Hace unos años, al referirse a la tendencia que estaba comenzando en ese momento en Chile hacia la distribución del ingreso y no a la creación de riqueza, usted dijo que Chile estaba comenzando a ejercer su derecho a ser estúpido. ¿Cómo ve a Chile ahora desde el extranjero? 

-Para contextualizar, esa frase fue utilizada por John Kerry cuando era secretario de Estado, y estaba explicando a un público alemán algunas de las peculiaridades de la política estadounidense. Haciendo una broma dijo que los estadounidenses tenían derecho a ser estúpidos. El público no se rió. 

La última vez que estuve en Chile se estaba debatiendo la Constitución y si era necesario sustituirla. También se daba un debate sobre la política económica, con un evidente resurgimiento de las ideas socialistas o socialdemócratas. En ese contexto señalé que esto podría ser la versión chilena del derecho a ser estúpido. 

La evidencia histórica indica que cambiar las constituciones no hace que los países sean más prósperos. Si así fuera, Venezuela sería uno de los países más ricos del mundo, porque ha cambiado su Constitución más que cualquier otro país.

De hecho, los países latinoamericanos han sido los responsables de más cambios constitucionales en el último siglo y medio que cualquier otra región del mundo, y está bastante claro que esa no es una buena estrategia. Mientras que en Estados Unidos, llama la atención la continuidad de la constitución. Hay enmiendas, pero no una nueva constitución cada 30 años.

En cuanto al caso de Chile, diré que me alivió que el proyecto de constitución fuera rechazado en el reciente referéndum, porque para mí estaba bastante claro que ese documento hubiera sido un ‘desayuno de perros’, un desastre. Sería preferible buscar la continuidad constitucional y construir sobre lo que ha funcionado bastante bien. Incluso si uno tiene dudas o escrúpulos sobre los orígenes de la constitución, todos podríamos decir que los orígenes de la constitución británica son algo antiguos. Pero el hecho de que algo haya comenzado en un pasado lejano, antes de la democracia, no lo hace malo. Y creo que lo mismo se aplica a Chile.

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-Hemos visto en los últimos años en Latinoamérica una especie de ola hacia la izquierda. Esto puede verse en los gobiernos de izquierda en Colombia, Perú, Chile, México, Argentina y el probable triunfo de Lula en Brasil. Todos estos países presentan una tendencia similar, con críticas al consenso de Washington o al “neoliberalismo”. ¿Cómo percibe América Latina en su conjunto?

-Vale la pena señalar que a nivel mundial ya no existe un consenso en Washington, y por eso es importante no utilizar una vara de medir anticuada. Pensemos en las formas en que Estados Unidos y otras economías avanzadas se han olvidado de la cautela fiscal y monetaria en los últimos años. Primero, en respuesta a la crisis financiera, luego en respuesta a la pandemia de Covid 19. Recordemos la forma en que con Donald Trump Estados Unidos se alejó del libre comercio e impuso aranceles a las importaciones, que no han sido derogados por la administración de Biden. En ese sentido, me parece que el consenso de Washington, que era esencialmente un conjunto de reglas sobre la política comercial, sobre la política fiscal y sobre la política monetaria, está en un cajón. 

Ferguson: «No pareciera que el resto de América Latina prestara demasiada atención a lo que ocurrió en Venezuela»

Pero aún así, es muy mencionado por los líderes de los países a los que he referido.

-Juzgar a los líderes de EE.UU. por sus acciones y no por sus palabras es una regla bastante buena que he intentado seguir. Y si uno observa las acciones del gobierno de Estados Unidos o del Reino Unido en los últimos años, lo primero que llama la atención es la salvaje incontinencia fiscal, la extraordinaria disposición a incurrir en déficits por parte de los gobiernos conservadores y liberales o socialdemócratas por igual. En vano sería buscar señales del consenso de Washington en la última década y media. 

