No ha causado el horror o la indignación que debería la muerte de 14 personas en Coronel, producto de un incendio que consumió bienes y personas. Un verdadero drama que en otros tiempos o lugares habría generado una tremenda conmoción, una discusión pública profunda y quizá una reorientación de las prioridades, hoy se limita a unas cuantas notas y declaraciones que lindan con la indiferencia.
Vamos a los hechos. El pasado lunes 6 de noviembre ocurrió un incendio en una toma en Coronel, producto del cual fallecieron 14 personas: entre ellas, ocho eran niños entre 4 y 13 años. Según los datos recogidos, al comenzar el incendio las personas se fueron al fondo de la casa, quedando atrapados y siendo devorados por el fuego. Adicionalmente, se sabe que nadie escuchó gritos de auxilio. La situación se agravó, ya que al no existir grifos ni calles, el combate del incendio por parte de los bomberos fue mucho más difícil. El resultado fue dramático, vergonzoso y fatal.
El acontecimiento coincidió con el fin de los trabajos del Consejo Constitucional y fue tema en la sesión de clausura del órgano. La presidenta de la entidad, Beatriz Hevia dijo: “Si queremos resultados distintos no podemos seguir haciendo lo mismo para enfrentar la pobreza extrema y el abandono. Es deber del Estado y del Gobierno actual, actuar ya”. Aprovechó la oportunidad para destacar que Chile sufría una “grave crisis social” en el ámbito de la vivienda. Para el Presidente Gabriel Boric, parte del problema se refiere a cómo Chile trata a los inmigrantes: “La humanidad y el respeto a los derechos de todas las personas por el solo hecho de ser humanos es lo que nos debe inspirar”. Sean convicciones profundas o palabras de buena crianza, en ninguno de los casos el gobernante logra enfrentar adecuadamente la pobreza, la vida en los campamentos, los eventuales incendios y sus resultados de destrucción y muerte.
Me parece que ha sido el nuevo arzobispo de Santiago, monseñor Fernando Chomalí, quien mejor ha dado el tono del problema que muestra el incendio y las muertes del sur de Chile: “Rabia, impotencia, indignación, dolor, pena, mucha pena se experimenta cuando mueren niños y adultos en un incendio voraz”. A lo anterior, el prelado sumó la “vergüenza, porque el imperio de la desidia es la causa de estos incendios previsibles y evitables si las personas en extrema necesidad tuviesen más apoyo y más acogida de parte de las autoridades” (Ver “Lampedusa, el Norte de Chile y Coronel”, La Estrella, 8 de noviembre de 2023). Sin embargo, el llanto debe traducirse en un compromiso aún mayor.
En esta noticia triste y dramática se reúnen algunos de los principales problemas sociales de Chile en los últimos años. El primero es la pobreza, incluso la miseria, en la que viven miles o cientos de miles de personas en la actualidad en el país. En las últimas décadas del siglo XX la superación de la pobreza representó un desafío fundamental de la sociedad chilena. Sin embargo, durante este siglo XXI hubo un cambio de prioridades, que en la práctica detuvieron los avances de esta tarea e incluso se han visto signos de regresión, en buena medida marcado por la mediocridad de la evolución de nuestra economía.
El segundo aspecto que ilustra esta tragedia es la realidad y las condiciones de vida en los campamentos, que se caracterizan por el hacinamiento, las malas condiciones materiales de “construcción”, la inestabilidad, la falta de servicios y las débiles perspectivas hacia el futuro. Adicionalmente, en los últimos años se advierte un crecimiento inorgánico y peligroso de los campamentos que, en la práctica, ha hecho subir el número de familias viviendo en ellos, de unas 26 mil en 2010 a más de 100 mil en la actualidad. En la práctica, esta precariedad solo ilustra el grave problema de la vivienda en Chile, que vive uno de sus peores momentos en décadas y sin claridad sobre su eventual solución en el corto o mediano plazo.
El tercer factor presente en las muertes producidas en el sur dice relación con la inmigración descontrolada que ha existido en los últimos años, agravando una serie de problemas que la sociedad chilena no ha sido capaz de resolver: el acceso a una atención oportuna de la salud, la mala calidad de la educación y, por cierto, el mencionado tema de la vivienda. El problema es que existan personas que aspiren a vivir en Chile, lo que debería ser un símbolo de orgullo, pero que en la práctica se vuelve una fuente de problemas. En la práctica, debemos reconocer que Chile ni siquiera es capaz de atender si quiera a su propia población para entregar servicios de educación de calidad, una salud digna y sin interminables listas de espera o la obtención de una vivienda adecuada, que constituye una legítima aspiración de las familias.
En otras palabras, la falta de desarrollo económico se ha traducido también en una carencia de progreso social, perjudicando la calidad de vida de los chilenos y de los cientos de miles de inmigrantes que se trasladaron al extremo sur del continente en busca de mejores condiciones de vida. Al menos catorce de estos encontraron la muerte en circunstancias de gran dramatismo e inhumanidad. Como suele ocurrir, cuando suceden estas cosas se puede producir cambio de rumbo o la búsqueda de arreglos en aquellas zonas fallidas. Sin perjuicio de ello, es probable que en este caso estemos frente a uno de esos en los cuales la indolencia termine venciendo al sentido de urgencia, en tanto año a año crece la inmigración ilegal, el déficit de viviendas, las familias habitando en los campamentos y las personas sin trabajo formal. Desde hace mucho rato que se requiere un cambio que retome el camino del desarrollo y anime un genuino progreso social.
La noticia de la muerte de catorce personas en el campamento en Coronel apareció en diferentes medios de América Latina y de Europa. Ello representa un llamado de atención y una vergüenza, para un país que se caracterizó durante algún tiempo por hacer las cosas bien, obteniendo logros económicos y mejoramiento de índices sociales. A fuerza de errores y torpezas, Chile ha descendido en numerosos ámbitos que han hecho decaer la calidad de vida de la población e incluso ponen en riesgo la vida de compatriotas e inmigrantes. Para efectos prácticos, son vidas humanas y eso solo debería bastar.
Sin embargo, no son tiempos fáciles. Las prioridades están equivocadas, hay vacío de liderazgo y contamos con un Estado que viene siendo, lamentablemente, uno de los agravantes del problema y no un factor de solución. Dar vuelta el partido no será tarea fácil, y seguramente en el camino debamos seguir enfrentando dramas y miserias que, ojalá, no tengan esa comunidad de fuego, muerte y vergüenza que hoy nos ha recordado qué frágiles son las sociedades que hacen mal las cosas, repetidamente, durante mucho tiempo.
No llega al fondo del alma, hace rato dejamos el alma y somos animales en dos patas, hablando incoherencias y estupideces, y haciendo lo mismo….acciones incoherentes y estúpidas