La prensa ha informado de una carta firmada por Marco Enríquez-Ominami, acompañado por un selecto grupo de parlamentarios de la Nueva Mayoría, entre los que se cuentan los senadores Quintana (PPD) y Rossi (PS), las diputadas Vallejo y Cariola (PC), así como el diputado Jackson (RD), entre otros.

Por su contenido, firmantes y oportunidad, esta misiva dice mucho más de lo que se lee en el tenor literal de sus palabras. Está muy lejos de ser un hecho más de la política estival y merece no pasarse por alto ligeramente.

Si alguien todavía tiene alguna duda que la Nueva Mayoría tiene candidato presidencial y que ese candidato es MEO, significa que lleva meses muy distraído. Los acercamientos son evidentes, de manera extraordinariamente hábil Marco ha ido levantándose no solo como la opción más competitiva del pacto de gobierno, sino como el que mejor lo representa políticamente hacia el futuro.

Recuerdo haber escuchado a algún dirigente democratacristiano decir que “por la puerta que entre MEO a la Nueva Mayoría sale la DC”, pero esa sola expresión es de una ingenuidad asombrosa, porque los liderazgos políticos ingresan y determinan las relaciones de poder de muchas formas, partiendo por los proyectos concretos que se impulsan y las posiciones que se defienden en el debate público.

Por esa vía, Enríquez-Ominami entró hace mucho rato y sigue haciéndolo a diario, de manera que esa suerte de ultimátum no pasa de ser una bravata, ya que ese día en que el líder del PRO ingresará en una ceremonia formal, con fanfarrias, banderas rojas y puños en alto no llegará nunca. De hecho, lo que hay es una puerta abierta de par en par, por la que la Nueva Mayoría transita inexorablemente hacia el liderazgo de MEO, con la DC marchando en el medio del tropel y dedicada a encarnar su vocación política más profunda: elaborar discursos que explican por qué hacen lo contrario de lo que piensan.

La carta es un cirio más en las gélidas ceremonias fúnebres con las que la Nueva Mayoría despide a la Concertación, en su paso hacia las tinieblas de la muerte. Claro, porque la misiva nos anuncia la voluntad común de los firmantes por “avanzar en una dirección que comience a superar el modelo neoliberal”.

Ese modelo con el que Aylwin contemporizó a través de la llamada “democracia de los acuerdos”; que Frei profundizó privatizando el agua “de todos los chilenos”; que Lagos legitimó mediante el virus de las concesiones, verdadero germen infeccioso a través del cual el capital privado se atrevió a contaminar la esencia y pureza de “derechos sociales” como la salud o el esqueleto del espacio público, vale decir las autopistas y carreteras.

Esta carta es también la primera piedra -o la primera página- del próximo programa de gobierno. Leamos a los remitentes: “Chile necesita una fuerza transformadora amplia, no excluyente, que proponga un programa que radicalice la democracia”.

¿Qué significa esto de radicalizar la democracia? Puede ser que Pablo Iglesias, el dirigente principal del Podemos en España, nos ayude a entender mejor este nuevo concepto de “democracia radical”. Escuchemos a Pablo Iglesias: “Estamos en un momento crucial para disputar nociones como democracia o soberanía, para decir que sin derechos sociales no hay democracia, para decir que la democracia no es el que existan procedimientos de elección de élites políticas. Está bien que se vote, pero la democracia es repartir poder. Y si no hay derechos sociales, si a uno le quitan el derecho a acceder a una vivienda digna, el derecho a la educación, o a un sistema sanitario decente, esas medidas, con votos o sin votos son antidemocráticas”.

No es poco esto de radicalizar la democracia. Si integramos el discurso de políticos e intelectuales de izquierda, el resultado es bastante nítido. Los llamados derechos sociales solo existen cuando se proveen por el Estado, porque no pueden quedar entregados a la capacidad de pago, característica propia del mercado; ergo, si el Estado no está directamente a cargo de la provisión de educación, salud, vivienda, seguridad social, así como de ser garante del pluralismo de los medios de comunicación, no existe verdaderamente democracia. Y ojo con el corolario de Iglesias. Nos dice que si una posición diferente impulsa políticas contrarias con el apoyo popular a través de los votos, “esas medidas son antidemocráticas”.

En pocas palabras, debemos entender por radicalizar la democracia una forma de organización de la sociedad que recoge el proyecto político de la izquierda, el que se identifica así con la esencia misma de la democracia y que, por lo tanto, no se puede disputar electoralmente. A mí, por lo menos, me recuerda a la República Democrática Alemana, una sociedad en la que, como sabemos, había una forma muy radical y amurallada de democracia.

Al menos hay algo por la que la historia no podrá juzgar a la izquierda: siempre nos ha dicho con total franqueza lo que va a hacer; pero los receptores nunca han querido creer a tiempo lo que nos dicen sus cartas. Excepción sea hecha de Churchill, pero lamentablemente en esta época en que todos hacemos dieta, fumar es una conducta impropia y un whisky puede conducir a la cárcel, es difícil encontrar a algún señor gordo, con un puro en una mano y un vaso en la otra, dispuesto a decir que “el socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”.

Gonzalo Cordero, Foro Líbero.

FOTO: PAUL PLAZA/ AGENCIAUNO

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