La constatación de la existencia de una virtual fábrica de pensiones  en Gendarmería, ha dirigido la atención de la opinión pública a los sistemas previsionales.  Casi inmediatamente a continuación de darse a conocer la noticia se llevó a cabo una manifestación en contra del sistema de AFP. Hace pocos días se convocó una segunda.

En la primera movilización, un participante portaba una pancarta que cobró inmediata notoriedad en las redes sociales, la que textualmente indicaba: “YO QUIERO UNA PENSION DIGNA ¡¡¡¡ANDRADE CASATE CONMIGO!!”.

Este episodio que a más de alguien podría parecer  cómico, luego de una breve reflexión, en mi opinión, no cabe sino calificarlo como trágico.

Recordemos  que el sistema de capitalización individual administrado por las AFP -en contraposición al sistema de reparto- determina pensiones en estricta concordancia con las contribuciones de sus beneficiarios, y que, por lo mismo, no admite de contubernios que no sean financiados por el propio interesado. Si Ud. ahorra más, Ud. obtiene una mayor pensión. El ahorro generado es de su propiedad y podrá disponer de su totalidad más la rentabilidad que produzca, a partir del momento que cumpla los requisitos de edad  para jubilar. En definitiva, la transparencia del sistema y el hecho de que los fondos constituyen propiedad representan la principal protección  contra la manipulación. Pero ello, claro está, en el entendido que la clase política se comporte de forma honesta y no caiga en la tentación de saquear el ahorro de los cotizantes.

¿Cómo explicar entonces dos marchas de la naturaleza de la que fuimos testigos, las que sorprendentemente,  atacan precisamente el remedio al pituto y a la manipulación que tanta indignación pública causan?

Volviendo a la pancarta yabstrayéndonos de la odiosidad que contiene  tras el ataque personal, podríamos interpretar literalmente su contenido, como que el camino para obtener una pensión “digna”, es el pituto. De lo anterior; ¿fluiría también entonces que, en opinión del manifestante, una pensión basada en el trabajo y ahorro personal sería indigna?  Porque, de no mediar mayor explicación, esa parecería ser la más natural en el contexto de una marcha convocada contra el sistema de capitalización individual.

Naturalmente, mi concepto personal de dignidad se rebela ante tal inédita interpretación. ¿Y el suyo?

Desde luego, comprendo  y comparto la necesidad de concurrir en apoyo de los sectores más vulnerables de la sociedad dándoles la mano para que puedan levantarse y caminar por sus medios.También comprendo que la justificación de un sistema compulsivo de previsión sea el de proteger a la sociedad de verse obligada de hacerse cargo de personas que en su vida activa no previeron para sostener su vejez. Pero en mi opinión la responsabilidad de prever para el futuro es esencialmente individual y personal, por lo que las obligaciones que imponga el sistema compulsivo deben ser las mínimas posibles en el contexto de una sociedad libre. Y lo que definitivamente no comparto, es el fomento de doctrinas que promuevan el asistencialismo y la dependencia permanente como norma general de vivencia y convivencia. No sólo es injusto, también atenta contra la dignidad de los supuestos beneficiados. Pero no la que sugiere la pancarta, pero si aquella vinculada al respeto propio y al del prójimo.

¿Cabría calificar este tipo de hecho como uno de carácter puntual y por lo tanto irrelevante? En mi personal opinión,  tal interpretación, a estas alturas, pecaría de ingenua, y de allí la tragedia.

Episodios como este, y otros similares, sugieren que como sociedad hemos comenzado a sentir los efectos de tormentas cuyo origen ha sido la persistente siembra  de vientos  populistas por parte de grupos ideologizados. El culto casi fanático a la emisión de los denominados derechos ciudadanos representa una sugerente indicación de lo anterior.  Derechos que no tienen más sustento que el límite que del poder de la coacción les brinda, porque su ejercicio depende sólo de la capacidad del estado para arrebatar el fruto del trabajo, o la libertad de otros. Es casi inevitable pensar que de perseverar en tal rumbo terminaremos con una hiperinflación de derechos -sin valor real-, y en una deflación severa de la honra de los deberes.