Habiendo dicho esto, está bastante claro que donde se intentan políticas socialistas las cosas no acaban bien. Uno habría pensado que en América Latina las políticas de izquierda en Venezuela y las políticas peronistas en Argentina serían como esas advertencias sanitarias sobre el consumo de tabaco que dicen que fumar puede matar, pero en su lugar advirtiendo que el socialismo puede destruir su economía.

Desgraciadamente, no pareciera que el resto de América Latina prestara demasiada atención a lo que ocurrió en Venezuela y a lo que está ocurriendo en Argentina. Lo que se ve es una tendencia general hacia la izquierda. Me sorprendería que Bolsonaro sobreviva a las próximas elecciones brasileñas. Casi todas las encuestas apuntan a que Lula volverá al poder.

Y podría seguir enumerando todas las formas en que la política latinoamericana se ha movido hacia la izquierda en los últimos años. Pero no creo que esto sea una tendencia global. Al contrario, si hay una tendencia global, es probable que sea en dirección a la derecha populista. Veamos lo que acaba de ocurrir en Italia, donde es casi seguro que se formará una coalición de derecha liderada por Giorgia Meloni, de Fratelli d’Italia. En Suecia también se ha visto un giro a la derecha. En Estados Unidos es bastante probable que los republicanos ganen las elecciones de mitad de período, recuperando al menos la Cámara de Representantes, y que el candidato republicano gane las elecciones de 2024. No está claro si va a ser Donald Trump o Ron DeSantis o alguien más que aún no haya salido a la luz, pero no veo que Joe Biden consiga un segundo mandato o que Kamala Harris sea elegida Presidenta. 

Así que, si tuviera que generalizar, diría que el mundo, al menos el mundo democrático, se está desplazando hacia la derecha, porque hay un conjunto de políticas populistas viables centradas en cuestiones culturales que atraen a una proporción significativa de los votantes de la clase trabajadora. Y el gran problema que tienen los socialdemócratas en la mayor parte del mundo es que sus ideas son bastante impopulares entre la clase trabajadora. Así, cuanto más progresista seas, cuanto más creas en la fluidez de género, cuanto más creas en la interseccionalidad, cuanto más creas que todo es supremacía blanca, será más probable que alienes a los votantes de la clase trabajadora y se lo pongas fácil a los populistas de la derecha.

Por esto creo que América Latina es inusual. Es interesante preguntarse si la izquierda lo arruinará en América Latina de la misma manera que lo ha hecho en otros lugares. Y es sólo cuestión de tiempo para que los conservadores latinoamericanos descubran cómo jugar la guerra cultural en su propio beneficio político. 

«Creo que es muy probable que dentro de 10 años el Partido Comunista Chino ya no controle China»

Permítame hablar del mundo en su conjunto. En uno de sus libros, escribe que las crisis se desarrollan durante un periodo bastante largo, pero que los colapsos ocurren muy rápido. Cuando miramos el mundo de hoy, vemos crisis por todas partes, algunas muy inesperadas, por ejemplo, las pandemias. Está la guerra, lo que no ocurría desde hace 30 años o más. Se ve una rivalidad creciente entre EE.UU. y China; una alta inflación; bajo crecimiento económico; polarización política y autoritarismo. ¿Qué está pasando y hacia dónde nos dirigimos, si pudiera predecirlo? 

-En mi libro más reciente, ‘Doom: The Politics of Catastrophe’, ofrecí una visión del proceso histórico que advierte contra la idea de ciclos predecibles de la historia. Creo que es importante reconocer que la historia no es un conjunto de líneas rectas o curvas regulares. Tenemos una preferencia instintiva por las líneas rectas y las curvas regulares porque son más fáciles de predecir, pero la historia no es así. Los desastres de todas las formas y tamaños siguen apareciendo y no siguen ninguna distribución predecible. No hay forma de predecir la próxima guerra mundial; no hay forma de predecir la próxima pandemia; no hay forma de predecir la próxima erupción volcánica masiva que, de hecho, alterará el clima de la Tierra durante un tiempo. Todas estas cosas no tienen una distribución normal, por lo que no podemos atribuirles probabilidades. Sólo sabemos que pueden ocurrir. 

