Hoy se cumplen 42 años desde el golpe de estado que derrocó al gobierno de Salvador Allende en 1973 y, como suele ocurrir en la víspera de esta fecha, en las páginas de opinión de los distintos diarios se han expuesto distintas miradas sobre el hecho y sus causas. Sin embargo, hay un elemento clave en el quiebre democrático en Chile que no se analiza tan profusamente pese estar largamente documentado: el rol que jugaron la Unión Soviética y Estados Unidos en nuestro país en las décadas del ‘60 y ‘70, en plena Guerra Fría, a través de sus agencias de inteligencia.
Dos de los libros más reveladores y recientes que tratan este tema son “The world was going our way: The KGB and the battle for the third world” y “La CIA en Chile”. El primero fue escrito en 2005 por el historiador y académico británico Christopher Andrew y el ex archivero de la KGB Vasili Mitrokhin, quien por décadas transcribió en secreto todos los informes que recibía del organismo de inteligencia de la URSS y en 1992 negoció con el MI6 de Inglaterra la entrega del material a cambio del exilio en ese país. El texto de 676 páginas -que se vende en Amazon en sus distintas ediciones- detalla las acciones de la KGB en los países del “tercer mundo” y contiene un capítulo dedicado a Chile y al gobierno de la UP.
El segundo libro –que está a la venta en distintas librerías por un precio de $14.000- fue lanzado en 2013 por el periodista chileno Carlos Basso, quien estudió más de mil archivos desclasificados por el gobierno de Estados Unidos en las últimas décadas donde se transparentan las acciones de la CIA para desestabilizar el gobierno de Allende.
La KGB en Chile: Allende, “La Payita” y Carlos Prats
El texto de Andrew y Mitrokhin -que incluye material que en círculos de especialistas ha sido catalogado como “sin parangón en la historia del espionaje” y como “la más completa y extensa información de inteligencia” que ha entregado una sola fuente- señala en sus primeras páginas que como la KGB, a diferencia de la CIA, creyó que el “tercer mundo” era la arena en la que podían ganar la Guerra Fría, el organismo de inteligencia de la URSS contactó a los principales líderes de la izquierda latinoamericana para darles financiamiento y ayudarlos en su “postura anti norteamericana”.
Es en esa parte donde se menciona por primera vez a Allende. Se dice que su primer contacto con la KGB fue en 1952 a través del agente Svyatoslav Kuznetsov, apenas un año después de que fracasara en su primer intento por llegar a La Moneda. En un principio el fallecido ex mandatario –a quien en los informes se le apodaba “Líder”- era considerado un “contacto confidencial” que entregaba información política, pero los encuentros con Kuznetsov –quien operaba en Chile como un supuesto corresponsal de la agencia rusa Novosti- comenzaron a hacerse más frecuentes a contar de 1961, cuando se estableció en nuestro país una misión comercial soviética y Allende manifestó su voluntad de “cooperar en forma confidencial y dar la asistencia necesaria, ya que él se consideraba un amigo de la URSS”. Según señalan los informes de la KGB, las frecuentes reuniones entre el agente y el ex presidente eran coordinadas por una mujer a la que apodaban “Marta”, chapa que correspondía a Miria Contreras, “La Payita”, quien desde 1960 fue secretaria personal de Allende.
De acuerdo con el libro, el ex líder de la UP también habría recibido cuantiosas sumas de dinero de parte de la Unión Soviética, aparte de los millonarios recursos que llegaban regularmente al Partido Comunista, que fue parte de su gobierno. Se menciona que en 1970, año de la elección presidencial, se le dio un “subsidio personal de $50.000”, cifra que se presume corresponde a dólares. El monto fue aprobado por el Politburó para “fortalecer las relaciones confidenciales”. Según los archivos, también se habría pagado una suma de $18.000 a un senador de izquierda para “persuadirlo de que no fuera como candidato”.
En octubre de 1971, cuando ya era presidente, Allende habría recibido otros $30.000 “para solidificar las relaciones de confianza”. Y en febrero de 1973, un mes antes de las elecciones parlamentarias de ese año, el jefe de la KGB pidió $50.000 más para el gobierno de Allende.
En otro extracto del libro, se sostiene que “en forma cauta se le hizo entender a Allende la necesidad de reorganizar el Ejército chileno y los servicios de inteligencia, y de establecer una relación entre los servicios de inteligencia de Chile y de la URSS. Allende reaccionó a esto en forma positiva”.
En el texto también se señala que en 1972 la KGB ya veía con claridad las dificultades que enfrentaba la administración de la Unidad Popular y se criticaba que Allende no usara “la fuerza” contra sus opositores. Asimismo, una vez consumado el golpe de estado, el organismo de inteligencia se quejaba de que a pesar de las advertencias que le hicieron al mandatario sobre la inminencia de su derrocamiento, éste les dio “poca importancia”.
