Atacado por todos los sectores políticos en la actualidad, el principio de subsidiariedad se articuló en su momento como el pivote a través del cual fue posible generar la convergencia liberal-conservadora en las décadas de 1970 y 1980, permitiendo con ello el diseño institucional con el que Chile mejoró la calidad de vida de sus habitantes, convirtiéndolo en un territorio de más y mejores oportunidades.

Un error en el que han caído quienes están alineados con los contenidos e implicancias propuestos por este principio, es creer que la defensa de la subsidiariedad se daría de manera automática. A partir de los excelentes resultados que ha traído al país, las personas que aún no estaban convencidas – incluyendo en este grupo a los intelectuales- terminarían por cambiar su opinión. Situación que no ha sido tal; de hecho, el último gran promotor y difusor de la subsidiariedad en estas latitudes fue Jaime Guzmán, asesinado hace 24 años.

En momentos en que los ataques provienen incluso desde el sector político que otrora fuera su más fiel defensor, conviene entrar en el debate a partir de una mirada que esté más allá de fanatismos y cálculos electoreros, sino más bien centrado en una discusión de fondo que supere estas diferencias y permita rescatar las visiones de quienes hoy buscan, desde sus legítimas posiciones en la sociedad, llevar una mirada original de la subsidiariedad.

En primer lugar, es oportuno referenciar al doctor en Filosofía de origen argentino, Gabriel Zanotti, quien en sus diferentes estudios ha logrado demostrar, a través de un proceso lógico, la no contradicción entre el principio de subsidiariedad según la Doctrina Social de la Iglesia y la economía de libre mercado, echando por tierra las críticas provenientes del mundo social cristiano los cuales – de manera reaccionaria – pretenden maximizar la acción subsidiaria, no midiendo las consecuencias últimas que esto traería para los intercambios libres, voluntarios y espontáneos que se dan entre los individuos a cada momento.

Por otro lado desde la fundación Jaime Guzmán, uno de sus investigadores, Claudio Arqueros, es claro en señalar que el principio de subsidiariedad es ante todo un principio ético-social el cual considera a la persona con su libertad, dignidad y espiritualidad.

Ambas dimensiones de la subsidiariedad se complementan mutuamente. El hecho de la existencia de la economía de libre mercado en una sociedad que la promueve genera un círculo virtuoso a favor de iniciativa individual y colectiva con los contrapesos necesarios para evitar caer en un corporativismo; por otro lado, el que se considere al ser humano en todas sus dimensiones, protege al individuo de las arbitrariedades estatales, propia de regímenes que ponen a la sociedad por sobre el individuo, sean éstos últimos de las variantes más livianas, como la socialdemocracia o en su vertientes más duras, conocidas por todos.

Como se ve, quienes critican el principio de subsidiariedad pasan por alto argumentos como los anteriores. Es claro que el tema es mucho más extenso que el espacio de esta columna; sin embargo, es posible mostrar ideas que van más allá de la monopolización actual de la discusión centrada en un enfoque colectivista; el camino es hacia el respeto de la autonomía individual y ese es el centro de todo el asunto.

 

Javier Silva, Ciudadano Austral.

 

 

FOTO:MARIBEL FORNEROD/AGENCIAUNO

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