Hay reconocimientos que pueden ser esquivos. A Sol Serrano el Premio Nacional de Historia se le escapó de las manos dos veces. Pero este año sus reflexiones sobre la formación de Estado en el siglo XX y la historia de la educación fueron celebradas por unanimidad.

Ella, emocionada por el galardón, se sintió como una “hija amada de la República” a la que tozudamente trata de interpretar, y de la que también ha sido partícipe en instancias como el Consejo Asesor Presidencial para la Educación, la Comisión de Formación Ciudadana del Ministerio de Educación o el Consejo de Fondecyt. Así como en el rescate de archivos de establecimientos educacionales públicos.

Sol Serrano es licenciada y doctora en Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Master of Arts de la Universidad de Yale y profesora del Instituto de Historia de la PUC. Después de escribir «Universidad y nación; ¿Qué hacer con Dios en la República? Política y secularización en Chile (1845-1885)», y «El Liceo. Relato, Memoria, Política», ahora encamina sus esfuerzos en narrar la historia de la Concertación, junto al sociólogo Eugenio Tironi.

-¿Se esperaba este reconocimiento?

-Si uno postula es porque, de alguna forma, se tiene la ilusión, pero tenía siempre muchas dudas. Tenía la impresión de que no me lo iba a ganar porque con un premio nunca se sabe, eso depende siempre del jurado, y uno no sabe lo que piensan. Además que ya había perdido dos veces.

-Después de 44 años de existencia, por primera vez el Premio Nacional de la Historia es para una mujer. ¿Cree que existía una deuda del mundo académico con las mujeres?

-Hay un reconocimiento porque hay una masa crítica de mujeres. Este reconocimiento es muy simbólico. El hecho de que las mujeres no estuvieran daba a entender que no había mujeres contando la historia y, sin embargo, hay. Sobre todo hay muchas en las nuevas generaciones y eso es muy importante.

-Usted ha escrito: «Creo que la política abandonó el relato histórico de sí misma». Entonces, ahora, ¿a quién le corresponde contar la política?

-Una cosa es la historia política y otra el relato histórico de la política. El segundo es cómo se sitúa la política en un tiempo largo. Cómo se interpreta a sí misma en los distintos proyectos, desde una construcción de larga data. Entonces, es como que la historia no está en el discurso. Pareciera que el país nació en el 73. Pareciera que una narrativa histórica es una narrativa desde un país que se ha ido construyendo de acuerdo a ciertos patrones y con ciertos problemas. Esa mirada creo que la hemos ido perdiendo en una especie de futurismo que no tiene espesor, porque no se funda en una mirada profunda del pasado.

-¿Y esa mirada se ha trivializado?

-No lo sé. No me atrevería a decir tanto. Más bien siento su ausencia.

Pareciera que el país nació en el 73. Pareciera que una narrativa histórica es una narrativa desde un país que se ha ido construyendo de acuerdo a ciertos patrones y con ciertos problemas».

-Porque el país empezó a narrarse en 1973…

-Es claro. Esa es la fecha y el hito histórico que todavía nos divide, y es todavía muy controversial; pero el tema de la dificultad de tener un relato histórico pasa en general en toda la política del mundo. Es un fenómeno mundial que tiene que ver con que todo gran proyecto político tenía a su vez un relato histórico, que le daba fundamento. Pasa que en otros países eso tiene más espesor que el que ha tenido el de nosotros.

-Pero al final lo que reciben las nuevas generaciones es ese relato histórico; y la historia siempre la cuenta el ganador.

-Creo que ahora es menos así. Hay muchas nuevas voces que han salido en la historia que antes estaban efectivamente muy ocultas, pero también uno piensa que hemos tenido ganadores y perdedores distintos a lo largo de la historia. Hay muchas más voces hoy en día. Sí, la historia la han contado los vencedores, pero creo que en la actualidad podemos tener un relato histórico mucho más multifacético. Hay que distinguir el relato histórico de la política con la historiografía. Son dos funciones distintas. La historiografía estudia analíticamente el pasado en base a evidencias y la interpreta. Busca darnos una auto comprensión de nosotros mismo, no solamente como país, sino como humanidad. Otra cosa es cómo la política organiza o encarna una comunidad cívica que se entiende y se ve a sí misma como parte también de una construcción histórica. Una puede alimentar a la otra.

