I

El proyecto político que tiene la izquierda militante para el país, más allá de la habitual crítica al “neoliberalismo”, apunta esencialmente a refundar Chile, esta refundación implica pasar de un Estado nacional, cuya identidad se define desde la nacionalidad chilena, a un Estado plurinacional donde dicha nacionalidad, se dispersa o desintegra en varias naciones agrupadas por un Estado común. Esta mistificación de la realidad, algo tan propio de la ideología, llega al extremo de plantear que los chilenos de origen mapuche pertenecen a otra Nación, y por tanto no tienen ningún vínculo con la nacionalidad chilena, en rigor pertenecen al Estado chileno, pero no a la Nación chilena. 

Esta misma lógica se extiende a otros “pueblos originarios” de nuestro país que fueron reconocidos por la Ley Indígena, donde se señala que “el Estado reconoce como principales etnias indígenas de Chile a: la Mapuche, Aimara, Rapa Nui o Pascuenses, la de las comunidades Atacameñas, Quechuas, Collas y Diaguita del norte del país, las comunidades Kawashkar o Alacalufe y Yámana o Yagán de los canales australes”. Al mismo tiempo deja claro que, “el Estado valora su existencia por ser parte esencial de las raíces de la Nación chilena, así como su integridad y desarrollo, de acuerdo a sus costumbres y valores”. (Cf. Ley Indígena n°19.252, Artículo 2, 5 de Octubre de 1993).

Los planteamientos políticos que eran parte esencial del programa de gobierno de Daniel Jadue y sus partidarios desconocían lo establecido por esta ley, al colocar a dichos pueblos y culturas al margen de la Nación chilena, otorgándoles el carácter de nación, a lo que en rigor son pueblos y culturas, los cuales, como lo demuestra tanto la historia como la antropología (cultural), son parte constitutiva de la génesis, desarrollo y consolidación de la nacionalidad chilena y su ethos cultural, como lo recuerda la misma Ley Indígena, ley en cuya elaboración participaron destacados especialistas, conocedores de la realidad histórica de nuestros pueblos prehispánicos (o precolombinos). Esto explica el cuidado y rigor en el uso de los términos que tienen una connotación histórica o antropológica, evitando siempre utilizar alguna expresión ajena o contraria a la realidad, como es el caso de la idea de Nación. De hecho, en la ley se habla de agrupaciones humanas, etnias, culturas o comunidades, pero nunca se habla de “naciones indígenas”. Recordemos que el concepto de Nación como el de Estado (cuya fundamentación última pertenece a la filosofía), designan realidades históricas (y jurídicas) bien precisas, que no se pueden usar con ligereza o según la intencionalidad de las opciones ideológicas de una coalición política.

La tesis de un Estado plurinacional no solo estaba presente en el  programa de gobierno de Daniel Jadue, sino que también caracteriza al discurso habitual tanto del Frente Amplio como del conglomerado de “independientes” autodenominado “Lista del Pueblo”. Al mismo tiempo, este Estado plurinacional debe ser un Estado feminista (obviamente no cualquier feminismo sino el feminismo radical), construido sobre una nueva Constitución plurinacional y feminista. De ahí que una mayoría importante de los miembros de la actual Convención Constitucional, se encuentre simbióticamente ligada a los postulados de Daniel Jadue, postulados que permanecen vigentes, independiente de la reciente y catastrófica derrota electoral del candidato comunista. 

En las primeras páginas de las “Bases Programáticas” del programa de Jadue, señalaba con claridad cuáles eran los principios filosóficos que sostenían arquitectónicamente su visión sobre Chile y sus objetivos para el país: “Necesitamos un marco constitucional que asegure una vida digna para todas y todos e iniciar un proceso de transformación de nuestro país en un Chile Plurinacional, Intercultural, Feminista, Paritario y con un enfoque de derechos sociales y sin exclusiones”. (p. 1). Este planteamiento se explicita y completa en un párrafo posterior: “Chile es un territorio habitado por diversas naciones y pueblos, pero aún no lo asume de manera justa, franca y abierta. Nuestro país debe reconocer su plurinacionalidad, avanzando en verdad, justicia, reparación y memoria para las primeras naciones que habitaron este territorio. Proponemos avanzar hacia la interculturalidad, la autodeterminación y a la integridad cultural y lingüística” (p.2). En esta lógica refundacional, “volver a la normalidad no puede ser una alternativa” (p. 3). 

