Leía recientemente la última Encuesta Nacional Bicentenario UC, publicada en abril pasado. En ella hay algunas buenas noticias, como una mayor valoración del esfuerzo personal frente al apoyo del Estado, una mayor visión pro crecimiento y pro apertura comercial, un menor conflicto social o que la familia es la “principal fuente de identidad para las personas”. Sin embargo, el panorama presentado por el estudio da cuenta del aumento sostenido del individualismo en nuestra sociedad y la baja consiguiente de la preocupación por lo comunitario.

Las personas estamos hechas para vivir en comunidad, allí encontramos nuestra perfección. Como en todos los ámbitos de nuestra vida, también en la empresa el éxito depende de cómo generamos entre sus miembros un sentido de comunidad. La persona tiene una necesidad de vincularse, de conectarse con el otro y de compartir lo que es y lo que tiene. Nuestra plenitud se logra cuando somos acogidos y acogemos a los demás en su integralidad, donde sólo un aspecto son sus conocimientos y competencias. Es algo tan inherente a todos los seres humanos, que si queremos una sociedad más feliz debemos hacer algo por fomentar una vida más comunitaria y menos individualista, porque así es como podemos encontrar nuestra realización como personas. Es por eso que la comunidad es mayor que la suma de los individuos: uno más uno es más que dos.

En la empresa también tenemos que hacernos cargo si queremos fortalecer la vida comunitaria, con la consiguiente reconstrucción del tejido social. La comunidad se sostiene en la confianza, y en un ambiente de confianza es más fácil tomar riesgos, fomentar la innovación y atreverse a equivocarse, actitudes tan necesarias en nuestro trabajo. El compromiso obtenido, ya sea por un buen salario, por presión o por el miedo al futuro es muy feble. En cambio, el compromiso verdadero viene de la confianza de sentirse parte de una comunidad. Lo vemos en los niños en la familia, los adolescentes que quieren pertenecer a los grupos, y los colaboradores que logran su realización profesional cuando pertenecen a una comunidad que los conoce y acepta con sus virtudes y defectos. Así somos los seres humanos y aunque parezca a veces que podemos ser felices en la soledad viviendo una vida individualista, eso es un espejismo que acaba en un vacío existencial.

USEC, que este mes cumple 75 años y que desde este año me toca encabezar, nació por iniciativa de San Alberto Hurtado para que las empresas sean verdaderas comunidades de personas y donde cada colaborador pueda encontrar una instancia de desarrollo material, cultural y espiritual, para él y su familia, y para la comunidad de la que forma parte la organización. Este aniversario es una buena ocasión para reflexionar sobre nuestro rol al interior de las empresas, si fomentamos el espíritu comunitario y fraternal entre empresarios, ejecutivos y colaboradores.

El llamado a todos quienes participamos del mundo del trabajo es a generar instancias que permitan formar comunidad, que bajen las barreras entre los trabajadores, fomenten el trabajo colaborativo y permitan que las personas se conecten en un ambiente de confianza, cada uno en su nivel jerárquico, pero conscientes de que todos tenemos la misma dignidad. Sin duda tendremos colaboradores más felices que estarán dispuestos a dar el máximo de su potencial. No nos olvidemos de que nuestros colaboradores necesitan de la comunidad y esa comunidad también se puede vivir en la empresa.

*Enrique Cruz Ugarte, presidente USEC, Unión Social de Empresarios Cristianos

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