Profesionales de la sospecha

Primero fue Juan Andrés Lagos, asesor PC de Interior, cuestionado por su acceso a expedientes; luego fue Luis Cuello, jefe de la bancada de diputados PC, criticado por opinar que el término de las movilizaciones afectó la no aprobación de las reformas; ahora es Lautaro Carmona, el presidente del partido, que recibió una crítica transversal por afirmar que el régimen de Maduro no es una dictadura.

A veces con razón y otras con muy poca, el caso es que todas las semanas tenemos un comunista destacado por la prensa y vapuleado por la derecha.

El próximo protagonismo, sin duda, se le otorgará a la diputada Karol Cariola que aspira a que el acuerdo administrativo le permita presidir la Cámara; la seguirá la ministra vocera, Camila Vallejo; y si Carmona no hace nuevos méritos, le llegará el turno al senador Daniel Núñez, quien ya criticó fuertemente la sesión especial del Senado por el secuestro de Ronald Ojeda y es propenso a las polémicas.

Se puede constatar que el esfuerzo más sistemático de los últimos meses lo ha hecho la oposición en base a alimentar este tipo de despliegue comunicacional negativo. Que sea lo que necesita para ganar la elección presidencial es dudoso.

Si se observa al oficialismo se verá que, más allá de lo que la derecha haga o deje de hacer, los partidos de gobierno se han centrado en una serie de disputas internas sin regulación que se darían igual sin recibir incentivos externos.

Más allá de su cuestionable utilidad, lo más probable es que la desproporcionada atención a este aspecto resulte contraproducente. Campañas como las que están en curso se alimenta de lo que sea para crear nuevos episodios en una miniserie que no tiene guión, pero que tiene intriga. Sin embargo, alimentar un clima de sospecha tiene más efectos de los que puede contener.

Hay algo profundamente antidemocrático en estigmatizar a una persona sobre la base de su militancia. Es un error fatal creer que, al alimentar el repudio, su efecto se reduce al grupo denostado. Descalificar es contagioso.

Una estrategia política descompensada

Estamos ante el cultivo consciente del lado oscuro, del que tantos aprendices de brujo han echado mano a lo largo de la historia. Todos han partido con soberbia de brujos y terminado con final de aprendices. Pronto se llegará a un límite a partir del cual una sobredosis de agresividad alimentará una réplica igual de innecesaria y de imprudente.

La derecha implementa tácticas, pero tiene un déficit de estrategas. Es algo que se nota porque es un sector que ha decidido desgastar al gobierno, pero que no sabe cuándo detenerse. No dispone de una estrategia equilibrada que, más allá de demoler le permita construir.

Piñera recibe homenajes, pero la corriente principal no está siguiendo su ejemplo ni su diseño para alcanzar en poder que es, ante todo propositivo. Los objetivos eran afiatar la coalición de centroderecha que se tiene, ampliarla hacia el centro y mantener la fidelidad del electorado para no volver a perderlo frente a republicanos. Concentrándose en atacar un gobierno que no remonta no se logra.

La derecha dice que proyectará el legado de Piñera, pero la verdad es que se la ve demasiado cómoda, llevada por el vuelito ganado, sin innovar. Así es que, si aprendió algo, hay que decir que no se nota.

En un año electoral está ejecutando una estrategia que acentúa las diferencias y perfila sus puntos de vista en desmedro de posibles acuerdos. Se trata de la implementación de una política que está quedando descompensada.

La inercia a favor de mayores niveles de conflicto es muy grande, las opciones están a favor y todo puede salir bien. Esto no quita el hecho que este juego, con poca imaginación y apelación a instintos básicos no es el mejor juego posible.

Concentrarse en ganar el poder y descuidar la forma de ejercerlo no parece el comportamiento más astuto. Una manera de hacer política sin muchos matices no puede ser la mejor.

La derecha ya ha estado en el poder en dos ocasiones, vino a administrar prosperidad y se encontró con un conflicto social de grandes dimensiones. Tal vez en el futuro el malestar colectivo no se exprese de forma idéntica, pero, si no se han eliminado sus causas, difícilmente dejará de manifestarse.

Está probado que preocuparse por alcanzar el poder sin afianzar la gobernabilidad es un error porque en ambas ocasiones la actual oposición no se pudo quedar en La Moneda. No fue por casualidad. Eso significa que hay una ausencia de previsión de la que sería hora de hacerse cargo.

Puede que coseche triunfos en el día a día, pero a costa de preparar tormentas innecesarias en el mediano plazo. Mucha táctica electoral de agencia y poca preocupación política por la estabilidad democrática.

Me encanta rechazar las dictaduras lejanas

La combinación no es equilibrada. En la Biblia, José profetiza que a siete años de abundancia le siguen siete años de vacas flacas. Según recuerdo, quienes lo escucharon fueron prudentes y decidieron que sería en los buenos días que se llenarían los graneros para los tiempos en que se iba a necesitar. La oposición está actuando como si las vacas flacas no llegaran y pudiera el país tener un mejor futuro sin mejorar nuestras reglas y nuestros comportamientos colectivos.

El giro que se está dando es nítido porque se está pasando de la oposición a las ideas al repudio de las personas, eso es siempre una fuente de inestabilidad. La derecha no está fomentando ideas, está promocionando sentimientos de rechazo y repudio que terminará por afectar de vuelta a sus propios cultores.

Esta actitud tan unilateralmente prejuiciosa y sin matices es nueva en la centroderecha. Hasta no hace mucho los líderes de la oposición solían ponerse en más de un escenario y no sólo en los óptimos. Los más moderados se limitaron a aceptar que en el gobierno había dos almas, la buena que era social demócrata y la irredimible que era propia del PC. Ahora, tal parece que son todos iguales y que si no lo son, tampoco importa mucho porque terminan siendo igual de perjudiciales.

Tal parece que la oposición pensara que las polémicas sólo funcionarán en una sola dirección. La derecha no tiene problemas para rechazar dictaduras a 7 mil kilómetros de distancia, pero puede localmente tomarse vacaciones de sus convicciones por 17 años en el caso de un dictador local. ¿De verdad quiere embarcarse de nuevo en este tipo de discusiones?

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2 Comentarios

  1. No me convence mucho después de tanto darse vuelta. Especialmente, ¿cuál es el sentido de sacar a colación los 17 años de gobierno que terminaron en 1990? ¿así que todo fue malo para el columnista?

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