– A un mes de su publicación, ¿cuál fue la idea de escribir este “Manifiesto…”?
– El “Manifiesto” es el resultado de un trabajo de largo aliento, que ha involucrado a políticos y otras personas que estamos más ligadas a la academia. Se remonta a un diagnóstico, que data de comienzos de la década, sobre la pobreza discursiva en la que venía cayendo el sector, muy preocupado de la gestión, pero poco de la discusión ideológica y del cambio social que experimentaba el país. De ahí emergieron libros y columnas en los medios. Los frutos más recientes de esas labores son el “Manifiesto” y la “Convocatoria política”, aprobada a comienzos del año 2016 por todos los partidos de Chile Vamos y su Consejo Político. Con ellos se pretende comprender la compleja situación actual, ofrecerle al país luces sobre posibles caminos de sentido, y entrar, con pertinencia, en la discusión con la izquierda.
– ¿Cómo analiza en general las interpretaciones que se ha hecho sobre “El Manifiesto…”? Concretamente, me refiero a la columna de Valentina Verbal y la entrevista a Andrés Barrientos en “El Líbero”
– La recepción del “Manifiesto”, ha sido, en términos generales, lo que esperábamos. Ha generado una discusión dentro y fuera de la centroderecha. Probablemente hacía décadas que documentos ideológicos del sector no producían una discusión y una reflexión amplia en el grado que se ha alcanzado ahora. Entre las diversas reacciones que el documento ha generado, se cuentan, además de las que señala, las de Carlos Williamson, Sebastián Soto, Magdalena Piñera, Roberto Ampuero, Antonio Correa, Marcelo Brunet, Alfredo Joignant, Gonzalo Cordero, José Joaquín Brunner, Alfredo Jocelyn-Holt, Rodrigo Castro y hartos más, que se me quedarán en el tintero. Naturalmente que tan amplia recepción importa que no todos van a estar de acuerdo con cada una de las partes del texto. Muchos lo apoyan, otros lo critican, pero ha habido deliberación ideológica. Desde la centroizquierda se hicieron críticas fuertes, de parte de Belisario Velasco, también de Eugenio Rivera. En la medida en que esas reacciones son planteadas a partir de argumentos, me parece que enriquecen el debate nacional, ayudan a comprender mejor la realidad.
– ¿Considera que algunas de las interpretaciones del documento están equivocadas?, ¿son injustas?
– Salvo algún exabrupto –y esto es política– la discusión ha permitido que se reflexione sobre ideas. Dentro de ese contexto hay críticas a las que considero equivocadas o insuficientemente justificadas. Sobre todo, cuando más que a argumentos se acude al etiquetado, asunto que no es difícil de desarraigar en un sector político que se acostumbró, por muchos años, a calificar en vez de justificar. La carencia inveterada del trabajo intelectual serio en el campo de las humanidades, produjo en la centroderecha un infeliz fenómeno. Pasaron por “pensamiento” indicaciones superficiales de intelectual amateur. Se usaban autores o motes sin análisis detenidos ni estudios de más largo aliento.
– ¿Qué le parece que señalen que el “tronco ideológico” del documento sea el comunitarismo?
– La etiqueta no sirve para entender el documento. Piensa en esto: el “Manifiesto”, cual antes explícitamente la “Convocatoria”, se nutre no de una, sino de cuatro vertientes que han estado presentes en el pensamiento de la centroderecha. ¿Cómo caben ellas bajo la etiqueta? En la centroderecha ha habido y hay cristianos liberales, socialcristianos, liberales laicos y nacional-populares. Las cuatro corrientes han tenido importantes expresiones prácticas. La cristiano-liberal se articula en la UDI y parte de RN. La socialcristiana en el antiguo Partido Conservador y hoy en Construye Sociedad o el PRI. La tradición laica-liberal se realizó en el Partido Liberal, actualmente en Amplitud y Evopoli. La nacional-popular en el Agrario-Laborismo, el Partido Nacional y hoy en parte de RN. Respecto a los pensadores de la centroderecha, las categorías también logran aplicación. Barros Arana, por ejemplo, se incluiría entre los liberales-laicos. Encina, Edwards, Tancredo Pinochet, son nacional-populares. Jaime Guzmán fue socialcristiano –primero– y cristiano-liberal, después. Por los cristiano-liberales califica también Zorobabel Rodríguez. Mario Góngora, de joven socialcristiano, pasa a combinar luego elementos socialcristianos y nacional-populares. Se trata, entonces, de una realidad ideológica mucho más compleja que como algunos la motejan.
– También se señala que “El Manifiesto…” resulta ser un “estatismo soft” y de “medias tintas”. ¿Qué le parecen esas definiciones?