Es difícil encontrar en la historia republicana de Chile, un planteamiento político con tal radicalidad ideológica y política. En síntesis, se trata de instaurar el año cero de una nueva historia, a partir del cual se construya una nueva identidad chilena, que se exprese a través de un Estado plurinacional, dejando tras de sí siglos de “usurpación” y “discriminación”. Estas son las mismas tesis que encontramos en la Convención Constitucional, especialmente en quienes se sienten portadores del fuego iluminador de los padres fundadores de una nueva sociedad (PC, Frente Amplio y Lista del Pueblo), cuya tarea no sería otra que acabar con todo vestigio opresor del “Antiguo Régimen” chileno. Como tantas veces en la Historia Contemporánea, el mito revolucionario se funde con la utopía de una Nueva Humanidad.

II

¿Se puede afirmar con cierta seriedad y rigor histórico que Chile es un Estado conformado por diversas naciones (o nacionalidades), como lo fue en su momento el Imperio Austrohúngaro, Yugoslavia, Checoslovaquia o la misma URSS y que, por consiguiente, estaría llamado en nombre de su realidad histórica, a transformarse en lo que realmente es, un Estado plurinacional? ¿De dónde se toma esta idea completamente ajena a nuestra realidad histórica y que niega de facto la existencia de un Estado nacional chileno, como si se tratase de un “ente abstracto” construido artificialmente por los detentores del poder, en detrimento de las otras “naciones” que vivían en nuestro territorio antes de la Conquista y Colonización española? ¿Hasta qué punto está presente el viejo sueño hegeliano-marxista de la dialéctica como motor de la historia y la sociedad enquistado en esta visión mistificada de la Nación chilena? ¿A qué nueva “ilusión dialéctica” nos conduce? Son estas cuestiones las que queremos abordar de manera sucinta en estas breves líneas. 

Lo primero sobre lo cual hay que tener claridad es que la visión de un Estado plurinacional como la idea de refundación (y muchas otras ideas), que postula el PC y otros grupos de izquierda cercanos a su visión sobre el presente y futuro del país, encuentran en Evo Morales y la Constitución de Bolivia su primera y permanente fuente de inspiración. Esto no deja de ser sorprendente para cualquier conocedor del tema, particularmente para el historiador, antropólogo, sociólogo o filósofo, pero también para el ciudadano común que posee un mínimo de cultura general. En efecto, si existe un país que tiene diferencias sustantivas con la realidad histórica chilena tanto en su pasado prehispánico (Bolivia formó parte de la Civilización Inca), e hispánico (Bolivia fue parte del Virreinato del Perú), y en su formación como Estado independiente es justamente el país altiplánico. 

No olvidemos que Bolivia en muchos aspectos corresponde a lo que la destacada historiadora francesa Marie-Danielle Demélas ha llamado con otros autores (incluido destacados historiadores bolivianos) un “Nacionalismo sin Nación”, para poner de manifiesto cómo la nacionalidad boliviana y el sentimiento nacionalista se construyó después de la Independencia y sobre todo a partir de las guerras con Chile, en particular la Guerra del Pacífico. Sin embargo, esto no plantea problemas para la izquierda militante y sus representantes en la Convención Constitucional, porque los principios ideológicos provenientes del marxismo cultural de corte chavista están plenamente asumidos por la Constitución de Bolivia: 

“El pueblo boliviano, de composición plural, desde la profundidad de la historia, inspirado en las luchas del pasado, en la sublevación indígena anticolonial, en la independencia, en las luchas populares de liberación, en las marchas indígenas, sociales y sindicales, en las guerras del agua y de octubre, en las luchas por la tierra y territorio, y con la memoria de nuestros mártires, construimos un nuevo EstadoDejamos en el pasado el Estado colonial, republicano y neoliberal. Asumimos el reto histórico de construir colectivamente el Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, que integra y articula los propósitos de avanzar hacia una Bolivia democrática, productiva, portadora e inspiradora de la paz, comprometida con el desarrollo integral y con la libre determinación de los pueblos”. (Constitución Política del Estado, Preámbulo, 7 febrero 2009).

