Se acerca un nuevo aniversario del “octubre de Chile”, ese movimiento que en pocos días terminó con más de 70 estaciones de Metro quemadas, cientos de saqueos en todo el país, y horribles recuerdos como “el que baila pasa”, que nos hablaban de un país con mucho resentimiento y poca voluntad de diálogo.

En esto no hay que ser miope: el malestar social era innegable y por ello era —y sigue siendo— necesario un nuevo pacto social, pero la complacencia de la izquierda más dura con la violencia fue tan irracional que hasta contaminó el proceso constituyente. Incluso Jorge Baradit lo reconoce en su libro, cuando relata la interrupción de la ceremonia de inauguración ¡apenas cuatro minutos después de iniciada!: “Fue la primera de muchas veces en que sentí una sensación de frustración, impotencia y fracaso a lo largo del proceso. Tenía la percepción cierta de que lidiábamos con un tipo de fuerzas profundas y antiguas. Un primer choque de mundos y urgencias descontroladas”.

De hecho, el remate que líneas después hace el mismo cronista y ex constituyente, lo deja muy claro: “Debimos haber entendido con mayor rapidez que no nos representábamos solo a nosotros mismos sino a todo un país bastante más moderado y respetuoso de las instituciones”. Excelente como reflexión, aunque llega excesivamente tarde.

Es curioso cómo el recuerdo del proceso que se inició en octubre de 2019 ha ido mutando en el inconsciente colectivo: de ser “la revolución de los 30 pesos”, que se enseñaría con valentía y orgullo en los colegios, hoy es el “octubrismo”, un período oscuro en que muchos actores políticos no tuvieron los cojones de ponerle un parelé al fanatismo que literalmente estaba destruyendo el país. Sin duda, detrás del 62% que obtuvo el Rechazo en el plebiscito de salida hay mucho de eso. Septiembre le ganó a Octubre.

Sin embargo, en La Moneda, la supuesta “casa de todos”, no lo han entendido así, y sigue siendo la casa del octubre rojo. En estos siete meses no han sido capaces de condenar la violencia social, ni en la Araucanía, ni en el norte del país, ni menos hacer un juicio histórico a lo que fue el estallido social. El joven Boric que se vio sulfuroso diciéndole en su cara a los militares “ustedes no pueden estar aquí” en plena Plaza Italia hoy guarda silencio. Es cierto que hoy ha adscrito a la ética de la responsabilidad de Max Weber, y se ha apurado en señalar medidas contra delitos aislados (como el del Carabinero brutalmente asesinado en San Antonio), pero nunca se ha escuchado un compromiso del Ejecutivo con el orden público, la recuperación del Estado de Derecho y el término del terror en las ciudades y el mundo rural.

Al contrario, hoy el Gobierno del Presidente Boric es cómplice del octubrismo, al premiar a un personaje como Nicolás Valenzuela Leví, quien aplaudió la evasión masiva en el Metro y cuestionó los datos del académico Iván Poduje sobre daños en las estaciones, con el título de director de Metro S.A. Es como si hubieran puesto a Pancho Malo en el Ministerio del Deporte, ni más ni menos.

Mientras La Moneda siga siendo la casa del octubrismo, y no haya una profunda y honesta condena a la violencia que se ha expandido durante los últimos años, no tendremos solidaridad, ni diálogo cívico, ni paz social. Y para ello, sacar de la tarima de autoridades a personajes como Valenzuela Leví, es un “desde”.

Sólo hay una fórmula para vencer el clima inusitado de violencia social que se ha instalado en Chile: la absoluta condena a las formas ilegítimas y dañinas de protesta, por parte de toda la clase política. Y el mejor ejemplo parece estar al norte del continente. Recientemente, Estados Unidos tuvo dos episodios de desorden que se podrían haber salido de las manos: las protestas del “Black Lives Matter” tras la cobarde muerte de George Floyd, en mayo de 2020, y el asalto al Capitolio en enero de 2021. En ambos episodios, todo el espectro político norteamericano, desde el Tea Party hasta el socialismo de Sanders, no dudó en condenar la violencia y hacer un llamado a la ciudadanía a restarse del caos. Así, sólo una voz clara y amplia de todo el poder político puede ponerle freno al octubre rojo chileno. La pregunta es si La Moneda estará disponible para ello.

*Roberto Munita es abogado, sociólogo y master en Gestión Política George Washington University.

Abogado, sociólogo y master en Gestión Política George Washington University

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