Chile puso en marcha un gran tren de reformas profundas, que debía hacerse cargo de un sentir ciudadano claro. Un malestar que se traducía en demandas muy concretas: una mejor atención por parte del Estado en las listas de espera de salud; en mejorar la calidad de la educación pública; en un sistema de pensiones que diese tranquilidad al envejecer, y en la repulsión visceral a los actos de corrupción política en lo público y lo privado. “Basta de impunidad” -se repetía- ante casos como los narcos municipios, Penta, SQM, los sobresueldos, las licitaciones fraudulentas. Todos temas que no eran propios o exclusivos de izquierdas o derechas, ni de una ideología en particular, sino más bien de una lejanía de la clase política con la realidad y de un abandono de la política por parte de la ciudadanía, que en nuestro país mayoritariamente no vota.

Es así, como este mundo político en estado de zombi, carente de liderazgos y sin discursos de futuro, cometió un suicidio civil, firmando el 15 de noviembre de 2019 el “Acuerdo por la Paz y una nueva Constitución”. Firma que evidenció entre líneas la falta de trabajo de aquellos que tenían en sus manos todas las facultades legales y de reforma constitucional. No sólo se reconoció sin vergüenza la incapacidad, sino que se derivó la responsabilidad -y el fierro caliente- a una Convención Constitucional, que por una suerte de realismo mágico debería ahora resolver en nueve meses todas las demandas ciudadanas, concentrando en esa locomotora todo el momentum social.

Lejano a como muchas veces se cuenta, este tren no partió ajeno a la desidia y al abandono político. En su plebiscito creador, solo contó con un 50,9% de participación ciudadana, pero era indiscutible que venía con aires renovados. No fueron los políticos de siempre quienes se subieron a los vagones y poco a poco este ferrocarril se llenó de ideas multicolores, en las que cada constituyente, desde su óptica particular, proponía soluciones para hacerse cargo de estas demandas.

Al poco andar, fuimos testigos de la gran fragmentación al interior de la Convención, que impedía el rápido alcance de consensos. En algunos casos, el desconocimiento de asuntos públicos, jurídicos o económicos, llevaba a proponer normas que no solo eran poco eficaces para resolver los desafíos planteados, sino que debilitaban aún más los rieles sobre los cuales generar empleo y desarrollo, o el marco institucional sobre el cual acrecentar la seguridad y la justicia que tanto pedía la población. El tren seguía avanzando, llevaba recién sus primeras estaciones, y el problema ya no era el coordinar qué perillas y palancas operar en la locomotora, o a qué velocidad ir, sino que ya no había posibilidad de concordar en qué sentido de la vía avanzar. 

Hoy, con aproximadamente un tercio del proyecto final escrito, vemos que elegimos una ruta paralela a las reales demandas que dieron origen a este viaje. Usamos de combustible todas las consignas para echar a andar esta máquina y encauzarla a todo vapor hacia una agenda sumamente repetida, con un final perfectamente conocido. Chile pasará a ser la Plurinación de Chile, un cambio profundo que involucra la creación de múltiples territorios autónomos a nivel regional, comunal e indígena, con normas e impuestos propios, empresas públicas propias; atentando indudablemente contra la unidad y soberanía nacional, pero también mutilando la capacidad de cada chileno de invertir, trabajar y desarrollarse.

Por otra parte, a sabiendas de que el país está cansado de privilegios, no sólo se proponen cupos reservados para las personas pertenecientes a las etnias precolombinas en cada nivel burocrático o político, sino que estas etnias tendrán sus propios sistemas jurídicos paralelos, leyes propias, jueces o autoridades ancestrales propias, generando más diferencias entre los chilenos. 

Cuando aún falta texto por incorporar a lo mucho que ya está escrito, sabemos que tendremos una constitución maximalista, saliendo de los rieles constitucionales y entrando en niveles típicamente reservados a leyes o reglamentos. Lo que también sabemos con claridad, es que se distinguen tres ejes claros, que se reiteran en múltiples normas como un mantra. Estos son: el indigenismo, la ideología de género y la religión climática; olvidando que las demandas ciudadanas, eran y siguen siendo empleo, seguridad, mejor atención por parte del Estado y menos políticos; temas frecuentemente abandonados y afectados negativamente por las propuestas empujadas por esta fuerza pluri-indigeno-género-climática. 

Debemos recordar por qué nace este tren, y tener claro que un borrador de texto constitucional no debe ser de derechas ni de izquierdas, no debe ser un plan de gobierno, ni debe ser una lista de deseos. Pero sí debe ser un templo de sentido común, porque es el último resguardo normativo de las libertades y de derechos mínimos para que cada chileno pueda libremente desarrollar su proyecto de vida. Es por estos motivos, y no por demandas inexistentes, que los chilenos financian día a día al Estado, y estuvieron de acuerdo en financiar esta locomotora. Para que esté al servicio de las personas, dando estabilidad y seguridad a cada chileno, sin distinción.

Es deber de cada ciudadano informarse y formar su propia opinión sobre este borrador, que no es el primero dentro de los ocho proyectos de Constitución que ha tenido Chile y ni de las cuatro que han llegado a serlo, ni de las 219 modificaciones que ha tenido la Constitución actual. Lo importante, es que sea una Constitución seria, de la cual tenemos que hacernos cargo, evitando el descarrilamiento de este tren, que se ve inevitable.

*Martín Arrau García Huidobro, Ingeniero Civil, Convencional Constituyente 

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1 comentario

  1. Si cada uno de los cc’s se debe, en su mayoría, a una minúscula cant de gente que los votó, habla muy mal del nivel educacional que tienen… El gran problema de Chile, se abandonó la formación y educación y se cambió por la hipnosis populista

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