Cada libro tiene su historia, y El Lobo de Plata, la primera novela de Benjamín Franzani, le ha “acompañado toda la vida”. De algún modo, esto se aprecia con mucha claridad en la coherencia de la historia, del contexto, del paisaje. Es un libro, por decirlo de algún modo, meditado, madurado. Es una novela que te captura, entre otros motivos, porque tiene aquello que es tan fantástico del género maravilloso (del buen o auténtico género maravilloso): la realidad… la hermosa, aplastante y sincera realidad.
Benjamín Franzani es abogado. Trabaja como profesor en la Universidad de los Andes, en cuyo patio fue lanzado el libro a fines de octubre. Es profesor de la clínica jurídica, donde apoya y evalúa el desempeño de los alumnos en la tramitación de causas judiciales de diversa índole. Quizás hay algo de épico en colaborar en la formación de jóvenes alumnos a la vez que se brinda cierto apoyo a personas de escasos recursos que deben enfrentarse la burocracia de un tribunal. Sin embargo, su vocación es la literatura. De hecho, en octubre del año pasado defendió su tesis de magíster en Literatura en la Universidad de Chile que trató sobre la heroicidad de dos figuras de la épica hispánica: el Cid y el Conde Fernán González; y ahora planea doctorarse en la Universidad de Poitiers, Francia. Ahí seguirá una investigación relacionada con la épica francesa, y uno de sus principales héroes: Guillermo de Orange.
El Lobo de Plata es el primer canto de un relato completo titulado Crónicas de una Espada. En un momento dado, Benjamín se pregunta a sí mismo sobre el sentido de esta historia, qué tiene de especial. Su respuesta es la siguiente: “Para mí, es una vuelta al sentido más clásico de las historias épicas”. Hay cierta nostalgia en este desafío. El contexto en que se desenvuelve la historia es precisamente heroico: el asedio por más de cinco años de una de las últimas ciudades de un imperio que se cae a pedazos. Sus habitantes tienen valor, pero el futuro no es esperanzador (objetivamente no lo es). Los corazones de los guerreros, que no dudan un segundo en dar su vida por aquellas tierras y su historia, parecen abatidos, cansados. El enemigo es poderoso, los supera en número… en fin.
Los libros siempre se escriben, consciente o inconscientemente, desde una o más tradiciones. En este libro hay, por supuesto, algo de Tolkien, de Lewis. Cada libro, además, se inscribe –por decirlo de algún modo–, en una tradición vivencial o familiar. ¿Cómo nace este libro?
Crónicas de una Espada es una historia que me ha acompañado casi toda la vida. No sabría indicar con precisión cuándo comenzó, en realidad. Lo primero es dejar claro que es un relato completo, y que lo que se ha publicado ahora, El Lobo de Plata, es solo la primera parte. Teniendo eso en cuenta, los primeros relatos vienen de muy atrás en mi infancia, sobre todo de esos largos veranos en el campo, en los que me dedicaba a inventar juegos con primos y amigos. Siempre fui bueno para hacer historias: pero no eran cuentos sueltos, sino que para mí siempre hubo una unidad. Creo que influyó mucho en mí la lectura de La Historia Interminable de Michael Ende. Ahí se propone que todo hombre tiene un mundo imaginario, al que va dando vida en su cabeza. Luego están esos mundos fantásticos que fui encontrando en los libros: Lewis, Tolkien, pero también Julio Verne y Walter Scott, que fueron mis primeros padres literarios. Entonces, para mí fue muy natural ir creando mi propio mundo, y jugar con mis primos en el campo era como recorrerlo con ellos: fuimos los primeros personajes de esta historia. Cuando años después me senté ya con la intención de escribir un libro, aunque las tierras de Crónicas de una Espada no tengan ya mucho que ver con esos juegos de niños, sí que hay en ellos, para mí, un algo evocador de la novela que luego escribí.
¿Qué tanto influye el hecho de venir de una familia militar a la hora de escribir un libro que podríamos calificar de épica?
Mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo fueron todos militares de infantería de montaña. Luego, ninguno de los hermanos siguió esa carrera, pero hay una tradición oral, que me fue llegando de mi padre y de mi abuelo. Más que el hecho de que hayan sido militares o no, son los relatos lo que puede que haya influido más: mi padre es un gran contador de historias, y mi abuelo era muy aficionado a la Historia con mayúscula. Es paradójico, pero siempre digo que fue por mi papá que empecé a leer: siempre me decía que, cuando aprendiera, se me abriría un mundo: aunque no recuerdo haberle visto nunca con un libro, logró meterme el gusto por leer, porque yo también quería conocer esos mundos y esas historias que él contaba, probablemente de oídas, de boca de mi abuelo, que sí que era un gran lector: un apasionado por la historia de Chile y sobre todo por La Araucana y por las historias de la Reconquista española, como el Cid. Y por ahí la conexión con la épica: no sé cómo, pero antes todavía de zambullirme en la fantasía medieval primero, y en la épica después, yo ya tenía muy en el ADN todo el ideal caballeresco del que hablaban tanto mi padre y mi abuelo. Puede que sea una herencia militar, sí, porque los caballeros fueron hombres de armas. Pero creo más bien que es una herencia literaria: porque las historias que se cuentan entre hombres de cuartel son o de gestas, o de amor. Y las historias de caballería tienen las dos.
En el lanzamiento un amigo tuyo comentó que los paisajes están muy bien descritos. En esto, a mi juicio, el libro logra algo notable: sin detenerse en un detallismo excesivo y agotador, logra crear un panorama físico magnífico. Se nota que está muy vivo en tu mente. ¿Cómo se logra algo así?
Supongo que tiene que ver con mi modo de ser. Mi otro gran hobby es dibujar. Describir un lugar es como pintar: hay que ir guiando al lector como se guía al que mira con los trazos del dibujo. Al principio quería que todos pudieran ver exactamente lo que yo veía al imaginarme el pasaje. Luego fui aprendiendo a dejar más espacio a la imaginación, y a describir con acciones: obviamente, se aprende mucho con prueba y error. Y también está el cariño: siempre me han gustado las caminatas por el campo y, más mayor, por la montaña, a la que de chico solo conocía por cuentos. A los que nos gusta pasear, nos gusta también detenernos a disfrutar de la vista, a retener un paisaje, incluso a nombrarlo. Hay quienes suben cerros por deporte. A mí me gusta subirlos por los paisajes y por los silencios. Al escribir, todo eso se termina notando: no da lo mismo por dónde pasen los personajes: el paisaje es otro personaje más.
La gran mayoría de los personajes que defienden la ciudad no dudan en dar su vida por la patria. Incluso la amistad de los jóvenes protagonistas parece forjarse en torno a esta convicción. ¿De dónde viene esa fuerza? ¿Qué hay detrás de todo esto?
Viene de que la patria no es una idea vacía para los personajes de la novela. Para ellos es todo. Pero más concretamente: es la palabra con que se aúnan el amor a la tierra que te vio nacer, a los padres, a los amigos, a todos aquellos que conoces y quieres y, en la novela, a quienes defiendes del invasor. No es que haya la amistad de los protagonistas y además el amor a la patria: para Damián y Julián, la lucha por defender su ciudad es también la lucha por defender su amistad, y por defender a todos los que quieren. Morir por la patria, para ellos, es morir por el amigo. También están detrás los ideales que esa patria, Siar, su ciudad, representa para ellos: la fuerza de la tradición de la que se sienten parte, de la familia, si se lo quiere ver así: los mismos sentimientos por los que han sufrido y amado los personajes adultos de la novela, y quienes les antecedieron.
No todos los personajes comparten esta convicción. El juglar, por ejemplo, considera incluso absurdo el exacerbado patriotismo. ¿Tiene sentido dar la vida por algo que muere frente a los propios ojos? ¿Cómo se explica una esperanza así?
Esperanza creo que es la palabra clave. Los dos jóvenes están dispuestos a dar la vida porque ellos aún esperan que haya algo más por lo que vale la pena luchar. También el juglar estaría dispuesto a lo heroico, si tuviera esa esperanza. La raíz de su rechazo a lo que él califica de ingenuidad es precisamente que para él el futuro es negro, y la vida ha perdido sentido. Lo curioso es que sea precisamente él, el juglar, el hombre que canta las historias del pasado y llena de sentido las esperanzas de quienes le escuchan el que sea finalmente incapaz de encontrar ese sentido en la propia vida. Esa es su tragedia, y por eso se evade con el alcohol.
Un rasgo característico de la novela es el énfasis en las tradiciones, las leyendas, las profecías. ¿Qué rol juega todo esto en la historia?