Considere por otra parte, esa novel modalidad contemporánea -ya casi parte del paisaje urbano- de exigir mediantes actos de fuerza, y causando un perjuicio al resto de la comunidad, la solución a situaciones  del más amplio espectro a grupos de interés específicos. El ya popular…  ¡¡Queremos Solución!!

Por cierto, mientras más se valida esta práctica por parte de las autoridades, más interesados habrá  para hacer uso de esta. Pero además, a la postre, muchos razonarán, si no me pongo a la cola, tendré que pagar siempre la cuenta de los privilegios de otros.

Ciertamente, cabe imaginar situaciones justificadas en la que la expresión ciudadana debidamente canalizada pueda ser realizada en la vía o bienes públicos. Pero ello, en una sociedad civilizada debiese representar la excepción  justificada y no la regla.  Pero en estos tiempos pareciera que se actuara principalmente en reacción a gritos callejeros.

¿No estaremos inadvertidamente cruzando umbrales peligrosos, al validar los gritos de la calle en el diseño de las políticas públicas? ¿No estaremos induciendo comportamiento no responsable, la dependencia crónica y el asistencialismo?

En tal contexto, percibo además una gran desorientación respecto de lo que está ocurriendo en torno al tema previsional en particular. A mi modo de ver, las AFP son hoy solo un blanco comunicacional convenientemente escogido por grupos ideológicos. Dichas entidades  han cumplido a la fecha, de forma sobresaliente, su mandato, en cuanto a cautelar y administrar los fondos de los afiliados. Es absurdo, y solo refleja ignorancia o mala intención, culpárselas del monto de las pensiones, pues ellas no tienen ningún poder de decisión en su determinación. Su crimen solo ha sido el de cautelar con celo el patrimonio de los afiliados y hacerlo rendir con gran destreza profesional.

Me parece que la verdadera discusión que debemos enfrentar, no versa sobre el desempeño de las AFP, ni si un sistema de capitalización es o no superior a un sistema de reparto. Por rendimiento,  tendencias demográficas  y capacidad de control del saqueo, la respuesta  correcta admite pocas ambigüedades (sin perjuicio de la existencia de un pilar que apoye a los más vulnerables mientras mantengan tal condición financiado con rentas generales de la nación).

La verdadera cuestión sobre la que hay que resolver, es si como sociedad queremos obligar a partir de hoy a las personas a imponer más y por más tiempo para tener mejores pensiones por la vía del sistema compulsivo. Ello con la contrapartida de un mayor desempleo, una presión a la baja de las remuneraciones  líquidas, y por lo anterior, un menor ingreso disponible a para consumo y ahorro voluntario.

Pero aquí estimado lector, comienza la pirotecnia, y el desprecio a las fuerzas más básicas presentes en la naturaleza. Los mercados políticos sienten la tentación irresistible de  intentar hacer perro muerto (comer y no pagar). Entran en escena todo tipo de hechiceros que desafían la existencia misma de la fuerza de gravedad que describiera Newton. Todo ello con novedosas y pintorescas teorías alternativas  sobre los fenómenos que rigen los cielos, y sus felices implicancias que nos liberan de la escasez que normalmente  gobierna  los problemas mundanos. Por ejemplo, para hacernos los lesos, discurrimos que necesitamos  que parte de la mayor cotización la paguen los empleadores, como si ello fuera gratis y no tuviera efectos sobre el empleo y las remuneraciones. Y como no, también que una parte la ponga el estado, a costa de más impuestos. A partir de ese conjuro tripartito, es sólo una cuestión de tiempo para comenzar a echar la mano a aquel “indigno” ahorro personal suyo. ¡Qué tal!

El debate que se ha iniciado en torno a los sistemas previsionales  pondrá una dura prueba a quienes lideran nuestra sociedad atendidas las potenciales consecuencias. Siguiendo a Nial Ferguson, es de esperar que no caigan en la tentación, de conducirnos a ejercer la opción a ser estúpidos.  Como telón de fondo, también estará presente el contenido y sentido que le damos a la palabra dignidad.

 

FOTO: AGENCIA UNO

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