Las cifras de actividad económica dadas a conocer por el INE esta semana cayeron como balde de agua fría tanto en el ámbito empresarial como en el mundo político. No se esperaba que el deterioro en los índices de producción continuara acentuándose, ni tampoco se anticipaba un aumento en la tasa de desempleo a 6,6%. Esta situación no hace sino confirmar que la economía chilena está atravesando por una fase mucho más crítica de lo que muchos piensan, reafirmándose la tesis de que el problema de fondo va más allá que un fenómeno de carácter transitorio. En este contexto, lamentablemente, lo peor está por venir. Y esta percepción no se fundamenta en visiones de fantasmas, sino que se basa en lo que muestran las cifras duras, que dan cuenta de una situación objetiva que no se puede negar.

En el caso particular de la desocupación, que parecía estar quedando al margen en este proceso de ralentización, los hechos finalmente están dando cuenta de una tendencia similar al caso general: la economía chilena está perdiendo en forma importante su capacidad de generación de empleos. Cabe recordar que mientras en el año 2013 se crearon, comparando trimestres similares, 149 mil nuevos puestos de trabajo, en los últimos doce meses esa cifra fue de sólo 92 mil, correspondiendo la mayor parte de ellos a nuevos empleos vinculados al sector público. Es decir, durante los últimos doce meses los nuevos puestos de trabajo creados por el sector privado han sido mínimos. Y si esto no se notó antes en la tasa de desocupación fue porque se manifestó una inusual alza en el número de personas que migró a la categoría “inactivos sin deseos de trabajar”, lo cual afectó la medición de la fuerza de trabajo. Pero este fenómeno comenzó a revertirse, y de hecho el alza de 6,1% a 6,6% recién informada por el INE respondió a un aumento en la fuerza de trabajo (1,5%) superior al incremento en el número de ocupados (1,2%). De seguir esta tendencia, no debería sorprender que en los próximos trimestres la tasa de desocupación supere el 7%.

En definitiva, ya prácticamente la totalidad de los indicadores de actividad muestran un debilitamiento de la economía, habiendo sectores, como la industria manufacturera y la minería, que muestran abiertamente tasas de variación negativas. Todo esto, en un contexto en que la tasa de inversión viene contrayéndose en forma significativa, y con registros que dan cuenta de una variación negativa en los índices de productividad. No es un tema menor constatar que en las sucesivas revisiones que diversos expertos e instituciones especializadas hacen a sus proyecciones, durante el último año en forma sistemática éstas han venido ajustándose a la baja, dando así cuenta de un escenario que se torna progresivamente menos favorable de lo previsto inicialmente. Cabe recordar que al comenzar la tramitación del proyecto de ley de presupuestos para el año 2015, en octubre del año pasado, el ex ministro Arenas proyectaba una expansión del PIB de 3,6%. Con las últimas cifras conocidas las proyecciones de crecimiento del PIB para el año ya se acercan al 2,5%, y está por verse si la situación final no podría terminar siendo aún más desfavorable.

En este poco auspicioso escenario, para revertir la tendencia alguien podría sugerir, con las mejores intenciones, un mayor estímulo a la demanda haciendo uso de los instrumentos disponibles tanto en el ámbito monetario como fiscal. Sin embargo, lo paradójico de este cuadro es que se está dando en un contexto en que tanto la política monetaria como la política fiscal ya están siendo desplegadas con gran intensidad. En el caso de la política monetaria, las tasas de interés continúan en niveles inusualmente bajos, al límite de lo que puede significar poner en riesgo la estabilidad inflacionaria, de manera que si se cabe anticipar para los próximos meses algún ajuste en esta materia por parte del Banco Central, éste iría en la dirección de subir la tasa de interés, es decir, en la línea de comenzar a aplicar algún freno. Y en el ámbito de la política fiscal, el gasto público contenido en la ley de presupuestos de este año bordea el 10%, cuatro veces lo que se espera sea el crecimiento global de la economía en 2015. Al igual que en el caso anterior, si algún ajuste cabe esperar para 2016 es el de reducir la expansión del gasto fiscal a, por lo menos, la mitad de lo que va a ser este año. La imperiosa necesidad de actuar con responsabilidad en el manejo de las finanzas públicas no permite ir más allá.

A estas alturas ya parece obvio que en esta coyuntura el problema que enfrenta la economía chilena no es de demanda, en cuanto a la fuerza con que se está estimulando la economía a través de las políticas monetaria y fiscal, sino que de oferta, en cuanto a que son los consumidores, productores, emprendedores, inversionistas y trabajadores los que están actuando con un grado de extrema cautela ante un cuadro de gran incertidumbre que aún no se resuelve, y ante decisiones de política ya adoptadas que han resultado ser muy dañinas para impulsar la inversión y el desarrollo de nuevos proyectos, como ha sido el caso de la reforma tributaria. Si la autoridad económica genuinamente aspira a revertir esta situación, no tiene otra opción que cambiar el rumbo, enmendando errores ya cometidos y moderando el tenor de las reformas en marcha. Lo que se requiere es generar condiciones para que vuelvan a impulsarse proyectos de inversión y crear espacios para que las ganancias de productividad operen nuevamente como un poderoso motor del crecimiento económico, tal como lo fue entre los años 1985-1997, período de expansión que tuvo como actor protagónico el despliegue de la fuerza emprendedora en nuestro país.

De perseverar en la senda actual, ¿cuál es nuestro destino? Nos encaminamos hacia un estado de mediocre crecimiento de carácter más permanente, que nos alejará cada vez más de la meta de poder cruzar el umbral del desarrollo. Y detrás de esto no hay solo cifras y frías estadísticas, como algunos sugieren, sino que la frustración de sueños y anhelos de personas que aspiran nada más y nada menos que a mejores oportunidades para ellos y sus hijos. Eso es lo que está en riesgo hoy día.

 

Hernán Cheyre, Instituto del Emprendimiento Universidad del Desarrollo.

 

 

FOTO: FELIPE FREDES FERNANDEZ/AGENCIAUNO

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