Llevamos al menos 10 años en “modo constitucional”. Es cosa de recordar que, en 2013, la campaña de Bachelet abogaba por una nueva Constitución, mientras un grupo de ciudadanos proponía marcar el voto con “AC”, para exigir una Asamblea Constituyente. Sin embargo, los votos marcados fueron tan pocos que, en vez de asamblea, el gobierno de Bachelet terminó impulsando cabildos y encuentros autoconvocados.

Desde entonces, la cuestión constitucional ha funcionado como una especie de chispa, un detonante capaz de encender un motor ciudadano, lo que ha resultado bastante conveniente para un sector descontento con el establishment. Empero, parece que dicho detonante está perdiendo fuerza. En muchos frentes, y de muchas formas, escuchamos que el país está hastiado, que hay saturación y que -de fracasar este nuevo intento- sería mejor dejar el “modo constitucional” guardado en un cajón.

Las cifras parecen avalar esto: según una reciente encuesta de la firma Partner, la mayor razón que esgrimen quienes van por el A Favor para preferir su opción es “cerrar el proceso”. Sin embargo, como Chile es país de contradicciones -es cosa de pensar que la Lista del Pueblo arrasó en 2021 y luego lo hizo el Partido Republicano en 2023- el anhelo de contar con una nueva Constitución sigue estando presente: una encuesta reciente de Feedback señala que el 64% sigue pensando que Chile necesita una Nueva Constitución, y el 37% opina que es algo “muy importante”.

Es decir, la gente quiere cerrar el proceso, y quiere una nueva Constitución. Es obvia la narrativa que debería seguir la campaña del A Favor, ¿no?

Sin embargo, el asunto no es tan simple: de forma bastante audaz, numerosos personeros de la opción En Contra han salido a decir que, de ganar su opción, también darían por cerrado el proceso. El eterno vocero Francisco Vidal, por ejemplo, se apuró en decir que la Constitución actual es “la de Lagos”, y que no es tan mala, después de todo. E incluso más: hace un par de días se conoció una declaración de los partidos del oficialismo que señala que “votan En Contra para cerrar el proceso”. En una plana, y de forma bastante escueta, señalan que “hoy no hay espacio para seguir discutiendo acerca de la Constitución”, y en el mismo párrafo terminan insistiendo: “ya, reiteramos que nuestros votos no estarán disponibles para tener hoy otro proceso constitucional”.

La cuña es clara y no es ninguna letra chica: “hoy” no están disponibles… pero ¿mañana sí?

¿Qué pasará si, en un par de años más, el oficialismo pierde las elecciones y pasa a ser oposición? ¿Alguien nos puede garantizarán que entonces no impulsarán un nuevo proceso constitucional?

Acá quiero ser bien franco: yo le creo a Vidal. Y a gran parte de la socialdemocracia. Les creo que han llegado al convencimiento de que con la actual Constitución “basta”, y que no es necesario cambiarla… la historia les ha demostrado que, por ir por lana, pueden salir trasquilados. El problema es la otra parte del oficialismo; ese sector más extremo, conformado por el Frente Amplio y el PC, que ven como una derrota estructural mantener “la constitución de los cuatro generales”.

Y esto no es interpretación mía. Ellos mismos lo han dicho claramente: el alcalde PC Daniel Jadue señaló, el 22 de septiembre, que “este proceso va a seguir abierto hasta que haya una Constitución en una asamblea constituyente». El humanista Tomás Hirsch, por su parte, señaló hace un mes que “si esta propuesta se rechaza y, por tanto, se mantiene la Constitución actual, pues seguiremos en la lucha para avanzar hasta que Chile tenga una Constitución nueva y democrática”. Y el diputado radical Lagomarsino señaló una idea similar hace un par de días en Sin Filtros: propuso que en la elección presidencial de 2025, se vote el texto de los expertos. ¿Qué otra prueba de que, si gana el En Contra, el proceso queda abierto?

La aspiración constitucional y asambleísta, en buena parte de la izquierda, sigue presente. Y un triunfo del En Contra no los aplacará. Al contrario, les dará un segundo aire, y tal como los batallones a veces se repliegan para pensar en una futura estrategia, los sectores más agresivos se retirarán momentáneamente, esperando el momento propicio para atacar.

Votar En Contra para cerrar el proceso constitucional no es más que una cuña vacía, carente de sentido, que busca apaciguar a los votantes moderados y desideologizados. Porque lo cierto es que, aunque le creamos al Socialismo Democrático y su -tardío- reconocimiento por la validez de la actual Constitución, la historia reciente nos ha demostrado que cuando el Frente Amplio inicia una cruzada, los viejos estandartes concertacionistas les siguen el amén. Luego, si en un par de años más, los jóvenes idealistas frenteamplistas deciden reiniciar los movimientos de tropa para una nueva Asamblea Constituyente, ya podemos presagiar el camino que tomará la socialdemocracia.

Abogado, sociólogo y master en Gestión Política George Washington University

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