La guerra de Israel contra Hamas está preñada de preguntas para quienes quieren entenderla desde la racionalidad. La primera incide en su increíble previsibilidad.

En columnas anteriores dejé en claro (espero) que los políticos israelíes ilustrados la respondían asertivamente: cualquier gran desgracia era previsible. Con Yitzhak Rabin y Shimon Peres a la cabeza, advertían a religiosos, colonos y rivales políticos -entre los cuales Biniamin Netanyahu- que volver a las fronteras bíblicas era una utopía pues no hay victoria militar eterna sobre adversarios irreductibles. De esa idea nacieron los encuentros de Madrid de 1991, los Acuerdos de Oslo de 1993 y el reconocimiento de la Autoridad Palestina (AP) liderada por Yasser Arafat. Tragando sapos ideológicos o místicos, todos -israelíes y palestinos- debían negociar “paz por territorios”.

También coincidían en esa previsibilidad los mejores intelectuales israelíes, entre los cuales el prestigioso escritor David Grossman. En su reportaje El viento amarillo -escrito en 1987, vísperas del vigésimo aniversario de la Guerra de los Seis Días- entrevistó a palestinos y colonos de los asentamientos, develando la intensidad de los odios mutuos y el escapismo de “no ver la desgracia que se nos avecina”. Transcribo las dos siguientes frases de su última página: “La experiencia histórica mundial demuestra que una situación como la que nosotros mantenemos aquí no puede durar mucho tiempo. Y, si dura, exigirá un precio de muerte”.

También incide en la primera pregunta un acontecimiento externo que no se procesó como debía. Me refiero a los atentados de Al Qaeda contra los EE.UU., de 2001, con Osama Bin Laden invocando la causa palestina. La réplica de George W. Bush, concebida como guerra contra el terrorismo y los países que apoyaban terroristas, prefiguró el nuevo tipo de guerra que hoy se desarrolla en Israel. El historiador norteamericano Paul Kennedy verificó, entonces, que la simpatía extranjera ante los horrores del fundamentalismo islámico se relacionaba más con la muerte de civiles inocentes que con el apoyo a la democracia norteamericana. Agregó que la política exterior de Bush se reducía a “ponernos en marcha con un enorme peso militar para destruir demonios como los talibanes y retirarnos luego a nuestras bases y campamentos”.

Como se sabe, los talibanes afganos hoy están de nuevo en el poder.

PREMISAS PARA TERCEROS

En ese marco de previsibilidad, la guerra Israel-Hamas en desarrollo actualizó cuatro advertencias previas para terceros países.

Primera: el conflicto palestino-israelí no sólo es permanente desde la partición territorial dispuesta por la ONU en 1947. Su raíz es bíblica y, por tanto, georreligiosa.

Segunda: Su explosividad bélica es contaminante no sólo a nivel región. Por eso, controlarlo fue parte importante del balance estratégico -el “equilibrio del terror”- de la Guerra Fría. La Unión Soviética apoyaba a la AP y los EE.UU. a Israel.

Tercera: el fin de la Guerra Fría liberó las fuerzas políticas extremas dentro y fuera de Israel. Por una parte, el gobierno de Netanyahu desahució los Acuerdos de Oslo de 1993 y potenció la política de asentamientos en territorios palestinos. Como contrapartida, Hamas potenció su concepto de Dar el Harb (Casa o lugar de la guerra) aplicable a los territorios que no están bajo soberanía del Islam y renovó el compromiso de su Carta de principios: “Israel existirá hasta que el Islam lo destruya”. Por añadidura, organizaciones fundamentalistas de los países islámicos apoyaron la causa de Hamas contra la causa de la AP.

Cuarta: En ese complejísimo contexto, Chile mantuvo una política de Estado de neutralidad activa. Por una parte, apoyaba los Acuerdos de Oslo y la definición onusiana sobre fronteras seguras para Israel y la creación de un Estado Palestino independiente. Por otra parte, reflejaba un interés nacional concreto: evitar que el conflicto contaminara, malograra o exasperara la relación interna entre las comunidades de chilenos árabes y judíos. Como hechos en esa línea, el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle negoció con la AP de Arafat la apertura de una oficina no diplomática en Ramallah y el gobierno de Sebastián Piñera reforzó a la debilitada AP de Mahmoud Abbas mediante un reconocimiento retórico de estadidad.

