Esta semana el ministro Nicolás Eyzaguirre dio cátedra en cuanto a la obsecuencia de un relato sin fundamentos y lleno de retórica. “Aunque les pese, este gobierno acercó a Chile a ser un país desarrollado”, o “A pesar de lo cansado que estoy -y más por la Presidenta que por mí- me hubiera gustado (estar) un año más, porque así podríamos haber demostrado fehacientemente que el tema del crecimiento económico no tenía que ver con las reformas, sino que con el ciclo”, son las frases para el bronce que se despachó el ministro tratando de culpar al ciclo económico por los malos resultados objetivos del segundo gobierno de la Presidenta Bachelet.

Ya antes, en agosto del año pasado, había dicho: “Tenemos tan mala pata que el mejor crecimiento se verá hacia el próximo año, entonces van a decir que es obra del futuro gobierno”. Un ministro de Hacienda que atribuye a la mala suerte o al ciclo económico los resultados de su gestión es uno que no ha entendido que la economía funciona en base a señales y acciones de política pública.

Es evidente que la reforma tributaria de 2014 causó un daño profundo en la economía y en las arcas fiscales, ya que el freno al crecimiento fue tan brutal, que para 2015 se proyectó inicialmente 3,6% de crecimiento, el que luego se bajó a 2,25% y terminó siendo 2,1%.A diferencia de Eyzaguirre, el ministro Rodrigo Valdés fue más honesto y en marzo 2017 respondió a las críticas por el bajo crecimiento diciendo: «Es injusto (las críticas), nunca he negado el efecto de las reformas», lo que da cuenta del profesionalismo con que Valdés asumió su función.

El tema está en que el ideario reformista profundo que implantó el segundo gobierno de Bachelet, con Rodrigo Peñailillo y Alberto Arenas a la cabeza del circulo de hierro de la Mandataria, causó serios perjuicios al sistema económico y afectó de forma importante su capacidad de crecer. En mi opinión, lo más grave fue, por una parte, el cambio del sistema tributario de base retirada a base devengada y, por otra, la desintegración del sistema tributario.

En simple, antes se pagaba impuesto sobre las utilidades retiradas, por lo que las no retiradas quedaban exentas hasta que lo fueran. Eso dañó profundamente el sistema de inversión y ahorro, ya que la fuente más barata de inversión que tiene una empresa son sus utilidades, y con la reforma que obligó a pagar impuestos sobre las utilidades independiente de si eran retiradas o no, se gravó la inversión.

Lo otro que hay detrás de esto es que el gobierno supuso que las utilidades eran caja disponible y que el empresario (recordar “los poderosos de siempre” que instaló comunicacionalmente La Moneda en algunos videos promocionales de la reforma) se la lleva a su casa y la guarda en bóvedas ocultas en sus mansiones. Nada más alejado de la realidad.

Las utilidades de una empresa pocas veces están en la caja, ya que normalmente están en inventarios, maquinarias o cuentas por cobrar, y por lo tanto nunca en la caja, como nos quiso hacer creer el ministro Arenas. Con esto resulta obvio que la economía chilena iba a detener su crecimiento y por ende la recaudación tributaria se resentiría también; sin embargo, el gasto siguió creciendo año a año y con crecimiento detenido, recaudación tributaria frenada y gasto desenfrenado el resultado en la deuda era previsible: se duplicó, llegando a más de 60.000 millones de dólares.

Nadie en su sano juicio puede decir que esto es obra de la mala suerte o culpa del ciclo económico, ya que las malas políticas públicas y las desconfianzas hacen que la gente no gaste ni tampoco invierta, la peor combinación.

 

William Díaz, economista

 

 

FOTO: CRISTOBAL ESCOBAR/AGENCIAUNO

 

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