El último tiempo ha sido difícil para la nueva izquierda. El fallido intento por remover a Jorge Abbott, los errores no forzados de Gabriel Boric o las acusaciones de algunos militantes mapuche contra la dirigencia de Revolución Democrática son prueba de que el 2018 no fue el año del frenteamplismo. Y, de seguir así las cosas, lo más probable es que el 2019 tampoco lo sea.
No hay que escarbar demasiado para advertir que el origen de varios de estos problemas está en la imposibilidad para conciliar las distintas visiones que existen dentro del conglomerado. Sin embargo, la dificultad no se agota ahí. En este cuadro también parece influir la forma en que el Frente Amplio entiende la relación entre la clase política y la ciudadanía. Se ha convertido en un lugar común escuchar a sus dirigentes hablar de participación, de una ciudadanía empoderada, y todo el campo semántico conexo. Pero es precisamente ahí donde nos encontramos con una paradoja: los mismos que promueven el asambleísmo y los referéndums revocatorios no han sido capaces, ni de lejos, de aplicar esos mismos principios a nivel interno.
Las polémicas al interior de la coalición demuestran que la preferencia por la asamblea como mecanismo de toma de decisiones genera una mediación débil no solo entre la dirigencia y las bases, sino también entre los miembros de las directivas de los partidos y movimientos. Así, el objetivo de acercar la política a la ciudadanía, tal como lo promueve el Frente Amplio, tiende a difuminarse cuando dos de sus dirigentes visitan a Ricardo Palma Salamanca sin consultarle a nadie. Esto demuestra que ni siquiera quienes están al mando han podido acatar el “todos decidimos todo” derivado de los mecanismos de participación que dicen defender. El asunto de fondo radica en que los miembros del conglomerado parecen no advertir aún que las formas de representación que promueven tienen severos límites, y que indagar en ellos resulta esencial si aspiran a ser algo más que una coalición pasajera.
Que el Frente Amplio sostenga que la democracia necesariamente será mejor si limitamos la mediación entre la clase política y la ciudadanía, tiene que ver también con una especie de indiferencia hacia la historia.
La célebre compilación de artículos conocida como El Federalista –recientemente traducida y publicada por el IES– podría ser de ayuda en esta y otras reflexiones. Escritos en la última parte del siglo XVIII, y con el objetivo de defender la constitución federal de Estados Unidos, estos textos discuten alternativas de organización política para un país en ciernes. Y en estos clásicos hay una serie de advertencias sobre los riesgos del asambleísmo. Para los autores de El Federalista, las asambleas populares son problemáticas porque dificultan enormemente la posibilidad de resolver asuntos relevantes de forma armónica. Y como es muy complejo que en una asamblea las partes se pongan de acuerdo, el sistema social termina frecuentemente expuesto a los impulsos de la rabia, el resentimiento y otras tendencias irregulares. Según James Madison –uno de los autores, y cuarto presidente de los Estados Unidos–, esto se explicaría porque los mecanismos de democracia directa (como las asambleas) no poseen las herramientas para hacer contrapeso a cualquier opinión mayoritaria que se apropie de ellos. Así, esa mayoría podrá sacrificar al partido más débil sin que el resto tenga muchas opciones para oponerse, propiciando episodios de turbulencia y enfrentamiento.
Esto no significa que los mecanismos propuestos por el Frente Amplio nos puedan conducir a hechos de violencia como los que relata El Federalista. La política chilena actual es muy diferente al contexto en que estos artículos fueron publicados. Sin embargo, este conjunto de textos puede ser un buen insumo para analizar los próximos desafíos del conglomerado. Basta ver los conflictos entre sus dirigentes, o la incapacidad para ponerse de acuerdo en materias tan relevantes como los derechos humanos, para notar que varias de las ideas que promueven estos artículos siguen vigentes.
Por último, que el Frente Amplio sostenga que la democracia necesariamente será mejor si limitamos la mediación entre la clase política y la ciudadanía, tiene que ver también con una especie de indiferencia hacia la historia. La idea de representación no surge por osmosis, y debiera valorarse como una herencia cuyo cuestionamiento debe ser fruto de una reflexión profunda. Por lo mismo, el esfuerzo intelectual de hombres como Hamilton, Madison y Jay puede ser de ayuda para una coalición que parece no saber muy bien a qué se refiere cuando promueve nuevas formas de hacer política.
FOTO: HANS SCOTT / AGENCIAUNO