Mi hija se graduó de 4º Medio este año, no sin antes tener que sobrevivir a una especie de paranoia generalizada que la advertía sobre un hito que marcaría para siempre un antes y un después en su vida: rendir la PSU.

Algunos de los comentarios que sobrellevó por 10 largos meses fueron que la PSU era, sin rodeos, “lo peor”, y que una vez conocidos los resultados “no había marcha atrás”.  Obviamente, a estas alusiones se sumó, más de mil veces, la irritante “¿qué quieres estudiar?” Para luego rematar con, “¿estás muy nerviosa?”

Debido a mi rol de contenedora, a lo largo del año nunca quise enfatizarle a mi hija mi propio nerviosismo frente a la magnitud de la PSU, pero me imaginaba que tras ser interrogada innumerables veces sobre lo mismo, sus niveles de cortisol se elevaron por el estrés y la presión de percibir que el mundo calificaría, en parte, su éxito o fracaso personal dependiendo de sus puntajes en una prueba.

Ahora lo puedo confesar. A pesar de mi cara de póker, cada vez que algún “bienintencionado” le tocaba el tema, toda esta situación me ponía los pelos de punta y me producía el mismo escozor que me sobreviene cuando un reportero redunda en el “¿qué siente?”, tras una tragedia. Para ambos casos, las persistentes indagaciones me resultan inútiles, pues no colaboran en nada para distender el ambiente, acrecentar el espíritu y dar seguridad frente a la adversidad.

Por mi lado, la situación no era mucho mejor. “Prepárate”, me decían otras madres con rastros de sostenida angustia, al rememorar su propia experiencia de años anteriores.  ¿Prepararme para qué?, me cuestionaba. ¿Qué podía ocurrir que fuese tan grave e irreversible en la vida de una adolescente normal, sana y alegre?

Es sobre todo en la adolescencia que los factores externos pueden colaborar o, por el contrario, dificultar que un joven logre enfrentar aquellas pruebas que le permitan convertirse en un adulto. Independiente a los resultados —ojalá positivos, tras meses de intenso estudio y dedicación—, uno de los grandes beneficios de tener que preparar a conciencia la PSU es unir el querer con el deber, y que el recién egresado del colegio deba, quizás por primera vez, tomar conciencia sobre un futuro ahora menos estructurado y más indefinido. Un salto cualitativo importante que obliga a crecer no sólo a los estudiantes, sino también a sus padres, quienes deberán entregarles mayores espacios de libertad para que éstos tomen sus propias decisiones. Estas muchas veces serán erradas, pero pueden resultar sumamente aleccionadoras y constructivas, siempre y cuando exista un adecuado apoyo y acompañamiento durante este proceso.

Después de un año de ser “mamá PSU” puedo atestiguar que el trance no fue ni tan amargo como auguraban las profecías, ni tan horrible para nuestra relación madre-hija. De hecho, ambas nos tomamos con bastante humor la histeria colectiva a nuestro alrededor y sirvió mucho para reflexionar sobre cuáles son las medidas del éxito y el fracaso en nuestra sociedad; sobre cómo se materializan las relaciones de confianza entre padres e hijos; cuáles deberían ser los valores que sostienen a una persona; cómo se construye un proyecto de vida; lo significativo que resulta la perseverancia para alcanzar una meta; y cómo la resiliencia entra en juego para enfrentar una consecuencia no deseada.

Para ambas esos fueron los legados más interesantes de compartir el recorrido hacia la PSU y estoy segura de que la experiencia vital de enfrentar este gran desafío le entregó a mi hija, más allá de conocimientos, enseñanzas que le permitirán marcar una diferencia y ser un aporte real en nuestra sociedad.

 

Paula Schmidt, periodista e historiadora

 

 

FOTO: MARIBEL FORNEROD/ AGENCIAUNO

Deja un comentario

Debes ser miembro Red Líbero para poder comentar. Inicia sesión o hazte miembro aquí.