Bueno, creo que ya hemos hablado algo de eso. La historia se formó a partir de las tradiciones e historias que he ido conociendo con el tiempo. Y dentro del relato mismo, Crónicas de una Espada también tiene todo un conjunto de relatos orales, de historia pasada, un trasfondo que los personajes conocen o van conociendo a medida que pasan las páginas. Eso hace que tanto ellos como el lector se den cuenta que el mundo va más allá de aquello que está ocurriendo en este instante: que no son ellos quienes agotan la historia, en ningún sentido. Esto aporta realismo, y también densidad al relato: y es fundamental también en la narración épica, porque el sentido más profundo de los grandes acontecimientos no suele encontrarse en la superficie del “ahora”. Es difícil de explicar, pero cuando uno conoce la cultura, las historias, que se cuentan en un lugar o entre un grupo de gente, todo adquiere inmediatamente más vida, más sentido.
La historia, sin perjuicio de episodios o destellos de genuina esperanza y alegría, se desenvuelve bajo una permanente atmósfera de nostalgia. En las leyendas, profecías y tradiciones hay algo de esto. Lo mismo en la guerra. También en uno de los episodios centrales, que es de despedida. ¿Qué nos puedes decir de esto?
Los relatos de grandes batallas que se resuelven en tragedias –porque se pierde la batalla, porque el héroe fallece o por la razón que sea– siempre tienen algo de nostálgico. Aunque se les celebre como triunfo moral –ahí tenemos las Termópilas y los 300 espartanos; a Prat con la Esmeralda y el abordaje; o la muerte de Roldán en su Chanson– implican siempre que algo se ha perdido para obtener ese triunfo, y que ese algo no volverá más. Y entonces se pone el acento en los tiempos pasados que produjeron tales hombres o tales gestas. En la admiración de la épica siempre hay algo de nostalgia por “la edad heroica”. Como El Lobo de Plata es el relato de la defensa y caída de Siar, aún sin proponérmelo hubiese estado la nostalgia, porque la ciudad atacada representa un mundo que desaparece, una civilización que comienza a ser consumida por la barbarie.
Pero también hay otro motivo: este Canto de Crónicas de una Espada es también el libro en que se inician nuestros héroes. En el que se ven lanzados a la aventura y forzados a dejar la tierra que los vio crecer, amar y sufrir. En esa despedida, que es como uno de los clímax del libro, hay algo de ese desgarramiento interior de tener que dejar lo que es más querido. Es un paso que los personajes tienen que dar para comenzar su camino de forjar su propia historia, para dejar de vivir en la comodidad de lo conocido y empezar el camino de lo desconocido, que los volverá adultos completos. En este primer libro aletea la nostalgia, también para que en los siguientes los protagonistas tengan un hogar que recordar, aun sin saber si lo volverán a ver.
El Lobo de Plata es el canto primero. Cuando uno cierra el volumen, piensa que es casi una introducción, un prologo de una historia mucho mayor. Yo había leído ya, hace varios años, parte de un borrador de la obra general. ¿Qué nos puedes contar de lo que viene? ¿Habrá futuras publicaciones para los demás cantos de Crónicas de una espada?
Ciertamente habrá más publicaciones. Esta historia se compone de cinco partes, o cantos, y ya están todos escritos, desde hace años. Ahora último me he puesto a revisarlos de nuevo para prepararlos para una futura edición: ahora que comencé con el primero no puedo dejar la historia hasta la mitad, porque para mí siempre fue un único libro, que tuve que dividir por temas de extensión. Ahora ya quedaron sentados los protagonistas, sus motivaciones, el mundo en el que se mueven, las dificultades y el enemigo. También la esperanza que los sostiene. Pero queda mucho por decir y por hacer: nuevos personajes, algunos de los cuales son los más entrañables para mí, tienen que entrar en la historia; y los protagonistas tienen que verse probados en sus convicciones, flaquear, levantarse… ¡hay mucho que contar, muchas aventuras por descubrir! Mi sueño es pronto encontrar el apoyo de una editorial grande, que esté dispuesta a apadrinar el proyecto entero. Pero mientas tanto, seguiré trabajando para ir publicando las restantes partes. La aceptación que ha tenido este primer libro me da esperanzas de que podremos ver la obra terminada.
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