– En el “Manifiesto” y todo el trabajo previo hay un ejercicio riguroso por considerar en qué consiste comprender políticamente, saliéndose de las consignas. Toda comprensión y especialmente la política, debe mediar entre la realidad, multifacética y cambiante, y las reglas y discursos generales. Mientras más compleja es la realidad, mayor debe ser la complejidad de los discursos. Discursos muy simples, terminan haciéndole violencia a la realidad y a los individuos en ella. Es lo que ocurre con el discurso socialista que por la vía de la deliberación pública y el desplazamiento del mercado, cree poder encontrar la plenitud. Pero también es lo que sucede en un discurso que sólo repara o repara eminentemente en el individuo y la economía de mercado, y para el que las referencias a una dimensión social, político-participativa, comunitaria, de solidaridad nacional, etc., terminan siendo “estatismo” o “intervencionismo”, ahora “comunitarismo”.
Usualmente son los puristas, cuando no los fanáticos, los que tildan de “medias tintas” a quienes despliegan visiones del mundo diferenciadas, pues se ven turbados en su dogmatismo de fórmulas simples. Pero la realidad política es siempre más compleja que las fórmulas simples, y la tarea de una política no-dogmática consiste en percatarse de eso y pensar y actuar en consecuencia.
En fin, si alguien piensa que aquí hay “medias tintas”, lo invito a leer las críticas de Belisario Velasco y Eugenio Rivera. Usualmente no son los que hablan de “medias tintas” y se encierran en lugares seguros, los que discuten en el terreno de los argumentos con la izquierda. Salvo que alguien piense que las descalificaciones beligerantes –de la “batalla de las ideas”, cual si esto fuera algo así como una pelea a combos– y no la comprensión diferenciada, que busca también convencer, son la “discusión”.
– ¿Qué le parece que el debate se centre en “los fines individuales” frente a los “fines colectivos”? Los críticos del “Manifiesto…” sostienen que el documento privilegia los “fines colectivos”.
– Nuevamente hay aquí un problema de comprensión. El texto parte del hecho de que el ser humano tiene constitutivamente dos dimensiones, una íntima y otra pública. De esta consideración surgen dos principios. De un lado, el republicano. Él vela por la división del poder como condición de la libertad individual y de una esfera privada fuerte. Apunta a la división del poder entre el Estado y la sociedad, dentro del Estado y dentro del mercado. Aquí quedan resguardados los “fines individuales”. De otro lado, además, el “Manifiesto” postula el principio nacional. Él descansa en el reconocimiento de una dimensión participativa, social y política de los seres humanos. No existen individuos aislados. El individuo aislado es una abstracción. Hasta para aprender a hablar –y pensar– requerimos de la sociedad. Pero también la ciencia, la cultura, la defensa, la superación de las catástrofes, la educación, necesitan de participación colaborativa entre las personas. El principio nacional repara en todo eso. Se dirige a fortalecer los espacios de participación y a lograr condiciones comunes de existencia para todos, de tal suerte que disminuyan el aislamiento, la segregación y la desconfianza y dejen de haber entre nosotros grupos que vivan en situaciones radicalmente distintas.
Pero se trata siempre de un equilibrio razonable, que hay que lograr y renovar. Ni uno ni otro principio solo funciona correctamente. Por eso: contra el riesgo del estatismo o el populismo, vela el principio republicano; contra el del atomismo, la segregación y el economicismo, el principio nacional.
– ¿Cómo se acercan estas dos visiones de lo que debe ser la centro derecha del futuro en el país? ¿O están muy alejadas?
– Si se mira a las cuatro tradiciones sobre las cuales el “Manifiesto” y la “Convocatoria” descansan, a saber, liberal-cristiana, liberal-laica, nacional-popular y socialcristiana, creo que, salvo para quienes vean en la política un juego de grupos cerrados, más parecidos a sectas y a batallas entre sectas, hay elementos comunes a partir de los cuales se podría desplegar un diálogo constructivo. Pienso que todas esas vertientes podrían llegar a coincidir en que un adecuado orden político supone reconocer la dimensión pública y la privada del ser humano. Que hay una esfera de libertad que no debe ser sobrepasada. Pero que existen aspectos del florecimiento humano para los cuales se requiere colaboración y cohesión social. Vale decir, el punto de partida debiese ser que somos individuos –como diría Kant, sujetos irreductibles al campo de los objetos– pero, además, como señaló Aristóteles, animales sociales y políticos. Sobre estos dos principios, es posible articular un diálogo que nos conduzca a un fortalecimiento de la densidad del pensamiento de la centroderecha. Y sobre todo, asumir responsablemente las tareas de abrir caminos de sentido a las nuevas pulsiones y anhelos populares, lo mismo que convencer en el debate público con la izquierda.
– También se critica que ustedes proponen expresamente el retorno al voto obligatorio al afirmar en el documento que, “para quien vive en democracia, la participación política constituye un deber”. ¿Es válida esta interpretación?
– No proponemos el voto obligatorio. Pero, sobre todo, la indicación es partisana, en el sentido de que no ve la totalidad de la realidad. Es altamente llamativo que se reaccione con vehemencia ante una exigencia tan sencilla, a saber, que para que una democracia funcione se necesitan ciudadanos comprometidos. Es el mismo principio el que afirma que buenas empresas requieren buenos empresarios y trabajadores, o universidades de calidad, alumnos y académicos responsables con sus tareas.