Otro personaje emblemático del gobierno de Allende que aparece mencionado en el libro es el ex comandante en jefe del Ejército y ex ministro del Interior, Carlos Prats. Según los archivos de la KGB extraídos por Vasili Mitrokhin, el general que fue asesinado durante su exilio en Buenos Aires habría recibido por parte de la inteligencia soviética $10.000 para actuar de nexo entre el agente Vladimir Konstantinovich Tolstikov e Isabel Perón. De acuerdo al libro, Prats ejerció presiones ante la entonces primera dama de Argentina para que su marido recibiera a Tolstikov, encuentro que finalmente se concretó.
Los intentos de la CIA por desestabilizar al gobierno de Allende
Según un fragmento del libro “La CIA en Chile” publicado por El Mostrador en 2013, el organismo de inteligencia de Estados Unidos instaló oficinas en nuestro país en 1947 alentado por la presencia de la KGB en la región. Ya a partir de 1953 comenzó a emitir informes periódicos sobre la situación política y económica y 10 años más tarde los agentes alertaron sobre el proceso de “izquierdización” de la sociedad.
En 1969, la oficina en Chile emitió dos informes. Uno vaticinaba en forma exacta lo que terminaría ocurriendo en las elecciones presidenciales del siguiente año: “lo de 1970 será una carrera de tres hombres, en la cual no habrá una mayoría nítida, y la decisión final será tomada por el congreso chileno”. Y el otro insistía en el proceso de “izquierdización” del electorado chileno estimulado por la “inequidad” de los ingresos per cápita, “la baja productividad agrícola y la inflación crónica”. Asimismo, se agregaba que la situación se agudizaba porque a juicio de ellos “era difícil imaginarse un candidato más antipático que (Jorge) Alessandri”. De Salvador Allende, la CIA decía que era un “experimentado y astuto político con una gran comprensión del sistema político chileno, ganada a través de años en el senado y como perenne candidato presidencial. Es una marca conocida para el electorado chileno, considerado un reformador que ha trabajado desde el sistema toda su carrera política”.
De acuerdo con el libro de Basso, la CIA comenzó a aportar con dineros a distintas entidades en Chile desde 1953 “subsidiando agencias cablegráficas, revistas escritas para círculos intelectuales y un semanario de derecha”. Asimismo, a contar de 1962 los montos habrían aumentado “cuando el gobierno de John F. Kennedy comenzó a ayudar a la Democracia Cristiana, a fin de evitar un triunfo de Allende en 1964”.
El texto también dice que “es justo precisar respecto de ello que la CIA tenía dos almas. Una estaba en Washington, al lado del río Potomac, y creía que si ganaba el socialista el escenario sería dantesco, visión muy distinta de la que poseía, desde su oficina en calle Agustinas, mirando hacia La Moneda, el por aquel entonces jefe de la CIA en Chile, Henry Hecksher, quien a poco de que Richard Nixon ordenara evitar que Allende asumiera (en septiembre de 1970), decía que la idea del golpe militar -que proponía la Fuerza de Tareas, creada para tal efecto en Washington- era fantasiosa, y que además ‘no hay pretexto para un movimiento militar en vista de la completa calma que prevalece en el país’”.
Sobre el intento de secuestro que terminó con el general René Schneider muerto –operación de la CIA que pretendía generar un levantamiento militar que evitara la llegada de Allende a La Moneda-, Hecksher también previó, días antes, como terminaría: “El intento de secuestro quizá conduzca a un baño de sangre”, escribió en uno de sus informes. Sin embargo, con la llegada de Allende al poder, al jefe de la CIA en Chile lo despidieron. Lo acusaron de ser “socialista” y lo culparon por el fracaso de la misión.
El libro indica que Hecksher fue remplazado por un oficial llamado Ray Warren “que comenzó a implementar una suerte de continuación del plan Track 1; es decir, el financiamiento a los partidos políticos, que benefició principalmente y en primer lugar a la DC, luego al Partido Nacional y en menor medida a los partidos Demócrata Radical (PDR) y de Izquierda Radical (PIR)”. Asimismo, el texto señala que de la lectura de más de mil documentos de la CIA se desprende que la Democracia Cristiana siempre fue el partido chileno mejor evaluado por los norteamericanos y que el Partido Nacional “les gustaba poco”.
El libro también desmitifica el rol que jugó el organismo en la confección del plan del golpe militar. En un documento de la CIA de 1973 se señala que la oficina en Santiago estaba proponiendo azuzar a los militares para que hicieran un golpe de estado contra Allende, opción que parecía difícil pues el comandante en jefe del ejército, Carlos Prats, no parecía dispuesto a avanzar con un objetivo como ese.
El propio Warren insistió a Washington sobre la posibilidad, pero desde las oficinas centrales de la CIA le cerraron la puerta: “veamos cómo se desarrolla la historia, no la hagamos”, le dijeron. La situación de EEUU ya no era la misma de 1970. Ya había salido a la luz pública el intento de hacer un golpe antes de la asunción de Allende, el caso Watergate ya había estallado y estaba culminando la Guerra de Vietnam.
Según el libro, “tan consciente estaba la CIA sobre las miradas que tenía encima, que en un informe de su Dirección de Operaciones, de septiembre de 1972, se decía que ‘la tentación de asumir un rol positivo en apoyo al golpe militar es grande’, pero que debían refrenarse, debido a que serían acusados de ‘ingeniar el colapso del gobierno de Allende’”.