Nota: dicho reconocimiento fue retórico, en cuanto indiferente para Israel, la potencia geográfica y ajeno para los Estados que se rigen por el principio de efectividad. Traduzco: la AP no tenía control total sobre el territorio reclamado y la dualidad del poder palestino, ante la emergencia de Hamas en Gaza, le impedía el mínimo necesario de gobernabilidad.

CONCLUSIONES A INICIOS DEL MILENIO

En 2001, con base en esas cuatro premisas y tras cumplir una misión diplomática en Israel, produje ocho y media conclusiones, que actualizo a continuación, con algunas glosas entre paréntesis:

PRIMERA. Ante las polarizaciones internas en ambas partes, los negociadores de Oslo no hicieron docencia masiva sobre el requisito esencial de cualquier negociación: que las partes renuncien a la pretensión de imponer sus posiciones máximas. Si nada hay que conceder, las conversaciones coexisten con atentados y represalias y cualquier avance puede adjudicarse más a la violencia que a la diplomacia.

SEGUNDA. Un proceso concesivo de negociación implicaba riesgos personales para los negociadores y mandantes. Las fuertes minorías adversas a Oslo demostraron que no sólo podían socavar las confianzas políticas respectivas, sino que podían llegar al magnicidio. Fueron los casos de Arafat, cada vez más irrelevante en la población palestina y del primer ministro israelí Yitzhak Rabin, asesinado por un religioso judío. 

TERCERA. Los riesgos políticos de las negociaciones derivadas de Oslo, como las de Camp David II, lucían más altos en lo sistémico para los palestinos de Arafat, que para el entonces primer ministro israelí Ehud Barak. Aquel debía negociar un proyecto de Estado sin Ejército profesional, sin institucionalidad democrática y con la oposición activa de Hamas y las organizaciones fundamentalistas apoyadas por Siria, Irak, Irán y Al Qaeda. Por eso, Barak pudo arriesgar  el fin anticipado de su mandato (lo que sucedió). Tácitamente, entendía que su fracaso diplomático no amenazaba la sobrevivencia de un Estado con cinco décadas de vigencia, un poder militar sofisticado y un sistema democrático que garantizaba la alternancia.

CUARTA. Con todo, el fracaso de Camp David II abrió nuevas posibilidades para negociaciones futuras. Las concesiones posibles, que planteó Barak y el silencio con que las recibió Arafat, sugerían un comienzo de desbloqueo de las posiciones maximalistas. Parecía lógico volver a ese momento, en negociaciones futuras, para llegar a un consenso que permitiera estructurar un Estado Palestino viable, yuxtapuesto a un Israel seguro. Sin embargo, a esa altura la fundamentalista Hamas, con su política de liquidar Israel, concitaba mayor apoyo palestino que la AP.

QUINTA. El frustrado proceso de paz marcó un gran desfase cultural entre cúpulas políticas y bases sociales de ambas partes, confirmando, a) que las mayorías débiles deben transformarse en mayorías fuertes si quieren imponer proyectos de envergadura total y b) que para ello no sirve el liderazgo autoritario ni basta el trabajo político orientado hacia las elecciones próximas.

SEXTA. El conflicto no puede ni  debe ser analizado sólo desde los prismas políticos, económicos, jurídicos y sociológicos de las democracias occidentales. Cualquier análisis que se pretenda válido, debe dar cuenta de sociedades donde la religión no se mantiene sólo en el ámbito privado y/o donde lo político-cultural depende de lo cultural-religioso.

SÉPTIMA. En el marco de la post Guerra Fría sigue vigente el compromiso de los EE.UU. con cualquier proceso de paz en el Medio Oriente. Sus gobernantes, por serlo de una superpotencia única (en la época lo era), no pueden aspirar a roles de simple observador. Bin Laden ya demostró al liderazgo norteamericano que era inútil tratar de eludir un conflicto, si el conflicto no quiere eludir a los Estados Unidos. 

