Uno de los principales defectos de la mala política es “la falacia del mejor caso posible”: la idea errada que tienen los políticos de que siempre que planifican algo todo va a salir perfecto; no hay errores ni imponderables y la gente no reacciona ni defiende su vida, trabajo, familia, libertad ni patrimonio. Son los políticos que el filósofo inglés Roger Scruton, en su libro “Las bondades del pesimismo” (editorial FPP), denominaba los “optimistas inescrupulosos”. La razón de este comportamiento radica en que ellos rara vez sufren las consecuencias de sus decisiones. Y por eso, cuando se trata de decisiones que repercuten en su propia vida o propiedad, son más cuidadosos.

Varias personas sensatas y que respeto apoyaron el primer retiro de las AFP. Hoy, oponiéndose al cuarto, lo justifican explicando que no se representaron que la clase política se iba a comportar en forma irresponsable. La verdad es que la probabilidad de que eso ocurriera era muy alta (y por eso la Constitución actual limita su poder). Sin embargo la gente prefirió ignorarlo. Son esos idealistas románticos que creen que basta con la voluntad de querer algo y la fe de que se trata de algo bueno para que todas las miserias humanas se olviden, se alineen todas las virtudes y aparezca un hombre nuevo que se comporte distinto a como se ha comportado los últimos 300 mil años.

Salvo honrosas excepciones, los políticos piensan en su próxima reelección y no en el bienestar general; las personas privilegiamos el consumo sobre el ahorro; el interés propio por sobre el bien común, y a la gente le encanta compartir lo ajeno y conservar lo propio. A unos pueden gustarle o no estas preferencias, pero nadie debiera ignorar que existen, menos si se dedican a diseñar políticas públicas. Por supuesto la historia está llena de excepciones. Pero precisamente porque son excepcionales los declaramos héroes, estadistas o santos.

La aciaga realidad que atraviesa nuestro país es responsabilidad de los optimistas inescrupulosos. ¿Se acuerdan de Bachelet II? Iban a subir impuestos y recaudar más sin lesionar el crecimiento ni desalentar la inversión. Resultado: menos empleo, menos inversión, estancamiento de remuneraciones y menor recaudación. Iban a modificar la educación para que fuera gratuita y de calidad. Resultado: nada es gratis porque la pagamos todos y el impacto en menores inversiones y pérdida de calidad ha sido brutal. Pero ninguno de los promotores de estas malas ideas sufrieron las repercusiones de sus decisiones. De hecho, varios terminaron -incluyendo a la ex presidente- en organismos internacionales, con buenos sueldos, mejores jubilaciones, liberados de impuestos y pontificando contra la desigualdad.

Qué decir del proceso constituyente… Mucha gente que votó “Apruebo” tenía la esperanza de llevar adelante un proceso civilizado en que prohombres asesorados por juristas de excepción redactarían una constitución política que ensombrecería la de Jefferson. No contaban con que la tía Pikachu, el Pelado Vade y la autodenominada “pendeja flaite” tendrían a cargo su redacción. Hoy está lleno de optimistas arrepentidos, pero el daño ya está hecho.

Ahora mismo en el Congreso se discuten, además del cuarto retiro, sendos proyectos para disminuir la jornada de trabajo y distribuir más utilidades entre los trabajadores, como si nada de eso perjudicara el empleo, las jubilaciones, la inflación, la inversión y las remuneraciones. A eso usted le agrega los proyectos frenteamplistas de impuestos al patrimonio e incorporación de no dueños en los directorios y nos vamos todos a jugar a la B. Pero a pocos parece importarles, como si esto fuera a ocurrir en Andrómeda y no les va a afectar en su vida, libertad y propiedad. Les tengo una mala noticia, los efectos serán inmediatos y muy difíciles de revertir.

Hoy existen muchos optimistas inescrupulosos que dicen que no se pierde nada probando con Boric y la pintoresca coalición que lo apoya, que incluye rostros de farándula, académicos sin experiencia práctica alguna, jóvenes revolucionarios, intelectuales de cafetín y cuicos abajistas. Ninguno de nosotros le encargaría a esa constelación de diletantes el cuidado de nuestra familia o patrimonio. Pero no son pocos los que están dispuestos a encargarles el país. ¿No será mucho el optimismo?

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