La política internacional no deja de sorprender y las novedades no afectan solamente a los países latinoamericanos o a democracias menos avanzadas, sino también a otras naciones que ven sorpresas electorales, riesgos institucionales y eventuales amenazas al propio sistema político.

La reciente elección regional en Alemania muestra una realidad que ha ido afectando en los últimos años a varias naciones: la Democracia Cristiana logró arrebatar a la Socialdemocracia el histórico bastión del norte de Renania-Westfalia, donde vive uno de cada cinco electores a nivel nacional. Se trata de la tercera victoria previa a la elección general de septiembre de 2017, donde Angela Merkel podría conseguir un cuarto mandato como Canciller. Esta derrota que se anticipa para la socialdemocracia alemana se suma a otras que ha debido enfrentar en Argentina o Brasil, España e Inglaterra, Francia o Estados Unidos.

A fines del siglo XX, en un ambiente marcado por el término de la Guerra Fría, se produjo un escenario novedoso que tuvo diversas manifestaciones. Una de ellas fue la victoria inapelable del liberalismo económico y político frente al mayor contradictor que tuvo durante décadas, como fue el comunismo. En medio de la vorágine y el triunfalismo ideológico, Francis Fukuyama llegó a proclamar “el fin de la historia”, en un artículo publicado en The National Interest que tuvo una gran difusión y que despertó también una larga polémica.

Un segundo factor, sin duda esperable, fue que los antiguos comunistas se sumergieron por algún tiempo, mientras sus regímenes que antes parecían inconmovibles pasaban a ser parte del pasado y desaparecían sin defensores visibles. Así, no sólo fue derribado el Muro de Berlín, sino que también se desplomaron las estatuas de Lenin, mientras las masas que antes llenaban las respectivas Plazas de la Revolución pasaron a llenar los centros comerciales y a conocer un mundo ignorado en medio del oscurantismo. Unos pocos, como Cuba, siguieron en la línea trazada hacia el comunismo y la victoria final, aunque en el intertanto debieron enfrentar una miseria no imaginada dentro del eufemismo de “período especial”. Silvio Rodríguez cantó con decisión “yo me muero como viví”, expresión artística de convicciones inmutables y de dura recriminación contra quienes se adaptaron a las nuevas circunstancias y mudaron sus paños rojos por otros multicolores y de ideologías más volubles. El trovador cubano expresó su posición en El Necio, con versos determinados y rebeldes: “Me vienen a convidar a arrepentirme,/me vienen a convidar a que no pierda,/mi vienen a convidar a indefinirme,/me vienen a convidar a tanta mierda”.

Un tercer grupo que emergió con fuerza y vitalidad eran los socialistas modernos, que fueron capaces de enfrentar las crisis de los Estados de Bienestar, eran abiertos al mundo, y más aventajados en sus conocimientos de los organismos internacionales y el marketing político que en las doctrinas de Marx o en las revoluciones fallidas. El sociólogo británico Antony Giddens definió esta posición como La Tercera Vía (nombre que lleva también el libro publicado por Taurus en 1999). Uno de sus preceptos centrales era “ninguna autoridad sin democracia”. En 1998, Ricardo Lagos, poco antes de llegar a La Moneda, dio una larga entrevista a Patricia Politzer que se publicó con el título El libro de Lagos (Santiago, Ediciones B, 1998), donde aparece que una serie de líderes estaban pensando “el socialismo para el próximo siglo”, que estaban interesados en “crear un nuevo polo ideológico –la Tercera Vía”.

De esta manera, se podían pasear orgullosos y con logros palpables algunos gobernantes como Tony Blair y Bill Clinton, el propio Lagos y el brasileño Fernando Henrique Cardoso. Ellos habían logrado reinventar a la izquierda después de la dramática -para ellos- década de 1980, por lo que podían proyectarse con buenas perspectivas hacia el nuevo siglo. En 2003 se reunieron algunas de las figuras principales de esta tendencia a analizar la situación del mundo y la irrupción de una derecha que aparecía con fuerza. Estuvieron presentes Blair, el alemán Schröeder y Clinton, además de Lagos, el brasileño Lula y Néstor Kirchner (aunque estos dos últimos derivarían en tendencias más izquierdistas con el tiempo).

