Sólo restan diez días para la elección de los 50 integrantes del Consejo Constitucional, una contienda que hasta aquí no ha despertado mayor interés en el electorado, como si en esta ocasión, al contrario de lo que se percibía en la elección de convencionales en mayo de 2021, no estuviera en juego algo de relevancia. Pero el 7 de mayo próximo podría convertirse, paradójicamente, en una fecha trascendental para la política chilena, una en la que más que la redacción de una nueva Constitución podría redibujarse drásticamente el mapa político chileno.

Cómo se recordará, en la segunda vuelta de la última elección presidencial no compitió ningún candidato de las alianzas que dominaron la escena política local desde 1990 -la Concertación y la Nueva Mayoría por la centroizquierda, y el piñerismo por la centroderecha. Por primera vez, en noviembre de 2021, los dos extremos del espectro político alcanzaron los votos suficientes para inscribir a sus representantes en el balotaje, Kast y Boric (en ese orden), vaciando al centro político del Poder Ejecutivo que había administrado por décadas. Fue el primer paso del pronunciado viraje hacia los extremos que viene experimentando la política chilena, que en esto no se distingue de una tendencia que ya se verifica en varias democracias en el mundo.

Pero a diferencia del resultado de la última elección presidencial, que dio un triunfo holgado al candidato del Frente Amplio y a la nueva izquierda que representaba Gabriel Boric, el de la votación de mayo próximo será casi con toda seguridad un triunfo de la derecha. No hay que ser un experto electoral para anticipar lo que podría ser hasta un reverso de lo que fue la composición de la fallida Convención Constitucional.

El país pasa por una situación de inseguridad ciudadana que se agudiza conforme pasan los días y las semanas, transformándose en el campo casi exclusivo en el que se desarrolla el quehacer político de la hora actual, copando totalmente la agenda, mientras que los intereses que hasta no hace mucho acaparaban la atención del sistema político han sido postergados hasta nuevo aviso (o eso parece).

Los escuálidos créditos de la izquierda en el combate contra la delincuencia y el terrorismo le juegan ahora una mala pasada. Más todavía a la nueva izquierda que llegó al Gobierno sin la menor idea de la embestida que se estaba incubando desde los bajos fondos -que ha alcanzado una masa crítica-, y de qué hacer con una cuestión de esta ignota magnitud.

Un escenario de estas características, inimaginable hace apenas un año cuando el Presidente Boric iniciaba a tropezones su mandato, tiene por consecuencia inevitable un rebaraje del mapa político, que se va ajustando constantemente a las nuevas prioridades de la ciudadanía, que demanda la restauración de la seguridad ciudadana por sobre todas las cosas. El ajuste ya se ha producido en el seno del Gobierno, donde se han rebalanceado los pesos relativos de las coaliciones al punto que el Socialismo Democrático -que en la partida era socio minoritario de la alianza gubernamental- ahora prevalece por sobre Apruebo Dignidad.

La elección de consejeros del próximo 7 de mayo, aunque nadie imaginó que tendría ese propósito, se convierte en una medición de fuerzas justo cuando arrecia el miedo en los barrios y en los hogares de buena parte del país. No es que la nueva Constitución vaya a ser lo de menos en esta vuelta, pero lo cierto es que los efectos de esta contienda electoral van a exceder con mucho el ámbito de la discusión constitucional -que culminaría con su eventual aprobación en diciembre próximo-, y se proyectarán hacia delante, sobre todo a la elección presidencial de 2025.

Podría ser que para entonces se repita, ya no como una sorpresa, el balotaje de diciembre de 2021, cuando los extremos del arco político se anotaron por primera vez en la papeleta, después de siete elecciones presidenciales consecutivas ancladas en el centro. Y todavía más, podría ser que en cosa de cuatro años el país pase, sin más, de un extremo al otro, aunque -vaya paradoja- la mayor parte de los chilenos se reconozcan cercanos a posiciones centristas.

Y es que en los tiempos que corren, no sólo aquí, ganan los extremos del espectro político, impulsados por las nuevas amenazas que se ciernen sobre las sociedades del siglo 21 que el centro político, y sobre todo la centroizquierda, no han sabido reconocer y procesar oportunamente.

Ingeniero civil y exministro de Transportes y Telecomunicaciones

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