Durante su gobierno Donald Trump ha enarbolado diferentes banderas. La cruzada contra los inmigrantes y el muro con México, las políticas comerciales con China, las descalificaciones a la prensa invadida por las “fake news”, etc. Pero hay una con la que logró unir a gran parte de los norteamericanos: la lucha contra el consumo de opioides, sustancia que en su país causa la muerte de 140 personas al día y que según las autoridades estadounidenses constituyen la peor emergencia sanitaria jamás vista en su territorio.

Dentro de los responsables de esta crisis se encuentran las farmacéuticas, ahora acérrimas enemigas del Presidente Trump. Y China, país productor de estos medicamentos hechos a base de opio que parecían ser la panacea para superar dolores, golpes e intervenciones quirúrgicas. Trump logró aprobar la “Ley de apoyo a los pacientes y sus comunidades” por una abrumadora mayoría de 98 votos a favor y 1 en contra en el Senado; y de 393 votos a favor y 8 en contra en la Cámara de Representantes. Un triunfo para su administración que ahora suma a ni más ni menos que Plaza Sésamo, Abelardo y sus amigos.

Mientras la Casa Blanca informa que entregará cerca de 200 millones de dólares a los estados y gobiernos locales para impulsar el combate contra la adicción a los opioides, los realizadores del programa infantil recurren a una marioneta de pelo verde y amarillo brillante para abordar una enfermedad que afecta a más de cuatro millones de estadounidenses, incluidos 250.000 adolescentes, en un país donde la sobredosis es la causa más común de muerte violenta, por encima de los accidentes de tráfico o las armas (DEA).

Parte de la estrategia de Trump es identificar al enemigo. En este caso, China, país responsable de fabricar drogas sintéticas.

¿Por qué incorporar esta temática en un programa destinado a los más pequeños? De acuerdo con los creadores de Sesame Street -espacio que se transmite desde 1969- más de 5.7 millones de niños menores de 11 años viven en hogares con un padre con trastorno por abuso de sustancias. Al igual que lo hicieron con el VIH, el autismo o los progenitores en prisión, optaron por abordar este tema de una manera accesible para los niños. La iniciativa es parte de los contenidos de Sesame Street in Communities, disponibles online, y en ella se adentran en la historia de Karlie, una amiga de Elmo cuya madre lucha contra la adicción. El programa se caracteriza por un especial cuidado en los detalles y especialmente en la forma en que los personajes se expresan. Así es como “adicción” remplaza a “abuso de sustancias” y “recuperación” sustituye a “sobriedad”.

Obviamente la estrategia comunicacional difiere de la de Donald Trump. El utiliza un lenguaje de batalla, radical. Tal como al que alude Susan Sontag en el famoso texto La enfermedad y sus metáforas (1967), donde sostiene que con afecciones como el cáncer el lenguaje que se utiliza es similar al que se aplica en el campo de batalla, basado en metáforas militares presentes en la medicina desde fines del siglo XIX. El cuerpo está sometido a un “ataque” y por lo tanto “el único tratamiento es el contraataque”. Las células “invaden” y “colonizan”, las “defensas” del organismo muchas veces no son suficientes por lo que hay que aplicar una intervención “radical”. Y así suma y sigue. La quimioterapia “bombardea” al paciente expuesto a una verdadera “guerra química”.

Plaza Sésamo incluyó en sus contenidos la historia de Karlie, una amiga de Elmo cuya madre lucha contra la adicción.

Esta belicosa forma de expresarse forma parte de la retórica cotidiana de Trump y constituye un sello de su estrategia política y comunicacional. En el caso de los opioides él está embarcado en una guerra que ha dejado muchas bajas. Según el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas del Gobierno estadounidense, entre el 8 y el 12% de las personas a las que les prescriben opioides como morfina, tramadol, fentadino, metadona o dianonfila, entre otros, se vuelven adictos y alrededor del 80% de quienes consumen heroína abusaron antes de los opioides recetados. Las sobredosis relacionadas con opioides causaron más de 70.237 muertes en 2017.

La opción de Trump busca dar un golpe, captar la atención y para eso, mientras más duro el mensaje, mejor. Parte de la estrategia es identificar al enemigo. En este caso, China, país responsable de fabricar drogas sintéticas. Y obviamente las grandes farmaceúticas y los narcotraficantes: “Si no nos ponemos duros con los traficantes de drogas, estamos perdiendo el tiempo. Y esa dureza incluye la pena de muerte”.

El tema del lenguaje no es menor. Más que mal, ésta es para muchos una crisis causada por mil palabras. En 1980 una carta publicada en el New England Journal of Medicine (NEJM) aseguraba que los opiáceos recetados, como la oxycodona, no causan adicción. Cuatro décadas después se estableció que el breve texto entregaba “la errada convicción de que esos medicamentos, que a menudo se recetan para el dolor, eran seguros” y que poco y nada se hizo por desmentirlo. El documento titulado “La adicción es rara en pacientes tratados con narcóticos” fue citado más de 600 veces y repetido hasta el cansancio teniendo como evidencia un dato tan liviano como que “de 11.882 pacientes hospitalizados tratados con opiáceos, solo cuatro sin historia previa de adicción habían adquirido una”. Así queda en evidencia el poder de las palabras, morfemas y fonemas que son capaces de desatar una epidemia, pero también de frenarla. Todo depende del uso que se les dé.