OCTAVA. La AP podrá declarar la estadidad palestina de manera unilateral (es lo que hizo), pero sólo con efectos retóricos. La viabilidad de un futuro Estado Palestino sigue dependiendo de un relanzamiento del proceso de paz, con apoyo internacional y con un claro rechazo a las pretensiones tutelares de los fundamentalismos islámicos. En esa línea los sucesores políticos de Arafat deben fortalecer su ascendiente social interno, para contener a las organizaciones palestinas que aplican métodos terroristas. El gobierno de Israel, por su parte, debiera valorar con realismo la vigencia de la AP, evitando impulsarla a la órbita de las organizaciones fundamentalistas.

MEDIA. Si hay un país donde a los analistas que formulan conclusiones asertivas les ha ido mal, ése es Israel.

PREMISAS ACTUALES

23 años después, con la guerra de Israel contra Hamas en desarrollo, la enorme complejidad del conflicto se ha convertido en un misterio mayor. Lo sintetizo con dos nuevas premisas que originan nuevas interrogantes:

Premisa 1. Geopolíticos y filósofos del Derecho dicen que reconocer a fuerzas insurgentes como poder beligerante presupone un estado de guerra civil, que puede asumir el carácter de una guerra internacional.

Premisa 2. Para ese efecto, los insurgentes deben tener un gobierno, una organización militar y dominar una parte del territorio del Estado enemigo, que así muta en teatro de operaciones.

A partir de premisas de ese tipo, Hans Kelsen, uno de los más célebres iusfilósofos del siglo pasado, formuló la siguiente conclusión en su Teoría General del Derecho y del Estado: “Por el dominio efectivo del gobierno insurgente sobre una parte del territorio y del pueblo del Estado envuelto en la guerra civil, fórmase una entidad que realmente se parece a un Estado”.

Las interrogantes derivadas son las siguientes:

  • Netanyahu, al declarar la guerra a Hamas… ¿no está reconociendo a esa organización como un poder beligerante con gobierno, territorio y fuerza militar propios?
  • A la inversa de los reconocimientos retóricos de estadidad… ¿No estamos asistiendo al reconocimiento de un Estado palestino real con sede en Gaza y con efectividades de soberanía? 
  • De entenderse así… ¿no sería una gran paradoja, dado que Netanyahu llegó al poder para negar la posibilidad de un Estado palestino independiente? 
  • En ese contexto y de mantener su política… ¿Puede subsistir la AP como representante legítima de un sector palestino?

INTERROGANTE DE CIERRE

Lo anterior basta para entender lo problemático o lo simplemente ideológico de los alineamientos externos sobre la guerra en desarrollo. Sus portavoces raramente están informados de la Historia aquí esbozada, coexisten mal con principios pacifistas de la Carta de la ONU y es muy difícil que, fuera del Medio Oriente, representen intereses nacionales.

Por lo mismo, la gran interrogante que formulo a fin de columna se relaciona con el brusco cambio de la política exterior de Chile. En efecto, tras diversas pruebas de desafecto a Israel, nuestro gobierno se ha alineado no con la causa palestina, en general, sino con la causa islámica de Hamas. Para ese efecto, está actuando ante jueces internacionales, «para investigar los crímenes que se cometen en el Territorio Palestino Ocupado». Por el momento, lo acompañan en esta empresa judicial Sudáfrica, Bangladesh, Bolivia y Comoras.  Como era de esperar, los chilenos de la comunidad judía han protestado públicamente pues “Chile ha tomado el claro camino de enemistarse con Israel”, soslayando que Hamas inició la agresión y fomentando el antisemitismo en el país

Ante estos desarrollos, la pregunta doméstica y final es la siguiente:

¿Estamos ante una nueva política exterior de Estado, una política exterior de gobierno o una política exterior presidencial?

Periodista, escritor y Premio Nacional de Humanidades 2021

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2 Comentarios

  1. De acuerdo, es la agenda personal de Boric pero también contenta a parte de su coalición, llámese PC + FA y posiblemente también a algunos que se autodefinen como socialdemócratas. Es de esperar que no termine siendo política de Estado, aspecto en que gran responsabilidad le cabe al Canciller y a los diplomáticos profesionales.

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