Si hay algo en que coinciden tanto adeptos como detractores del proyecto constitucional presentado por la Convención es que el texto es malo o que, al menos, contiene profundos errores. Sobre esto no caben dudas: sistemas paralelos de justicia que ponen fin a la igualdad ante la ley, un sistema político que favorece concentrar el poder, poniendo en riesgo la democracia, un país fragmentado por la “plurinacionalidad”, el término de la propiedad sobre derechos de aguas para miles de agricultores y una Comisión Indígena que definirá los territorios que deberán ser restituidos a las “naciones preexistentes”.
Los diputados Karol Cariola y Vlado Mirosevic, ambos voceros de la opción Apruebo, afirman que el texto puede y debe ser modificado. Es más, el diputado Mirosevic afirma que estos cambios deben comprometerse antes del plebiscito de septiembre, como si de un nuevo texto a plebiscitar se tratase o como si este “compromiso” pudiera purgar los múltiples problemas y riesgos que representa el proyecto de nueva Constitución. La propia vocera de Gobierno, Camila Vallejo, anticipó también que el texto “es modificable”.
Si el consenso en torno al proyecto constitucional es claro y dice que este es malo, siendo necesarias distintas reformas para que su implementación represente algo positivo para el país, el significado de cada opción en la papeleta de septiembre cambia radicalmente.
Con un texto malo, con errores profundos y que exige múltiples reformas para llegar a buen puerto, votar “Apruebo” no es más que un salto al vacío.
A diferencia de lo que señala el Presidente Boric y los personeros del Apruebo, “Aprobar para reformar” es un camino más difícil e incierto para hacer los cambios necesarios. Los convencionales Stingo, Loncón y la tía Pikachu se encargaron de dejar bien amarrada la Constitución propuesta para que sea muy difícil hacerle cambios.
Las disputas internas en el Gobierno entre el ala dura del PC, y su “tambor mayor”, Guillermo Teillier, junto a sectores del Frente Amplio que quieren aprobar a secas sin reformas, y los sectores que dicen querer cambios -sin especificar cuáles- hace difícil creer que habrá una reforma.
En simple, a sabiendas del desastre que han propuesto los convencionales de izquierda, pretenden salvar el proceso con una promesa de reforma, sin detalles, que debemos creer que cumplirán. Puro humo.
El Rechazo ofrece un camino real y transversal de cambio para mejorar, para avanzar. Casi el 80% de los chilenos ha apoyado la idea de una nueva Constitución, lo que implica que la Carta Magna actual ya fue y habrá una nueva. Pero nos merecemos algo mejor que lo que la convención ofrece. Y, para avanzar, debemos rechazar.