Es difícil proyectar el futuro porque probablemente eso requiere proyectar hacia adelante una línea de tendencia extrapolada del pasado reciente. Los historiadores estamos aquí para decir ‘no hagas eso’. 

Por ejemplo, en la edición de 1961 del libro “La economía”, de Paul Samuelson, había un gráfico que predecía que el producto nacional bruto soviético superaría al estadounidense en algún momento en un futuro razonablemente cercano. Se suponía que ello iba a ocurrir a mediados de la década del 80´. A finales de los 80, la fecha se trasladó a 2011. Esas predicciones se basaban en una interpretación errónea de los resultados económicos soviéticos, pero también en un malentendido de la naturaleza de la economía planificada. Como todos sabemos, la economía soviética se derrumbó en la década del 80 y ni siquiera llegó a ser el 45% del tamaño de la economía estadounidense. Este error de Samuelson nos recuerda que el proceso histórico no tiende a seguir tales líneas de tendencia. 

A mi viejo amigo Steve Pinker le encantan las tendencias. En su libro Enlightenment Now, incluye un montón de líneas de tendencia diciendo cuánto está mejorando el mundo. Allí escribió que no creía que fuera a haber otra pandemia. El libro se publicó justo unos años antes de que se produjera la pandemia de Covid 19 y no había ninguna línea que diga que iba a haber una pandemia a partir de finales de 2019. Así funciona el mundo, y un nuevo virus zoonótico dio el salto y se extendió por todo el mundo con una velocidad asombrosa. 

Por lo tanto, no puedo decir cuál será el próximo desastre. Cuando estaba terminando ‘Doom…’, hace ya dos años, dije que habría un choque geopolítico que involucraría a China, y no me di cuenta de que en realidad sería una invasión rusa de Ucrania.

No digo que no se pueda predecir nada. Sólo que en el reconocimiento de patrones históricos no se buscan líneas rectas ni olas predecibles. Lo que se trata de averiguar es de dónde vendrá el próximo choque. Te daré algunos ejemplos. Creo que Rusia está perdiendo la guerra en Ucrania; que el pueblo ucraniano, liderado por Volodymyr Zelensky, ha expuesto la profunda disfunción del imperio de Putin; que el régimen iraní se tambalea al borde del colapso ante las protestas masivas. También creo que el Partido Comunista Chino se dirige hacia un momento de ajuste de cuentas porque su modelo económico está roto. Los tres mayores desafíos o amenazas a la democracia se encuentran, de hecho, en diferentes estados de crisis. Y lo que probablemente sorprenderá a la mayoría de nosotros en los próximos 10 años es que uno o dos o tres de esos regímenes caerán. Y cuando ocurra ello, los intelectuales fingirán que lo predijeron. Pero yo lo predigo ahora, on the record. Creo que es muy probable que dentro de 10 años el Partido Comunista Chino ya no controle China; que Vladimir Putin ya no gobierne Rusia, y que la teocracia iraní ya no gobierne Irán. Son regímenes que se acercan al final de su vida útil, en mi opinión

¿Qué pasa con el autoritarismo? ¿Qué está pasando para que estos regímenes comenzaran a mostrar los signos de colapso que usted mencionó?

-El sistema chino sigue siendo el heredero del Estado de partido único marxista-leninista; la Rusia de Putin es una especie de intento de revivir las tradiciones del imperio ruso anterior a 1917, aunque en la práctica es más bien un régimen fascista; y la teocracia de Irán es una novedad, uno de los pocos intentos de basar todo un sistema de gobierno en la Sharia que ha habido en los tiempos modernos. 

