El sexto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, conocido como el IPCC, señala que Chile es altamente vulnerable al cambio climático. En sintonía con lo anterior, el ranking del Word Resources Institute ubica a nuestro país en el puesto 16 entre 164 países con mayor estrés hídrico. Estos indicadores mundiales tienen un eco muy real en nuestro territorio: una sequía de extensión superior a una década, cruzada por eventos extremos de dañinos aluviones ocasionados por ríos atmosféricos con isoterma alta, mayor ocurrencia de eventos meteorológicos como granizos en pleno verano, aumentos de temperaturas y de marejadas. Todos ellos son fenómenos que conllevan graves consecuencias sociales, ambientales y productivas, desde derretimiento de glaciares, pasando por riesgo de racionamiento en ciudades y fallas en abastecimiento de agua potable en sistemas rurales, hasta paralización local de la actividad agrícola, muchas veces la única actividad productiva disponible.

Cuando los pronósticos y proyecciones globales se alinean con las experiencias locales, es una señal clarísima de que el problema es real y que las proyecciones fueron certeras. Quizás lo más grave radica en nuestra inacción, sinónimo de que perdimos la valiosa oportunidad de anticiparnos y ahora sólo nos queda intentar mitigar los perjuicios y adaptarnos a las nuevas condiciones, pero con importantes pérdidas.

La tarea de adaptarnos a un clima cambiante es sumamente compleja y tiene múltiples factores económicos, sociales, ambientales y de gobernanza, entre otros. Por el lado de las soluciones, también existe una gran diversidad de herramientas tecnológicas, de infraestructura y de gestión, entre otras. En consecuencia, la forma más racional y lógica para enfrentar este difícil desafío consiste en analizar las distintas problemáticas, definir objetivos a cumplir, buscar soluciones y priorizarlas, es decir, construir un plan estratégico a nivel de cuenca.

Desde un punto de vista normativo, nuestro Código de Aguas es muy robusto al respecto. En 2022 se incluyó la disposición de que cada cuenca del país deberá contar con un Plan Estratégico de Recursos Hídricos tendiente a propiciar la seguridad hídrica y que será actualizado cada diez años o menos (art 293 bis). Además, define los componentes del plan, entre los que destacan elementos tales como modelación y balance de la cuenca, plan de recuperación de acuíferos y proyecciones de demanda, entre otros.

Por otra parte, Chile ha manifestado su compromiso para alcanzar los 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS) que ha planteado la ONU para el año 2030, incluyendo aquellos objetivos que tienen relación directa con el agua, como son el de Agua Limpia y Saneamiento, Hambre Cero, Energía Asequible y No Contaminante, Vida de Ecosistemas Terrestres y otros. Sin duda haber fijado un objetivo en el año 2015, para ser alcanzado en 2030, requiere de un proceso de planificación, ejecución y control.

¿Cómo hemos avanzado?

Durante el gobierno anterior se inició un fuerte impulso a la planificación estratégica de recursos hídricos en cada cuenca, y se comenzaron numerosos trabajos en esta materia. Es así, que en el catálogo documental de la DGA podemos encontrar los “Planes estratégicos de gestión hídrica” para 48 de las 101 cuencas que componen el país, que han sido publicados entre agosto de 2020 y diciembre de 2022. Después de esa fecha no aparecen nuevas publicaciones de planes estratégicos de gestión hídrica entre los resultados.

Que 48 de 101 cuencas tengan su plan no implica que el avance vaya sólo a la mitad, en realidad el avance es mucho mayor. Según el Atlas del Agua, del total de cuencas, la DGA escogió 32 que serían las más representativas. Los 48 planes ya elaborados incluyen a 24 cuencas representativas (entre las que faltan se encuentran el río Itata, el río Puelo y las cuencas de las regiones de Aysén y Magallanes). Otra forma de verlo es que se ha dado prioridad a la elaboración de planes para cuencas representativas y que tienen mayor necesidad, dadas las características de demanda de agua y su condición actual.

Lo que llama poderosamente la atención es que zonas con una alta complejidad hídrica y que tienen planes entregados desde el año 2020, no parecen haber pasado a la implementación con acciones concretas. Los planes para cuencas críticas como Petorca, Aconcagua, Choapa o Copiapó fueron entregados en 2020, y ya ha transcurrido más de un tercio de su vida útil antes de ser renovados, pero no pareciera que las autoridades, los servicios públicos o los gobernadores electos, estén intentando ejecutar dichos planes. No podemos permitirnos que la primera acción de un plan sea su actualización y no su ejecución.

Puede que esta situación tenga sus raíces en el traspaso que este gobierno ha hecho del liderazgo en políticas hídricas desde el Ministerio de Obras Públicas al Ministerio de Medio Ambiente. Otra causa podría ser que el foco en iniciativas hídricas del gobierno no ha estado en la ejecución de planes, sino en la conformación de consejos de cuencas. Una tercera posibilidad es que los planes no estén entregando un curso de acción concreto y realizable, o que simplemente no se disponga de financiamiento para implementar las soluciones propuestas. Algunos pueden creer que la causa es la inexistencia de una institución encargada del seguimiento de los planes, u otras razones.

Sea cual sea la causa, el hecho es que pareciera que el enorme esfuerzo y gasto de haber generado planes estratégicos, y su inclusión como un mandato legal a cumplir por parte de la Dirección General de Aguas no han sido suficientes para alinear la acción estatal a gran escala. Los planes no se han convertido en el documento rector de la acción pública en las cuencas y pareciera ser que los informes se suman a la larga lista de diagnósticos y análisis en materia hídrica que venimos acumulando por años y años, mientras cada uno de los actores relevantes siguen avanzando en sus propias iniciativas.

Si no ejecutamos los planes estratégicos, ¿cómo vamos a avanzar en alcanzar la seguridad hídrica en nuestras cuencas? ¿Cómo sabremos qué problema abordar primero, y mediante qué tipo de soluciones? Puede que tengamos planes imperfectos, pero más imperfecto aún es no ponerlos en práctica. Elaborado de manera mucho más precisa por quien es considerado el mayor filósofo de la administración, Peter F. Drucker “Los planes son solamente buenas intenciones a menos que se reflejen inmediatamente en trabajo duro”.

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