Es inaceptable que en menos de una semana, tres homicidios ocurran en plena vía pública en nuestra ciudad capital. Común denominador: las victimas y victimarios serían extranjeros.

Lo anterior es un signo abrumador del estado lamentable en que se encuentra nuestro país. El narcotráfico se adueña cada día más de los barrios y la delincuencia se toma las calles ante los agentes del  Estado y su justicia persecutora que aparecen maniatados -cuando no amenazados o atemorizados, vaya uno a saber- por el accionar de bandas internacionales y también nacionales, empleando una violencia brutal que no conocíamos y que tienen atemorizada a la población.

Es un Chile que no reconocemos. La llegada de miles de inmigrantes ha sido beneficiosa cuando de personas honestas y trabajadoras se trata, pero ha sido funesta cuando, entre aquellas, han ingresado al país cientos de avezados delincuentes y sicarios, que sin control alguno, tienen al norte y a otras regiones del país como testigos y víctimas de una delincuencia brutal que era desconocida en Chile, y que solo se explica, por la llegada de los narco-delincuentes provenientes de otras latitudes. Nuestros narcos eran delincuentes-traficantes, los foráneos son delincuentes-asesinos. La mezcla de ambos, terminó siendo letal. El sicariato y los ajustes de cuenta, dan cuenta de aquello.

En el actual estado de cosas, todo hace prever que nos estamos desmoronando como sociedad, dejando de ser el país tranquilo que éramos. Hoy, todos tememos ser asaltados o violentados en nuestros hogares o al salir a las calles. La autoridad policial advierte su asombro ante el aumento de secuestros, otra práctica delincuencial que era poco habitual en nuestro país.

¿Podemos seguir así? Chile desbordado por la delincuencia está en el punto de inflexión de ser  considerado como un país riesgoso y peligroso, y eso representa un dardo al corazón para su desarrollo.

Urge que el gobierno haga la tarea y proceda a la expulsión inmediata del país de todos los inmigrantes que registran antecedentes penales por graves delitos cometidos en sus países. Arriba de un avión y fuera, sin contemplación alguna.

Urge que la justicia, también sin remilgos procesales, deje de dar amparo a quienes habiendo delinquido en su país de origen, hoy delinquen impune y gravemente en el nuestro, a vista y paciencia de los transeúntes.

Urge que la sociedad chilena con toda su institucionalidad le declare la guerra a la delincuencia, se dote a las policías de las herramientas eficaces para este combate y que el mundo político también se haga parte en esta lucha, dictando leyes penales y procesales eficaces, muy duras, no de corte garantista extremo, para el agresor que amenaza y destruye la convivencia social, hoy golpeada brutalmente por una violencia criminal nunca antes vista. Es la hora de las víctimas desamparadas por el Estado.

Al crimen se le combate con armas poderosas, que deben ser empleadas. Sin ellas, el crimen terminará doblegando a una sociedad que no se merece vivir el drama que estamos soportando a diario todos los chilenos.

La lucha frontal contra el crimen organizado, provenga de acá o desde otras latitudes es la principal urgencia que reclama Chile a quienes detentan el poder político, y los demás poderes. No enfrentarla con decisión y firmeza terminará ahora por incendiar el alma de nuestra sociedad.

El actual estado de cosas, no da para más.

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