Sin embargo, en los últimos años las cosas han cambiado y entre los movimientos más damnificados con los cambios políticos se encuentran, precisamente, los sectores socialdemócratas o quienes adhirieron a la Tercera Vía. En España ha sido el populismo de Podemos el que decidió desafiar al Partido Socialista Obrero Español; en Inglaterra Blair es parte del pasado, mientras se levanta con fuerza el laborismo más extremo de Jeremy Corbyn; Bernie Sanders logró gran respaldo en Estados Unidos con su propuesta novedosa, a la izquierda de los demócratas y poco afín al establishment; en Brasil, Lula y Dilma Rousseff se volvieron parte del Socialismo del siglo XXI y gustaban compartir escenario con Fidel Castro y Hugo Chávez. Como se aprecia, los cambio se repiten y el escenario no se ve favorable a la otrora fórmula de futuro del socialismo.

Una de las causas del cambio radica en que se advirtió una confluencia de los proyectos de derecha e izquierda después de la Guerra Fría, o bien una hegemonía liberal que hizo perder fuerza ideológica al socialismo (parecían como dos derechas, pensaban algunos). Otro factor es el acercamiento de muchos líderes socialistas al mundo de los negocios, que los llevó incluso a ser parte de directorios y a participar del sistema que sus antepasados combatieron con fuerza e incluso con la vida. Un tercer aspecto se refiere al cambio generacional, que lleva a muchos jóvenes del presente a no aceptar la derrota de 1989, sino a enfrentar a quienes han dominado desde entonces. De esta manera, Podemos enrostra a Felipe González su postura desde el Gobierno y la política general de la transición española, mientras en Chile el damnificado es Ricardo Lagos, a quien los jóvenes izquierdistas ven como cercano a posiciones a favor del mercado y los empresarios.

Finalmente, no podemos dejar de mencionar que el alejamiento del poder permite madurar algunas ideas (esta ha sido la situación de las izquierdas extraparlamentarias), mientras que la perpetuación en la administración de un país genera cierto desgaste y anquilosamiento (situación que afectaría a la socialdemocracia o a la Tercera vía en sus respectivos países). Esto lleva a enfrentar a las eventuales “nuevas ideas” con la vieja burocracia, con todo lo que significa esta dicotomía, que por momentos se vuelve maniqueísta.

El futuro está abierto, pero no cabe duda de que la socialdemocracia tradicional, o los herederos de la Tercera Vía, deben ser capaces de reinventarse -o bien de promover con más orgullo y liderazgo su ideario tradicional- para poder ser relevantes en los debates futuros, además de lograr ser nuevamente una fuerza poderosa y con Gobiernos importantes a nivel mundial. En ocasiones aparecen apocados y hasta avergonzados de sus ideas y logros en las transiciones democráticas de sus países. Pero no es casualidad que figuras como Felipe González y Ricardo Lagos exijan democracia en Venezuela y condenen la arbitrariedad de su Gobierno, mientras otros grupos de izquierda siguen siendo tan chavistas y castristas como siempre.

El Gobierno de la Concertación liderado por Lagos (2000-2006) fue una clara expresión de esa base doctrinal y al retirarse de La Moneda el gobernante chileno tuvo un reconocimiento transversal. Sin embargo, pasados algunos años,  la situación ha cambiado: los jóvenes de izquierda lo critican hasta la saciedad, el Partido Socialista lo bajó como candidato presidencial y no ha tenido muchos defensores en las disputas políticas o doctrinales del último tiempo. Es parte de la muerte de la Tercera Vía o de la socialdemocracia de la transición y de los años posteriores.

Si no hay una reacción o acción al respecto, los socialdemócratas dejarán un amplio espacio abandonado en el mapa político y, más importante todavía, no serán ese factor de moderación política y sentido de unidad que constituyeron a fines del siglo pasado y comienzos de este. Para muchos en la actualidad esto podría carecer de valor, mientras para quienes vivieron la vorágine revolucionaria del siglo XX —con sus desgastes y contradicciones, guerras y golpes de Estado—, la Tercera Vía se convirtió en una esperanza, menos épica, pero más práctica y con mejores resultados, de la mayor igualdad que decían perseguir los socialistas.

 

Alejandro San Francisco, historiador, columna publicada en El Imparcial, de España

 

 

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