La importante votación obtenida por Guillermo Lasso en las elecciones de ayer en Ecuador augura un buen año para la centroderecha latinoamericana. Si bien deberá medirse con el candidato oficialista —el vicepresidente de Rafael Correa, Lenin Moreno— en una segunda vuelta programada para abril, el porcentaje obtenido en las urnas ha terminado por escribir una importante página en la historia reciente de América Latina, considerando también lo que pasó en los balotajes de Perú y Argentina hace pocos meses atrás: ni Pedro Pablo Kuczynski ni Mauricio Macri terminaron en el primer lugar en sus respectivas primeras vueltas, pero lograron derrotar a sus adversarios en definitiva, después de sortear numerosos obstáculos durante sus campañas.

No son pocos los elementos que tienen en común Lasso, Macri y Kuczynski. En los tres casos, ninguno era el favorito para ganar las elecciones, principalmente debido a la potencia del oficialismo y a posibles focos de intervencionismo electoral; en el caso de Kuczynski, esto quizás fue más atenuado, por cuanto el candidato de Ollanta Humala (Daniel Urresti) se retiró de la competencia antes de las elecciones; pero sin lugar a dudas, ser “opositor” fue un factor importante en contra, tanto en el caso de Macri como en el de Lasso. Por este motivo, la sorprendente votación de ambos es una demostración de que, con campañas ingeniosas y una buena estrategia, se puede jugar incluso contra la falta de apoyo estatal.

Esto nos lleva al segundo punto de intersección en las recientes campañas de la centroderecha o del mundo liberal, entre Ecuador, Perú y Argentina. En los tres casos, los candidatos fueron capaces de mantener el clásico discurso de las derechas —que destaca sus atributos primigenios, como la eficiencia, la responsabilidad fiscal o la búsqueda del orden público—, pero a la vez lograron mostrar preocupación por asuntos históricamente vinculados a campañas de izquierda, como respeto por las minorías, inquietud por el medio ambiente o vocación por recuperar la confianza social y combatir las injusticias, entre otros. Es decir, esas campañas lograron enfatizar la presencia de candidatos inteligentes, certeros y eficientes, pero a la vez, humanos, con conciencia social y con suficientes habilidades blandas para desempeñar un buen rol como líderes políticos.

Esta idea ha sido recogida en un reciente estudio publicado por el comunicólogo español Xavier Peitibi, que comparó las cuentas de Instagram de Guillermo Lasso y Lenin Moreno. En su opinión, el primero fue mucho más hábil que el segundo para transmitir emociones y confianza al electorado, sugiriendo con ello que habría habido una estrategia en torno a “humanizar al candidato” a través de esta plataforma. Una sola frase lo resume todo: “En comunicación política prima lo emocional a lo racional, y un banquero o un rico empresario no causa emociones. Por ello su interés en que les conozcamos, que sepamos quiénes son, no como políticos, sino como personas. Es por ello que nos muestran sus sentimientos, sus vidas, sus amigos y sus familias, en todo un gran ejercicio de comunicación política.”

Las lecciones de la buena campaña realizada por Guillermo Lasso pueden ser muy ilustrativas para nuestro país. El candidato de Chile Vamos en la elección presidencial de este año debe ser capaz —tal como en su momento lo consiguieron Lasso, Macri y Kuczynski— de responder a las necesidades de mejor gestión y prudencia fiscal, pero al mismo tiempo, de empatizar con la gente y mostrar preocupación por las demandas ciudadanas más importantes, lo que constituye un desafío no menor. Afortunadamente, el péndulo político parece hoy inclinarse hacia allá, lo que debe llenar de esperanza a Chile Vamos y a la población que representa.

Hoy, luego de un largo período en que el populismo y el socialismo imperó en Sudamérica, todo parece indicar que el continente mira a la derecha.

 

Roberto Munita, abogado, magíster en Sociología y en Gestión Política, George Washington University

 

 

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