El problema con todos estos sistemas es que no tienen el tipo de estructuras de incentivos de una sociedad libre, las cuales si bien no son perfectas, sí incentivan a los empresarios a explotar las oportunidades tecnológicas para obtener beneficio y maximizarlos. Además, nos permiten, como ciudadanos, expresar nuestra insatisfacción con las formas en que somos gobernados. Y la rendición de cuentas, una característica incorporada de la democracia es, en última instancia, un superpoder. Permite a las democracias autorrepararse y cambiar de dirección. Si bien siempre nos quejamos de cómo funciona en la práctica, no debemos olvidar que tener gobiernos de partidos que no rinden cuentas, como ocurre en China, es mucho peor porque un número relativamente pequeño de personas puede cometer enormes errores que no se corrigen.

La política china de Cero-Covid fue ampliamente aclamada como la mejor política posible en 2020, hasta el punto de que Gran Bretaña, Estados Unidos y otros países occidentales la intentaron copiar. En su momento yo dije que era una mala idea, que ni siquiera éramos capaces de hacer encierros como los chinos y que, en cualquier caso, los encierros eran un instrumento muy caro y contundente para hacer frente a una enfermedad como el Covid.

También señalé que era muy poco probable que China desarrollara buenas vacunas porque nunca han sido buenos en vacunas en ningún momento de la historia moderna. Y ahora vemos que China está atrapada con una política que esencialmente ahoga la actividad económica pero que no puede ser eliminada porque la población realmente no está protegida contra el Covid. Eso es una buena ilustración de cómo un régimen autoritario que no rinde cuentas puede cometer un error realmente grande. 

En Estados Unidos corregimos el rumbo en 2020 porque Donald Trump no fue reelegido. Creo que hemos sobreestimado ligeramente los beneficios de tener a Joe Biden en su lugar, y subestimado bastante lo que ha conseguido la administración Trump. Porque, después de todo, la Operación Warp Speed fue la respuesta política más importante a la pandemia, y entregó vacunas de alta eficacia muy rápidamente. Todo eso tiende a ser olvidado ahora. 

En definitiva, los sistemas autoritarios producen resultados inferiores a los sistemas libres y democráticos.

«Las repúblicas miraron con envidia la unidad nacional que vimos en el momento de la muerte de la Reina»

Vayamos al fallecimiento de la Reina Isabel. Me llama la atención por qué una sociedad moderna como la británica muestra un apego tan profundo a la monarquía, que es uno de los principales símbolos del antiguo régimen.

-La idea de una monarquía constitucional, es decir, una monarquía limitada por instituciones representativas,  fue una idea muy moderna. Puede decirse que se originó en la Inglaterra del siglo XVII y que se consolidó en los siglos XVIII y XIX. La Reina fue en muchos sentidos la personificación de una tradición de monarquía constitucional que se remonta a la Revolución Gloriosa. 

Creo que la razón por la que la monarquía sigue siendo popular es bastante obvia. La Reina hizo un trabajo extraordinario no sólo personificando las continuidades de la historia británica, sino también gestionando el fin del imperio, lo que no fue nada fácil si se tiene en cuenta el estado en que se encontraba Gran Bretaña cuando se convirtió en reina hace 70 años. 

Los estadounidenses y otros que viven en repúblicas miraron con envidia la unidad nacional que vimos en el momento de la muerte de la Reina y el posterior luto y funeral porque se dieron cuenta de que en Gran Bretaña no todo es político, que la identidad de Gran Bretaña, la naturaleza del Estado que llamamos Reino Unido no es algo que esté totalmente sujeto a la politización partidista. Mientras, en Estados Unidos y, de hecho, en la mayoría de las repúblicas, todo es político, incluida la propia soberanía. 

Yo soy monárquico. Creo que la monarquía constitucional es en realidad un sistema superior al gobierno republicano porque a lo largo de la historia se ha visto que las repúblicas son propensas a la decadencia, a las crisis. Cuando un presidente populista o demagogo dice que las élites son corruptas, que la constitución es una farsa, que ustedes, el pueblo, merecen algo mejor, da un mensaje muy peligroso. Creo que no debemos subestimar el poder que conlleva la monarquía constitucional precisamente porque saca una parte de la identidad del Estado del ámbito de la política partidista.

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