La relación del cine con el suicidio es de larga data. Tan larga que incluso en Wikipedia existe una sección dedicada especialmente a títulos que dicen relación con este tipo de temáticas. Contiene más de 80 páginas. Suicidios emblemáticos como el de “Thelma y Louise” (1991), de adolescentes en “Las Vírgenes Suicidas” (1999) de Sofía Coppola, o cuando constituye un hecho decisivo, un punto de inflexión en la trama al estilo de “La Sociedad de los Poetas Muertos” (1989). Y ahora que Netflix irrumpe en gran parte de los hogares, el papel de “13 Reasons Why” -con su recién estrenada tercera temporada- ha sido tan controversial que incluso estudios científicos han relacionado la serie con un alza en las tasas de suicidio imitativo, al describir explícitamente el método utilizado. Para los especialistas, el suicidio, ese “acto deliberado de quitarse la vida”, es individual pero también puede ser considerado como un hecho social.

El suicidio (literalmente matarse a sí mismo, según el origen latino de la palabra) está rodeado de un aura de misterio y también de morbo. Ha sido un tópico presente por siglos en la literatura. En la Edad Media era considerado pecado mortal. Dante le dedicó uno de los peores cantos del Infierno. Dos siglos después, en el XVI, aparece con fuerza el suicidio por amor y ya no hay un juicio moral, lo que importa es la dignidad. Las obras de Shakespeare están plagadas de suicidas -en catorce, de acuerdo con Al Alvarez, se contabilizan ocho-  y solo a Ofelia se la condena eclesiásticamente mientras Romeo y Julieta son ensalzados.

Poco a poco el acto privado deja de ser un crimen imperdonable y pecaminoso. Para Balzac constituía un dogma romántico: “Tal es nuestro destino: matar la emoción y así vivir hasta viejos, o aceptar el martirio de las pasiones y morir jóvenes”. Sin embargo el más claro ejemplo de lo que la literatura puede llegar a producir es lo que sucedió con la novela “Las Tribulaciones del joven Werther” de Goethe. Poco después de su publicación en 1774, cerca 40 jóvenes imitaron la muerte del protagonista, vistiéndose a su usanza e incluso llevando una copia del libro en el bolsillo. Suicidarse ahora era incluso elegante y el libro fue prohibido en gran parte de Europa. Como dice Al Alvarez en su ensayo  “El Dios Salvaje”, “para los jóvenes románticos que imitaban a sus héroes pero no tenían las dotes de ellos, la muerte era ´la gran inspiradora´y ´el gran consuelo´”.

En 1974 David Phillips acuñó el término “efecto Werther” para definir el efecto imitativo de la conducta suicida. Si bien nace teniendo como referente una novela, éste está lejos de limitarse a la literatura, especialmente ahora que la lectura cedió terreno a los medios audiovisuales. Debido a la penetración del cine, la televisión y las diversas plataformas que emiten contenidos, no es de extrañar que la OMS recurra a Hollywood en busca de ayuda. Para esto elaboró una guía sobre el suicidio destinada a orientar a los ejecutivos para que consideren en sus trabajos las diferentes ópticas que se relacionan con este acto. En palabras de Alexandra Fleischmann, ejecutiva de la OMS, “estudios científicos en torno a películas y programas de televisión muestran que cuando éstos presentan detalles de suicidios, hay quien intenta imitarlos, como ocurre cuando aparecen en la portada de un diario”.

El efecto Papageno busca que la persona que tiene ideas suicidas reciba compasión y empatía y que los mitos en torno a este acto desaparezcan.

El cine no tiene por qué ser un agente que incita al suicidio, sino que puede constituir una herramienta que tiene una invaluable capacidad para mostrar el mundo de los personajes, sus sentimientos e incluso determinados detalles. Todas las historias pueden contarse. La diferencia está en cómo abordarlas.

Cerca de 800.000 personas, una cada cuarenta segundos, se quitan la vida cada año en el mundo, por eso la importancia de dar una “imagen distinta” del suicidio. En Chile la tasa de suicidio por 100.000 habitantes es de 10,6, por sobre el promedio mundial de 10.64. Los grupos jóvenes entre 20 y 29 años -tanto en hombres como mujeres- son quienes más han incrementado sus tasas y en este segmento la muerte por suicidio ocupa el segundo lugar después de los accidentes y violencias no autoinfligidas.

Sin duda la OMS decidió enfrentarse al “efecto Werther” apelando al “efecto Papageno”. Nombrado así por Papageno, personaje de la opera “La Flauta Mágica” de Mozart, quien abandona la idea de suicidarse gracias a que tres espíritus infantiles le recuerdan las alternativas a la muerte. Posteriormente Papageno se reencuentra con su amada Papagena y juntos forman una familia llena de hijos.

Es aquí hacia dónde está apuntando el llamado a Hollywood. Pretender no hablar del suicidio resulta utópico y, por sobre todo, un error. El manejo adecuado de estas temáticas ayuda a la prevención y a establecer un diálogo más abierto. El suicidio no constituye un tabú, pero tampoco es la noticia escandalosa, el morbo, la mejor salida ni un sueño romántico. El efecto Papageno busca que la persona que tiene ideas suicidas reciba compasión y empatía y que los mitos en torno a este acto desaparezcan.

Quienes se suicidan no quieren morir y los sentimientos que experimentan hacia la muerte son ambiguos. De acuerdo con el siquiatra Alejandro Koppmann, lo que realmente buscan es dejar de sufrir y, si sienten mucha desesperanza, la muerte se presenta como una alternativa. Conversar del tema suele aliviar la tensión sobre la prohibición tácita que significa pensar en matarse, un acto que se puede prevenir. Ya que si bien la conducta suicida es individual, está influida por una gran cantidad de factores. Lo importante es mostrar que así como existe un atribulado Werther, también existe un  esperanzador Papageno.