El dolor y la tristeza han acompañado el amanecer del 29 de octubre en Francia. Los asesinatos cometidos el pasado jueves en la Basílica Notre-Dame de Niza han sumido al país en la tristeza y la indignación. No se trata de un ataque realizado al azar, sino dirigido a los católicos de Francia, como señala la prensa (no solo católica) y los obispos franceses. Los tres feligreses que se encontraban en la basílica fueron ejecutados por el hecho de encontrarse en una iglesia, lo que representa un ataque a un símbolo de la identidad histórica y cultural del país galo, independiente si hoy Francia, como lo señala su Constitución, es un Estado laico y un país secularizado. No olvidemos que en los últimos años, una serie de templos, monumentos y cementerios con símbolos católicos, han sido objeto de acciones de vandalismo, sobre todo a partir del degollamiento del padre Jacques Hamel el 2016, asesinado por dos miembros del Estado Islámico en la iglesia Saint-Étienne-du-Rouvray, de la cual era párroco auxiliar, convirtiéndose en el primer mártir de la iglesia católica occidental después de 70 años, cuando el sacerdote jesuita Alfred Delp, fue ejecutado por los nazis en Berlín en 1945.

El atentado de hoy se inscribe en la lógica perversa inaugurada la tarde del viernes 16 de octubre, cuando el profesor de secundaria Samuel Paty de 47 años fue asesinado a la salida del colegio Bois-d’Aulne, en Conflans-Sainte-Honorine. Un joven ruso de origen checheno de 18 años, Abdoullakh Anzorov, acabó brutalmente con su vida decapitándolo «en nombre de Alá”. Este crimen estuvo precedido por un acoso de 10 días realizado contra el maestro por parte de musulmanes en la red social twitter. ¿Motivo? Haber realizado una clase sobre la libertad de expresión ilustrada con las caricaturas del profeta Mahoma publicadas por el semanario satírico ‘Charlie Hebdo’, semanario que fuese objeto de un brutal atentado el año 2015, cuando fueron asesinados varios de sus colaboradores, por publicar caricaturas de Mahoma. Este fue el primer objetivo al que apuntó el odio yihadista, la Escuela, el gran símbolo de la República, pilar de la cultura y de la democracia francesa, para poner fin mediante la violencia y el terror, a la libertad de enseñanza y la libertad de expresión.

Hoy Francia no solo se encuentra en estado de shock, sino también bajo alerta máxima ante la amenaza real por parte del mundo islámico de realizar atentados terroristas en su territorio y, al mismo tiempo, enfrentada al boicot económico panislámico convocado y promovido públicamente por el dictador de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, quien ha proclamado una fatwa (hasta hoy la más conocida sigue siendo la proclamada por el Ayatola Jomeini de Irán que exigió la muerte para el escritor Salman Rushdie por escribir Los versos satánicos) no solo contra el gobierno francés encabezado por Macron, sino también contra los ideales democráticos que Francia representa, entre ellos la libertad de expresión y la libertad religiosa.

Lo que resulta paradojal, además de inaceptable, en el llamado del gobernante turco, es que ha sido realizado en nombre de la libertad religiosa, olvidando que se trata de un derecho humano que ha sido violado sistemáticamente en su propio país. Uno de los ejemplos más emblemáticos de aquello es haber transformado a la basílica de Santa Sofía en una mezquita, en circunstancias que se trataba de un templo cristiano que, bajo la República fundada por Mustafá Kamâl Atatürk (que hizo de Turquía un Estado moderno, democrático y laico), se había convertido en un museo histórico secular, símbolo arquitectónico de la diversidad cultural y religiosa del país, diversidad que el último tiempo ha sido amenazada por la dictadura islámica de Erdoğan. Sería una ingenuidad creer que los actos del gobernante turco no cuentan con el apoyo del presidente ruso Vladimir Putin, cuya política exterior tiene entre sus objetivos prioritarios acabar con la Unión Europea.

El presidente Emmanuel Macron ha tenido la lucidez y el coraje de no ceder a las amenazas y presiones del integrismo islámico, defendiendo uno de los pilares fundamentales de la democracia, como la libertad de expresión. Es claro que el terrorismo busca instalar la angustia, la incertidumbre y el miedo en la sociedad francesa, de ahí la urgencia que este cáncer sea detenido y atacado en sus mismas raíces con todos los medios que otorga la ley a un país donde predomina el estado de derecho, que no es el caso de la Turquía de Erdoğan. A pesar del profundo dolor que los envuelve, los franceses y los católicos de Francia no cederán ante el imperio del terror y la lógica de la violencia. Al contrario, la nación francesa, como tantas veces lo ha hecho a lo largo de su historia, ha enfrentado y enfrentará esta amenaza traidora, ciega y cobarde.

Estos dramáticos eventos, nos exigen reflexionar con urgencia y sobre todo con profundidad y sin sesgos, sobre los problemas que el islam plantea a las democracias occidentales. Es cierto, no se debe confundir la religión musulmana con lo que suele llamarse el islamismo. Sin embargo, la frontera entre ambas realidades es cada vez más estrecha e inestable, como lo ha recordado en una reciente entrevista el destacado filósofo Rémi Brague, especialista en temas islámicos, al señalar que “el islamismo es el islam llevado al límite” (16 octubre 2020). No se debe olvidar, como lo recuerdan los grandes islamólogos e historiadores de la religión, que el islam, a diferencia de las otras grandes religiones de la humanidad, como el cristianismo, el budismo o el hinduismo, no admite la distinción (menos aún la separación) entre el orden espiritual y el orden temporal; esto significa concretamente que el islam es religión y política, religión y sociedad, religión y ley (véase la obra clásica de Louis Gardet, l’Islam. Religion et communuté; Pierre Grelot, Dialogues avec un Musulman; Alfred-louis de Prémare, Les fondations de l’islam; François Jourdin, Dieu des Chrétiens et Dieu des Musulmans, y obviamente los trabajos del gran Louis Massignon cuya correspondencia con Jacques Maritain acaba de ser publicada por la editorial Desclée de Brouwer).

Esto explica que en muchos países islámicos no se reconozca ni se garantice la libertad religiosa, siendo los cristianos muchas veces objeto de persecuciones o discriminación. Es importante considerar que la integración cultural de los musulmanes en la lógica secular que caracteriza a las democracias occidentales está muy lejos de ser una tarea fácil. Como lo plantea con gran lucidez el escritor argelino Hamid Zanaz, muchos musulmanes ‘concientizados’ por el integrismo islámico, rechazan someterse a las leyes de la República francesa; al contrario, proclaman que es la República la que debe plegarse a las leyes del islam (Hamid Zanaz, L’islamisme vrai visage de l’islam). Sin embargo, las grandes interrogantes que interpelan nuestra conciencia se encuentran en otro lado: ¿cómo es posible que alguien esté dispuesto a asesinar a otro ser humano en nombre de la clemencia y misericordia de Dios? ¿Qué sentido tiene la religión si no existe para promover el amor y la paz entre las personas?

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