Todas estas ideas que estaban en el programa de Jadue son parte constitutiva de la coalición política que agrupa a la izquierda militante chilena. Es desconcertante para cualquier analista serio, encontrar una propuesta de gobierno elaborada para la situación chilena, construida sobre la realidad histórica y cultural de otro Estado, como si se tratase de países idénticos. Hay que remontarse a los tiempos de la Revolución cubana para encontrar un tal delirio obsesivo por buscar implementar un modelo foráneo con un claro sesgo ideológico. (Cf. Gabriel Salazar, Conversaciones con Carlos Altamirano. Memorias críticas).

Lo otro que llama la atención en las propuestas que representaba Daniel Jadue y la coalición a la que pertenece, es la confusión de realidades (y conceptos) sobre los cuales parecieran tener un completo desconocimiento, tal es el caso de la idea de Nación, Estado, Sociedad, Cultura o Pueblo, se trata de realidades que están o pueden estar vinculadas pero que en ningún caso se pueden tomar como equivalentes. Tanto la Historia como las ciencias sociales por un lado como la filosofía por el otro, son bastante claras al respecto, independiente del legítimo “conflicto” de interpretaciones o la existencia de “paradigmas”, escuelas o corrientes de pensamiento que puedan darse al interior de cada uno de estos saberes. Ciertamente, se trata de realidades y conceptos que no son estáticos, porque están intrínsecamente entrelazados con la temporalidad histórica.

Al igual que en la Constitución de Bolivia, de la cual Evo Morales fue el artífice y director de obra, el programa de Jadue dirigía sus dardos contra la existencia de una Nación chilena y, a través de ella, contra el Estado chileno o para usar la expresión tan propia del mundo de la izquierda militante, contra la “República oligárquica”, porque no es representativa de la genuina realidad histórica y cultural de nuestro país. Al contrario, es justamente el Estado nacional chileno, el responsable de marginar a las otras “naciones” que habitaban Chile antes de la llegada del Imperio Español a América, de la participación del Estado chileno, al no reconocer su “identidad nacional” y sus derechos como naciones, especialmente el derecho a la autodeterminación. Esta última idea tiene hondas repercusiones políticas y jurídicas porque pone en jaque al mismo Estado chileno.

¿Cuáles serían esas naciones? La pregunta queda sin respuesta, porque se trata de una afirmación ideológica, o un relato ficcional, y por tanto no tiene ningún fundamento histórico o antropológico, salvo que se quiera tomar como equivalentes la idea de Nación con la idea de cultura, lo que nos llevaría a afirmar necesariamente (la lógica obliga), que todas las culturas han sido o son naciones, lo cual es insostenible. Para ser más específico: ¿los diaguitas, atacameños, changos, pehuenches, puelches, tehuelches, picunches, araucanos (golfo de Arauco), huilliches, poyas, chonos, alacalufes, yaganes…, eran diversas “naciones” que existían y que en algunos casos todavía existen en Chile y también en Argentina? ¿Qué entiende por Nación Daniel Jadue y la izquierda militante?

Como ya lo hemos señalado, del punto de vista tanto antropológico como histórico, se trata de diversos pueblos o culturas que, en el caso de Chile, pertenecían a las dos formas de organización social más básicas que conocemos en antropología como las bandas o la sociedad de bandas que es la menos compleja y característica de los pueblos cazadores y recolectores (changos o yaganes), y las sociedades tribales o simplemente tribus, las que carecían de algún tipo de unidad política permanente, es lo que en etnohistoria llamamos pueblos “acéfalos”. Los estudios al respecto son decisivos. Nada que se asemeje a un «señorío» (con excepción de los Diaguitas y Atacameños, los primeros fueron dominados por el Imperio Inca en el último tercio del siglo XV), menos a una Civilización (la Civilización tal como la conocemos en América prehispánica es un fenómeno que se dio básicamente en dos áreas, Mesoamérica y los Andes Centrales). 

