En los últimos años, los fenómenos populistas han tomado especial relevancia en Latinoamérica, invadiendo nuestra región con autoproclamados gobiernos revolucionarios que llegan a imponer un mismo esquema: anular paulatinamente a la oposición, corromper las instituciones, sobornar o censurar medios de comunicación y, lo más grave, imponer un desbalance ante el necesario -y casi olvidado por muchos- equilibrio que debe existir entre los poderes del Estado para defender una democracia real.

Este esquema llega lleno de júbilo y promesas desde un mesías lleno de “folclor”, carisma y aires de cambio con un discurso que apunta a poner fin a la ineficiencia de quienes han estado en el escenario político hasta hoy. Tiene esa habilidad de autoproclamarse salvador, convirtiendo lentamente la figura de un Presidente -legitimado por una elección- en un caudillo que se encuentra mas allá de la ley, al mejor estilo de Luis XIV, pues termina convirtiéndose en el Estado, y por tanto sólo puede actuar de acuerdo a su voluntad e interés, en una especie de “democracia” imperial, y con un don que se contrapone al otorgado al rey Midas, pues todo lo que toca lo marchita y lo destruye.

El populismo constituye aquel concepto complejo que nace de la angustia y la crisis, se alimenta de la desesperanza y se desarrolla a partir del debilitamiento de las estructuras de los partidos políticos y principalmente de su falta de credibilidad ante la opinión. Se manifiesta de formas inesperadas, donde la constante es el falso mesías que se muestra como el salvador de la democracia, el gran reivindicador de las clases marginadas que, a base de sofismas, engaña a poblaciones desmoralizadas, cansadas y en dificultad, ofreciendo soluciones milagrosas a complicados problemas, llevando a la sociedad, atontada por su encanto, al colapso. Sin exagerar constituye una enfermedad que se extiende del mismo modo que un cáncer, que ataca silenciosamente el cuerpo hasta el punto de invadirlo por completo y asesinarlo sin compasión.

En América Latina el fenómeno tomó fuerza en Venezuela, a finales de los años 90, bajo la figura de un militar de perfil izquierdista de nombre Hugo y de apellido Chávez, dueño de un discurso agresivo que alimentaba el resentimiento y la lucha de clases. En medio de una crisis económica y el desprestigio de los partidos políticos encontró el caldo de cultivo ideal para forjarse y tomar fuerza entre las bases populares y ante la mirada impávida y muchas veces complaciente de gran parte de la dirigencia del país.

Chávez ganó las elecciones en 1998, inició su revolución bolivariana implementando un “nuevo socialismo” de corte cubano, posicionó el modelo a partir del despilfarro de la renta petrolera –cuando se vivía la mayor bonanza en los precios de crudo de la historia- y regó a base de la chequera de Venezuela su revolución por todo el continente, comprando aliados y aterrando detractores.

Mientras algunos pensaban que era un problema coyuntural, que el impacto sería momentáneo, que Venezuela jamás seria Cuba y que Chávez no sería Fidel, se permitió que el nuevo dictador acelerara su revolución y profundizara su régimen cercenando derechos civiles, aplastando a la oposición y pulverizando las instituciones democráticas.

Se han cumplido 16 años de chavismo, y Venezuela -con su nuevo dictador Nicolás Maduro, heredero político de Chávez- se parece cada vez más a Cuba, con un sistema corrupto, abusador y asesino que clausura medios de comunicación, mata estudiantes, encierra contradictores y desangra al Estado, pero que se niega a caer y promete sangre y dolor antes que reconocer su fracaso, mientras sus amigos prepagados en el continente guardan un silencio cómplice.

Sin embargo, el colapso no ha sido argumento para que el chavismo renuncie a su naturaleza expansionista, y lo que parecía ser un problema de América Latina o de países subdesarrollados superó las fronteras y se manifestó en Europa, bajo la presentación del movimiento Podemos en España, fundado por quien fuera asesor de Chávez, el Señor Pablo Iglesias. Podemos surge como la sorpresa electoral en el país Ibérico, con aparente financiamiento proveniente del régimen venezolano y un discurso cargado de odio, resentimiento y agresividad contra el actual bipartidismo, convirtiéndose en la voz del pueblo. Este partido podría ganar las elecciones generales e implementar un régimen similar a los que Europa conoció décadas atrás pero al parecer ha olvidado.

De ganar Podemos, el populismo engendrado por Hugo Chávez habrá logrado cruzar el Atlántico y germinar en Europa, habiendo ya contaminado Latinoamérica y el Caribe, y se dispondrá, tal como sucedió en 1998 en Venezuela, a sorprender a un pueblo confundido y agobiado por la crisis y a llevarlo a un punto de difícil retorno, donde la miseria y el totalitarismo constituyen el menú del día.

Total, amanecerá y veremos. Lo cierto es que, gracias al chavismo, el petróleo pasó a un segundo plano y hoy por hoy el populismo es el primer producto de exportación venezolano.

 

David Valencia, Presidente de Nuevas Generaciones del Partido Conservador de Colombia.

 

 

FOTOS: SEBASTIAN BELTRAN / AGENCIA UNO

Deja un comentario