La niña de diez años se queda sin colegio, pero no es un drama. A veces pasan cosas, a veces llueve… estamos en Chile. Pero no, en este caso no es la lluvia, sino el fuego: la niña no va al colegio porque ya no hay colegio. El suyo es uno más de los arrasados por las llamas en esa zona que abandonó el país. El ataque de esta semana no es novedad: sólo en escuelas, ya van varias decenas en los últimos años. La niña no irá al colegio, pero en Chile no es un drama.

A decir verdad, tampoco fue un drama que durante la pandemia pasara casi dos años frente a la televisión, sin contacto con su profesores, ni con sus compañeros, ni con un solo libro. No fue un drama que llegara a cuarto básico sin reconocer todas las letras del abecedario ni que apenas lograra unir unas pocas sílabas. Al menos estaba en la escuela; otros simplemente no volvieron.

Este año estaba empezando a leer. Disfrutaba los libros ilustrados de la biblioteca. Ahora no tendrá más que las etiquetas de los envases o los carteles de la calle. Quizás en marzo consiga ir a la escuela del otro pueblo, siempre que su hermano pueda llevarla, porque es peligroso el camino. Y siempre que a esa escuela no haya llegado el fuego. Como a la capilla. Y al tractor y el galpón de sus tíos.

La niña no sabe qué significa estado de excepción constitucional, ni Coordinadora Arauco Malleco, ni Estado fallido. No entiende los mensajes del lienzo encontrado tras el incendio ni qué tienen que ver con su escuela. Tampoco sabe que en Santiago las preocupaciones son otras, que el gobierno navega en su propia crisis, que se suceden los gabinetes y las declaraciones. No puede imaginar un gremio de profesores enclaustrado en sus intereses, ni ministerios en los que no ocurre casi nada más que fraude. No podría entender qué quiere decir “Chile” cuando su escuela no es drama para nadie.

Probablemente no sabe que quienes nos gobiernan alguna vez lucharon por la educación, que fue su primera bandera política. Si lo supiera, quizás les diría que hay pocas cosas más importantes que esos niños sin colegio que no marchan. Tampoco sabe que, junto con exigir cambios estructurales en materia educativa, contribuyeron a la validación de la violencia, al deterioro de la autoridad en la escuela, al abandono de cada uno a su suerte. Si lo supiera, comprendería que la compasión de hoy no es suficiente.

Para que su drama fuera realmente el drama de Chile, se requeriría algo más que unas palabras dolidas y declaraciones de buenas intenciones. Centrar las energías políticas en esta tragedia educativa es una oportunidad para un gobierno agonizante, pero sobre todo una exigencia de justicia. Seguir ignorándolo se ha vuelto cada vez más difícil de soportar.

Investigadora de Signos, Universidad de los Andes.

Deja un comentario

Debes ser miembro Red Líbero para poder comentar. Inicia sesión o hazte miembro aquí.