Son estos pueblos, sobre todo las sociedades tribales (Cf. Marshall D. Sahlins, Tribesmen), que se agrupan bajo el nombre genérico de mapuches o mapuche los que en mayor número participan activamente en la formación del pueblo chileno y la Nación chilena, a través del mestizaje étnico y cultural y el proceso de trasvasije cultural iniciado por España. Hasta tal punto el proceso de mestizaje cultural fue importante, que la misma lengua mapuche (mapudungun) pudo ponerse por escrito, gracias a la utilización de los caracteres latinos y españoles (o castellanos), puesto que los mapuches eran una cultura ágrafa. No encontramos en Chile prehispánico algún tipo de escritura como se observa en el mundo maya o en la escritura mexica, escrituras que desarrollaron sus propios caracteres, a los cuales se les suele llamar impropiamente jeroglíficos. Lo otro que es claro es que ninguno de ellos llegó a configurar en Chile lo que llamamos una Nación, menos aún un Estado o algo que se le parezca. No se debe olvidar que las bandas y las sociedades tribales son por definición preestatales, en cuanto el Estado es la manifestación política de una Civilización (Cf. Osvaldo Silva Galdames, Prehistoria de Chile y Civilizaciones prehispánicas de América, y los diversos estudios publicados por el maestro y amigo, en Cuadernos de Historia de la Universidad de Chile, revista de la cual fue fundador y director hasta su reciente fallecimiento).

III

Esta es la nueva “ilusión dialéctica” que la izquierda militante (PC, Frente Amplio y Lista del Pueblo), pretende imponer en Chile, negando no solo la realidad histórica del mestizaje, (sobre todo en la región de la Araucanía), sino también la existencia de una Nación chilena cuyos primeros esbozos lo encontramos ya presentes en el siglo XVI, con mayor nitidez en el siglo XVII y sobre todo en el siglo XVIII, a medida que el mestizaje étnico y cultural y el trasvasije cultural europeo avanza hasta consolidarse definitivamente en el siglo XIX.  

Como es bastante conocido, sobre la relación entre el Estado y la Nación en Chile, existen diversas visiones o interpretaciones históricas. En efecto, para Jaime Eyzaguirre, Bernardino Bravo Lira o Sergio Villalobos la nación o nacionalidad chilena preexiste al Estado en Chile. Ricardo Krebs señala que “al iniciarse el proceso emancipatorio, el chileno tenía ya una conciencia de su individualidad, incipiente conciencia nacional” (Cf. Problemas de la Formación del Estado y de la Nación en Hispanoamérica, “Orígenes de la conciencia nacional chilena”, Bonn, 1984). Para otros destacados historiadores como Mario Góngora, “la nacionalidad chilena ha sido formada por un Estado que ha antecedido a ella” (Cf. Ensayo Histórico sobre la Noción de Estado en Chile en los Siglos XIX y XX). Sin embargo, a pesar de las diferencias existentes en torno a los orígenes de la nacionalidad chilena, estas visiones no cuestionan en modo alguno la existencia de una Nación chilena con una identidad clara, donde coexisten (no sin cierta tensión), el mundo de la oralidad y el mundo del texto (Cf. Pedro Morandé Court, Cultura y Modernización en América Latina; Carlos Cousiño, Razón y Ofrenda). Menos aún que el Estado chileno sea un Estado nacional con una clara identidad cultural que lo distingue de otras naciones como Perú, Bolivia o Argentina. 

