Las últimas semanas, después de leer distintas noticias, terminé preocupado por cierto hilo conductor que intuía en ellas, pero no sabía explicar. Todas referían a cuestiones relacionadas, de alguna u otra manera, con el ejercicio de la sexualidad: la influencia de la IA en la reproducción asistida, la disminución del embarazo adolescente por uso de anticonceptivos, el descenso de la natalidad y las razones ecologistas, el maltrato y abuso sexual contra menores de edad en redes sociales, los peligros de los tratamientos transafirmativos en menores de edad, la creación de un barrio rojo en Santiago, la tendencia al alza de la aceptación social del aborto bajo cualquier circunstancia de la encuesta Bicentenario UC, el ideológico fallo del Tribunal Constitucional sobre la educación no sexista, la preferencia por los AUC en lugar de los matrimonios y el aumento de madres solteras.

Existen ciertas ideas comunes entre algunas de ellas. La primera está relacionada con las consecuencias de la liberalización sexual (prostitución y uso de anticonceptivos); la segunda, con el abuso y mal uso de la tecnología (técnicas de reproducción asistida, abuso sexual en redes sociales y tratamientos transafirmativos); y la tercera, consiste en los efectos sociales (menos matrimonios y más AUC, aceptación social del aborto, descenso de natalidad, educación sexual ideológica y crianza de niños sin padres).

Los más liberales y progresistas de izquierda y derecha dirán que no es motivo de preocupación, sino de alegría. Son los “avances civilizatorios” de la Modernidad, y estamos en el siglo XXI. Pero hay un desorden y es imposible no verlo.

El invierno demográfico ha llegado a Chile y no sabemos cuánto durará. Revertirlo requiere de una política coherente que enfrente un escenario cultural adverso. Así, por un lado, sería inconsistente que el Ministerio de Desarrollo Social y Familia promoviera un aumento de los nacimientos, mientras el Ministerio de la Mujer intenta avanzar en la aceptación social del aborto.

Pero no basta con que nazcan más niños, sino que se requiere que sean criados y educados en el mejor entorno posible, que es el matrimonio compuesto por un hombre y una mujer, preocupados por la educación de sus hijos. Si la familia es el núcleo fundamental de la sociedad y el matrimonio es la base principal de la familia, debería gozar de preferencia en su protección y promoción. Esto se refleja en los indicadores de menor pobreza, menor riesgo de deserción escolar y mejor desempeño escolar. Choca con lo anterior, la tendencia al aumento de los AUC y de disminución de matrimonios, considerando la mayor facilidad para romper el vínculo que tienen los primeros así como el daño para los hijos de las madres solteras que recurren a las clínicas de fertilidad y que crecen sin un padre. En este último caso, el derecho de los padres a tener un hijo -un “embrión de buena calidad”- refuerza que el problema de la natalidad se trate en términos “técnicos”, de política pública o estadística, sin considerar que se trata de un ser humano.

Por último, no sabemos las consecuencias que tendrá la forma en que se han educado las generaciones desde el 2000 en adelante. Las ideologías identitarias ya han demostrado sus efectos en desacreditar el matrimonio al proponer una alternativa más cómoda al difícil compromiso que lo involucra, en desincentivar la procreación y cuidado de una nueva vida por la conservación de plantas y animales, y en debilitar la autoridad de los padres por ser “adultocéntrica” y atentar contra los “derechos” de las “niñeces”. La tecnología de los últimos años ha significado para los niños un encierro en sí mismos, expuestos a la pornografía, bullying y toda clase de material sin control. Los niños y jóvenes han sido educados en un mundo de derechos y no de deberes, de exigir y no de ser responsables. Y esto ha llegado a la locura de considerar normal, e incluso a promocionar, que se medique, muchas veces de forma irreversible, y mutile a los niños que se autoperciben del sexo opuesto, aun sin evidencia científica.

Está claro que los slogans “sexo sin compromiso” y “mi cuerpo, mi decisión” han pasado la cuenta, pero no podía ser de otra manera. La siembra fue persistente, y la cosecha ha sido abundante. Y aun así, a pesar de todo, el matrimonio, la familia y la sana educación siguen existiendo y sorteando, consciente o inconscientemente, cada nuevo escollo que aparece. Hay esperanza.

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