En el Día Internacional de la Mujer no puedo evitar referirme a la exposición que Irina Karamanos, la excoordinadora sociocultural de la Presidencia, realizó en el cierre del Encuentro Internacional Feminista llevado a cabo en Madrid a fines de febrero. Y debo comenzar por decir que, al escucharla, me sentí trasladado a ciertos penosos episodios de mi juventud. Ello porque, no obstante que “entre líneas” pude captar algunos de los objetivos de su discurso, con los cuales concuerdo, lo cierto fue que entendí bien poco lo que dijo. Casi como si hubiese hablado en alguno de los otros idiomas que domina, además del castellano, según informó la prensa que dio cuenta del evento.
Y es que una de las situaciones que más me mortificó en mi ¡ay! ya lejana juventud, fue tener que lidiar con textos que no podía comprender pero que me sentía obligado a tratar de entender. Era la época en que los jóvenes izquierdistas y más aún si teníamos pretensiones intelectuales, leíamos a autores como Louis Althusser, Nicos Poulantzas, Christian Palloix o Arghiri Emmanuel -para mencionar solo a los que escribían en francés- ya fuera para mencionarlos como al pasar en alguna conversación o para criticarlos quienes eran más audaces.
El problema es que esos textos, que yo leía en traducciones al castellano, aunque no creo que los originales en francés hayan sido mejores, eran prácticamente incomprensibles. Escritos al parecer justamente para no ser entendidos y, de ese modo, incrementar la fama de eruditos innovadores o de pensadores profundos, de sus autores, los textos abundaban en neologismos inexplicados y en malabarismos de lenguaje ininteligibles en cualquier idioma.
Dominaron el escenario intelectual mundial por lo menos por dos décadas, tal como lo hacen los intelectuales identitarios hoy día. En su caso, innovando o interpretando hasta el infinito el marxismo, polemizando entre ellos y elaborando en cada texto teorías instantáneas que reemplazaban en el siguiente texto o simplemente olvidaban. En una conferencia dictada por Christian Palloix en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México, se le preguntó por un nuevo concepto que él había introducido en un artículo y que había provocado una viva polémica entre académicos mexicanos; su reacción fue primero de extrañeza al oír el concepto y luego, con gran desparpajo, reconoció que no recordaba cuándo lo había escrito ni qué había querido decir con él.
Lo notable es que en ese momento tantos cayéramos, como otros siguen cayendo hoy, en el embrujo de la frase incomprensible o de la nueva idea, sin reparar en que en muchos casos se trataba de lugares comunes o incluso de ideas sensatas, pero dichas de una manera que rindiera beneficios a la supuesta inteligencia del autor o autora. O también era posible que algunos de esos autores tuvieran en sus cabezas la misma confusión que reflejaban en sus libros y que nosotros confundíamos con profundidad. Después de todo, a Althusser se le diagnosticó en 1947 un desequilibrio mental que lo llevó a pasar buena parte de su vida entrando y saliendo de hospitales siquiátricos y en 1980 asesinó a su esposa, aunque no fue condenado por ello justamente por su estado mental; Poulantzas, por su parte, se suicidó en 1979 siempre fiel a la idea que debe haber tenido de sí mismo, pues se arrojó al vacío desde el edificio más alto de París en ese momento (la “Torre de Montparnasse”) … y abrazado a sus libros.
Pero también cabe la posibilidad de que en mentes “complejas”, desquiciadas o no, el lenguaje enrevesado e incomprensible sea considerado una forma de rebeldía o aun de lucha en contra de dominaciones de distinto tipo.
Enrique Krauze menciona en su libro Spinoza en el Parque México que, hablando de Theodor Adorno, Herbert Marcuse -esta vez alemanes ambos- había llegado a decir que a veces resultaba incomprensible, pero lo disculpaba diciendo que era tal el control y la manipulación del lenguaje en la sociedad capitalista que para contrarrestarlo se debía romper la sintaxis, la gramática y el vocabulario.
Esa misma ruptura de la sintaxis o llanamente destrucción del lenguaje es la que practican actualmente los seguidores de políticas identitarias, entre ellos Irina Karamanos. Las jerigonzas y los dialectos especializados, comprensibles solo por otros practicantes de la identidad asumida (de género, étnica, de orientación sexual, vegana, ecologista, de amigos de la bicicleta y un largo etc.) tienden a separar a quienes abrazan tales identidades del resto de los mortales, a convertirlos en personas dotadas de una característica y una moralidad que -y están convencidos de ello- los hace superiores al resto.
La importancia que han llegado a desarrollar las políticas identitarias (recordemos el proyecto de Constitución rechazado el 4-S), han significado que esos dialectos especializados estén inundando distintas esferas culturales y aun el lenguaje común.
La presentación de Irina Karamanos en Madrid es una expresión de ello. Por eso cabe preguntarse: ¿será consciente la excoordinadora sociocultural de la Presidencia de que, con su lenguaje, lejos de poder explicar y ganar consciencias para una causa tan justa como la que expresa el feminismo, sólo lo aísla y lo convierte en una experiencia esotérica, practicada exclusivamente por gente como ella, de su mismo medio social, de su misma área de actividad y condición intelectual. Que la aísla y que incluso puede provocar el rechazo de las masas de mujeres a las cuales, en los términos correctos, ese mensaje debería estar dirigido.
Es posible que, como explicaba Marcuse con relación a Adorno, Karamanos crea que es su obligación utilizar ese nuevo lenguaje, ese alud de neologismos y nuevas teorías con que nos confundió a muchos que escuchamos su presentación, como una forma de lucha en contra de la dominación patriarcal. Si es así, está totalmente equivocada. Con esa actitud no va a ganar adeptas para su causa y probablemente ni un solo adepto, lo que seguramente sí conseguiría si hablase con el lenguaje claro con que cientos de otras feministas son capaces de expresarse en el mundo entero. En el Día Internacional de la Mujer se puede decir con toda seguridad que las mujeres chilenas no se merecen eso.
Para relacionarse con sus actuales adeptas y con quienes quiera agregar como adeptas le pueden servir las palabras de Ortega y Gasset, que todos quienes hablan y escriben debieran siempre tener presentes: “La claridad es la cortesía del filósofo”.