Esto explica que no encontremos en Chile nada que se parezca a una visión indigenista de la sociedad o de la historia o algún movimiento indigenista, tal como lo encontramos en los países de los Andes Centrales, como fue la propuesta indigenista-marxista de José Carlos Mariátegui, o la narrativa de José María Arguedas en Perú, o el caso de Alcides Arguedas Díaz en Bolivia o Jorge Icaza en Ecuador por mencionar solo algunos pensadores, literatos y políticos relevantes. Ni hablar del caso de México donde la presencia del indigenismo como pensamiento y movimiento siempre ha tenido una fuerte presencia dentro de la sociedad. ¿Cuándo podemos situar entonces el origen de esta tendencia en Chile? El fenómeno catalizador ha sido, sin lugar a duda, el Quinto Centenario del Descubrimiento de América, donde el indigenismo se exaltó en todo el Continente y nuestro país no permaneció indiferente a esta tendencia (Cf. Sergio Villalobos, La Araucanía. Historia y Falsedades). Junto a este proceso habría que mencionar el derrumbe previo de los “socialismos reales” en la URSS y Europa Oriental, lo que puso en evidencia el fracaso del marxismo-leninismo, como modelo de sociedad y de desarrollo para los pueblos de América Latina. 

La obsesión y urgente necesidad de la izquierda militante de encontrar nuevos actores que pudiesen encarnar la utopía del Hombre Nuevo, sobre todo después del ocaso del proletariado, ha llevado a los herederos de las viejas tesis del marxismo y del “poder popular” (término querido a Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Evo Morales o Rafael Correa, es decir, los partidarios del llamado Socialismo del Siglo XXI), buscar en el indigenismo pero también en el feminismo radical y otros “actores sociales”, sus nuevos referentes y caballos de batalla para imponer su visión de sociedad y junto con ella el pensamiento único. De este modo, la dialéctica opresor y oprimido, o amigo-enemigo (tesis a la cual nunca ha renunciado el PC chileno y sus compañeros de lucha), se desplaza progresivamente de la burguesía y el proletariado, hacia el “conflicto” entre el Estado nacional chileno y la invención de la “nación” mapuche (Cf. Álvaro Fernández Bravo, La invención de la Nación, 2000). 

En este contexto, no deja de sorprender el silencio que la centroderecha ha guardado con respecto a estas propuestas de la izquierda militante. A mi entender, es una muestra más del economicismo y la lógica tecnocrática que los ha caracterizado los últimos años y que les impide comprender que la esfera de lo humano, en este caso la política y el bien común, pero también el Estado y la Nación (chilena), no se agotan ni se reducen al ámbito de la economía (economicismo). Nunca se debe olvidar que, tras el lenguaje conciso de cifras y estadísticas, siempre se encuentra la persona concreta, el rostro viviente y doloroso de cada persona, de cada ser humano, sobre todo del indigente y marginado, con sus penas y alegrías, con sus frustraciones, con sus angustias y sus esperanzas en un futuro mejor (Cf. Juan Pablo II, Discurso en la CEPAL, Santiago, 3 de abril de 1987).

Cómo lo han planteado algunos destacados juristas, hay que tomar el asunto de la plurinacionalidad en serio, porque jurídicamente Chile se fundó sobre dos pilares esenciales: 1° La República de Chile es una e indivisible. 2° El Estado de Chile es unitario (una sola Nación). Si algún candidato presidencial, coalición política o la misma Convención Constitucional, pretende cambiar esos pilares deben tener claro, que estaríamos hablando de la formación de otro país, o incluso de un posible Estado al interior del Estado nacional chileno, lo cual no tiene ninguna relación con construir un Chile digno, con igualdad de oportunidades, justicia social, salarios y pensiones dignas, educación de calidad, gratuidad universal, sistema de salud público eficiente, protección del medio ambiente, derecho a la vivienda, etc. Muchas de las ideas que la izquierda militante dice representar. 

Después de la derrota del candidato comunista Daniel Jadue es necesario preguntarse: ¿Cuál es el real proyecto político que representa Gabriel Boric? ¿Los postulados que dice compartir con el PC y la Lista del Pueblo? ¿La continuidad del proyecto político abortado del presidente Salvador Allende y la Unidad Popular? ¿Es eso posible? Lo que sí tenemos claro es que no se puede construir un proyecto político y social democrático fundado en la dignidad de la persona, es decir, que apunte al desarrollo integral de cada persona y de toda la persona, socavando los cimientos de la Nación chilena y desmantelando las instituciones republicanas, para reemplazarlas por el sueño quimérico de la ilusión dialéctica, bajo el nombre utópico de refundación.

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