-La pregunta que la obsesiona: «Cómo se crean los vínculos políticos modernos en un Estado y en una democracia representativa”. ¿Ha encontrado respuesta? En especial considerando la mala evaluación general de los partidos, la política y las instituciones?

-Tenía interés de entender justamente por qué habíamos perdido toda razón de una forma de convivir, que fue la ruptura del 73. Y entonces llego a una etapa que se me redondea después de toda mi vida: cómo se creó efectivamente una cultura y una práctica política en los sectores más ilustrados y cómo se fueron organizando los distintos movimientos sociales en su participación en el espacio público, a la vez que tuvimos una segmentación social muy compleja y muy explosiva. Creo que logro entender ahora cómo la educación fue construyendo las distintas estructuras de cohesión social y a la vez de segmentación social.

Sí, la historia la han contado los vencedores, pero creo que en la actualidad podemos tener un relato histórico mucho más multifacético».

-¿Qué fue más fuerte: la cohesión o la segmentación?

-Depende de los períodos. A la segmentación social se le agregan proyectos ideológicos muy complejos, y compresiones muy distintas de lo que es la democracia.

Creo que logro entender ahora cómo la educación fue construyendo las distintas estructuras de cohesión social y a la vez de segmentación social».

-Memoria e historia estuvieron en el centro de la polémica en las últimas semanas. Usted ha explicado que la historia alude a los hechos, la memoria a los juicios morales sobre esos hechos. ¿Qué tanto de uno y de otro debe haber en un espacio como el Museo de la Memoria y, ahora, el Museo de la Democracia? ¿Deben tener la misma concepción?

Creo que el Museo de la Memoria tiene un sentido moral. El recuerdo del pasado allí tiene una función moral que es que la violación de los Derechos Humanos no vuelva a repetirse. Pero, por otra parte, hay una discusión historiográfica que trata de entender qué fue lo que pasó en el 73 en un sentido amplio. Eso es algo que hace la historiografía y que hacen todas las disciplinas de las ciencias sociales y de las humanidades. Es mucho más analítica y nos ayuda a formar una conciencia histórica, comprender lo sucedido y asimilarlo. En la mitad está la museografía, que es una interpretación que deja mucho más abiertas las conclusiones de los espectadores. Le da instrumentos para su propio análisis. Es otro lenguaje.

-¿Hay espacio para historiografía en la museografía?

-La museografía necesariamente necesita la historiografía, pero son lenguajes distintos. La museografía no es un libro que convierte el pasado en objetos.

Hay una discusión historiográfica que trata de entender qué fue lo que pasó en el 73 en un sentido amplio».

-Usted está en un nuevo proyecto sobre la historia de la Concertación. ¿Cómo se puede valorar ese proceso, cuando se trata de un ciclo que recién terminó?

-Por eso mismo. Se me ocurrió emprender esta tarea precisamente porque terminó y el interés viene porque ya es un fenómeno completo. Se cumplió un ciclo y lo fascinante es estudiar ese ciclo.

-¿Cómo apartarse de los juicios de valor que hay ahora sobre la Concertación, siendo que es un proceso tan reciente?

-La historia no es un tribunal. No juzga. La historia interpreta y por eso todos tenemos también interpretaciones distintas, pero a la vez tienen que estar basadas en las evidencias y no solamente en supuestos ideológicos.

-¿Cuál es su opinión cuando ahora muchos de quienes formaron parte de ese proceso reniegan de ella? ¿O jóvenes que recién entran en la política, como el Frente Amplio, la critican duramente?

-Por eso estamos haciendo la historia. Para contestar esas preguntas, no parto con a prioris.