Cuando en un país existen tensiones sobre el modelo de desarrollo, es razonable esperar que la articulación de ideas intente explicar el origen, las razones y la manera de sobreponerse a dicho a conflicto. Así, para advertir el fenómeno chileno, el esfuerzo realizado por el abogado constitucionalista, Fernando Atria, en conjunto con otros autores, en su libro El otro modelo, es probablemente una de las propuestas más llamativas en esa línea.

Para cumplir el desafío, los autores procuran, en sus propias palabras, “interpretar las movilizaciones sociales de 2011 adjudicándoles significado, intereses y un proyecto, lo que equivale a ponerlas en condiciones para el debate público y la acción política”. En otras palabras: a partir de un fenómeno social, los autores trabajan por comprender y constituir dicho fenómeno en un arma intelectual que permita ser utilizada en la arena política, generando, en consecuencia, transformaciones profundas a la realidad concreta.

Sin perjuicio del interesante trabajo realizado, El otro modelo no ha estado exento de críticas por parte de intelectuales y políticos, quienes, comprendiendo la complejidad de la realidad, se resisten al diagnóstico y al aterrizaje concreto propuesto por los autores. En esa línea, la obra colectiva realizada por el Instituto de Estudios de la Sociedad en el libro El derrumbe del otro modelo, es seguramente el esfuerzo más sistemático por responder a las premisas planteadas por el ex precandidato presidencial del Partido Socialista.

Destaca entre sus páginas el capítulo del filósofo Daniel Mansuy, quien, analizando la aproximación de Atria y compañía a las causas que explicarían el entramado propuesto, se detiene sobre el rol que desempeña el mercado en la configuración del orden social y sus problemas. Sobre este punto, Mansuy advierte una carencia en El otro modelo a la hora de dar sustento a su articulado.

Así, para justificar el cambio de “régimen del mercado al régimen de lo público”, Atria asumiría una perspectiva bastante limitada sobre el mercado como mecanismo de coordinación social, atribuyéndole a éste una carga negativa desproporcionada, pues, según el abogado, los agentes de mercado sólo estarían en condiciones de actuar bajo consideraciones egoístas, sin existir en ellos interés para un despliegue complementario –o diverso– al mero deseo individual. En consecuencia, la tesis de El otro modelo se sustenta en presentar como necesaria la siguiente condición: si el mercado es la institución donde sólo prima el interés propio, la superación del egoísmo nos obliga a alejarnos lo máximo posible de él, pues, entre otras cosas, impediría el desarrollo colectivo, que es, según los autores, la verdadera manera de realización humana.

Tras lo anterior, Mansuy advierte fácilmente una carencia que subyace al planteamiento de Atria: si bien es cierto que un mercado desanclado de una estructura social que lo sostenga probablemente desembocará en un espacio en el que sólo prima el egoísmo, el mercado no es sólo eso. Para superar aquello, el filósofo propone una manera más amplia de comprender al mercado: esto es, envuelto de cierta cultura que permita el despliegue humano en el que éste descansa, que sea un espacio en el que converjan, en conjunto con las consideraciones individuales, otras que lo complementarían. Por el contrario, una comprensión tan estrecha del mercado, lo aísla de otras consideraciones de la vida humana y olvida que los agentes de mercado no son solamente eso, sino personas concretas que actúan movidas por infinitas consideraciones, no sólo por el interés individual.

Bajo esta perspectiva, si bien interesante, la tesis de Atria y de los autores de El otro modelo adolecería de un problema fundamental a la hora de dar explicaciones sobre la manera de comprender al ser humano. Una perspectiva amplia obliga a reconocer en ellos múltiples intereses, maneras de comportarse e intenciones de configurar lo público. Una comprensión más amplia no sólo invita a evitar reduccionismos, sino que es una invitación a pensar agudamente en las instituciones que dan vida a lo público.

 

Pablo Valderrama, subdirector Ejecutivo de IdeaPaís

 

 

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