La mitología griega, ese abundante pozo de extraordinarias historias, nos regaló el mito de Pandora, la primera mujer creada por orden del dios mayor Zeus. A Pandora se le entregó como regalo de bodas con Epimeteo (el hermano de Prometeo, que robó el fuego a los dioses) un ánfora sellada con la instrucción de no abrirla, pues soltaría los males que azotarían luego a la humanidad. La curiosidad pudo más: Pandora destapó la jarra y las desgracias cayeron sobre los mortales. A esa ánfora se le llamaría luego, por una mala traducción al español, la Caja de Pandora. 

No logré huir de la tentación de pensar en Pandora cuando, después de tres años, aún circulan las reflexiones acerca del 18 de octubre 2019, que todavía se celebra acríticamente.

Por cierto, sería un inexcusable error adjudicar a lo que sucedió en esa fecha solo los males (que los hubo) y ningún bien posterior. Provechoso fue poner en la agenda política de Chile, con la urgencia que hasta hoy rige, las carencias sociales que el país venía arrastrando desde hacía años. Nudos irresueltos, como el sistema previsional o tributario, hoy día están en la orden del día en el debate y en las acciones políticas; se afianzaron derechos que hoy pocos osan cuestionar y se afronta con mayor decisión el mal de la inseguridad ciudadana, fomentada por las nuevas formas de criminalidad que afligen a la población.

Aun así, ese octubre desató males cuyas secuelas persisten y que demandan cada vez más consensuadas y compartidas visiones para afrontarlas y resolverlas (véase por ejemplo las novedosas perspectivas del Presidente Boric). La anomia, la ausencia y debilitamiento de las normas, se extendió en sectores sociales y políticos que se convencieron que podían saltarse reglas y leyes. Saquear supermercados y tiendas adquirió una legitimidad superior al ordenamiento penal que catalogaba esas acciones como hechos ilícitos y derechamente criminosos. Esa visión fue coronada por la difusa sensación de impunidad amparada por la equívoca justificación del momento político y social que avalaba hechos vistos por algunos como simples desórdenes.

Se abrió así la vía al otro mal que se liberó de la vasija: la destrucción y la violencia. Cientos de bienes públicos y privados fueron consumidos por el fuego aplicado como respuesta radicalizada a las injusticias sociales, magnificadas hasta los extremos de hacerlas irreales, como pulsiones encendidas o bien fríamente ideológicas. La devastación del vandalismo es una cuenta que aún estamos pagando con recursos públicos o privados, recursos que se restan al crecimiento y al gasto social.

El desplome de la confianza ciudadana hacia las instituciones que trajo el octubrismo, el no creer en nada, ha llevado al riesgoso camino de execrar a la política como medio de resolución de conflictos en democracia, abriendo pistas a los variopintos populismos que alimentan la confusión general de partidos y de políticos que ha devenido en la ausencia de estrategias que indiquen un horizonte sólido a los chilenos sumidos en la incertidumbre, como opiné en la columna Menos finteos, más estrategia.

No menor fue el mal provocado a la economía, un ámbito que beneficia o golpea a todos, sobre todo a los más pobres (los ricos se las arreglan siempre). Primero fue el relevante descenso de la confianza de inversores nacionales y extranjeros y la paralización de obras y de proyectos de nuevas empresas. Un golpe bajo a la circulación de capitales y al empleo. Luego la inflación todavía galopante (el INE acaba publicar el IPC de noviembre, un 13,3 % de inflación), fenómeno que si bien obedece también a situaciones internacionales, el país ha hecho lo suyo gracias a medidas de ciego populismo y a la depresión económica pos Covid19 que aún no se logra superar.

Último, pero no último de los males, el fracaso de la Convención Constitucional que había elevado la perspectiva de una nueva Constitución a la esperada certidumbre de resolver el conflicto constitucional que se prolongaba por años, y que tensaba aún más la estabilidad política del país.

¿Es posible revertir los efectos de los males que  todavía nos mortifican? Claro que sí, pero lo central será la concurrencia de nuevos actores que hagan de la política el lugar virtuoso que siempre debió tener, actores que impongan el momento de la verdad y que dispongan de fuerza, lucidez y desprendimiento para evadir y desterrar los populismos personales y colectivos, que conllevan mediocridad y visiones chatas. Un banco de prueba es el debate que por estos días se desarrolla entre las fuerzas políticas que están decidiendo nada menos que el futuro constitucional de Chile. 

Finalmente una buena noticia: en el fondo del ánfora de Pandora estaba Elpis, el antiguo espíritu griego de la esperanza que, como todos sabemos, es la última en perderse.

*Fredy Cancino es profesor.

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