentimiento de venganza, sino también por asuntos muy confusos, como el mortífero ataque a un hospital, donde murieron centenares de personas. Probablemente todas inocentes. El manejo israelí, independientemente de quien haya ejecutado en realidad del acto, abrió el frente más peligroso que pueda tener un conflicto en el hoy el día de hoy. El de las narrativas.

La volcánica reacción, no sólo en el mundo árabe, ha terminado horadando cualquier narrativa, o simple explicación, que pueda dar Israel. Y es que Hamas está inserto a plenitud en la característica híbrida de esta guerra que parece infinita e insolucionable.

Es ahí entonces donde interesa una posible perspectiva eichmanniana.

En efecto, mirado en retrospectiva, la mayor controversia de la operación Garibaldi fue su cuarta etapa. Es decir, su captura y traslado a Israel. Por un lado, fue ejecutada por un servicio de seguridad de otro país, cumpliendo una orden judicial no emanada de un órgano argentino. Por otro lado, a las celebraciones del aniversario de la Independencia argentina de aquel año asistió el canciller Abba Eban, a cuyo avión, Eichmann fue llevado narcotizado y camuflado, simulando ser un piloto repentinamente enfermo. Es decir, fue el propio canciller quien se lo llevó a Jerusalén.

Pese al escándalo, todo se diluyó. Como se ha señalado, gracias al estado de derecho. Primó el impecable juicio llevado a cabo por la fiscalía general israelí. Eichmann fue juzgado en esas condiciones. Por eso, la operación Garibaldi se terminó convirtiendo en orgullo, pero igualmente en admiración. Urbi et orbi.  

Hoy, nadie cuestiona que la retaliación israelí en contra de Hamas se fundamente en la indignación ante un ataque que revivió los peores recuerdos de los pogroms y del holocausto. Sin embargo, su narrativa no calza con el espíritu de los tiempos -el Zeitgeist– de las sociedades occidentales. Y ese es su lugar de pertenencia política y cultural.

Mirado a la distancia, ¿qué diferencia puede haber entre los sanguinarios líderes de Hamas, como Mohammed Al-Deif Yoad, Abu Shamala, Zakaria Abu Maamar y Eichmann?, ¿qué lleva entonces a no priorizar la captura de dichos cabecillas y ponerlos ante tribunales, tal cual se hizo con Eichmann?, ¿cómo es esa imposibilidad de capturar a Haniya, quien aparentemente da las órdenes al interior de Hamas desde un exilio muy cercano geográficamente?

No cabe duda que Eichmann, y quienes planificaron dicha matanza en el sur de Israel, están unidos por una irrefrenable tendencia genocida. En palabras de Hanna Arendt, están poseídos por su “irreflexión total respecto a la maldad”. Curiosamente, el estado derecho israelí se comporta ante ellos de manera demasiado diferenciada.

Académico de la Universidad Central e investigador de la ANEPE.

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1 comentario

  1. Excelente artículo Ivan. ¿Es factible realmente ubicar, detener y someter a juicio a los líderes de Hamas para detener la espiral de venganza? Ojalá alguien tenga la respuesta.

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