Cuando se piensa sobre la conducta humana, especialmente desde una perspectiva ética, a menudo se lo hace asociado al carácter. Es comúnmente aceptado que la conducta virtuosa es resultado de un carácter fuerte y la inmoral es consecuencia de uno débil. Se asume que el carácter otorga una influencia predictible al comportamiento personal frente a las diversas situaciones y a través del tiempo. En síntesis, éste provee de un “sistema” estable de principios operativos y preferencias que informa las elecciones personales en diferentes instancias. Un carácter sólido consiste en un conjunto de hábitos que permiten hacer lo correcto con poca necesidad de deliberación. Cultivar esos buenos hábitos éticos -virtudes- sería así el núcleo mismo de la moralidad.

El debate sobre el carácter tiene claras implicaciones para el liderazgo, porque un directivo poseedor de un talante esculpido suele conducir a decisiones y conductas éticamente correctas. Al respecto, cabe recordar que los líderes son “modelos” para la acción y sus comportamientos establecen el “tono” en sus organizaciones. De ahí, también, el sentido del adagio que señala que “el pescado se pudre por la cabeza”. En suma, para bien o para mal la personalidad de los directivos genera imitación, ya sea positiva o negativa.

Los estudiosos han puesto su atención en cuatro conexiones particulares entre el carácter, la ética y el liderazgo. La primera es la conciencia, es decir, la habilidad para reconocer las dimensiones éticas presentes en una situación concreta; la capacidad para prever la contribución o el daño que una acción puede causar, junto al amplio rango de sus posibles consecuencias. La segunda es el juicio, esto es, la habilidad para discernir éticamente (bien) respecto a la realidad que toca encarar, apreciar con imparcialidad los dilemas o problemas morales, comprender los principios contrapuestos que se encuentran en juego y razonar en medio de la complejidad moral. La tercera corresponde a la acción -actuación- real en modo consistente con el juzgamiento ético realizado. Existen numerosos ejemplos sobre cómo la codicia, el deseo de estatus, el temor a la crítica, el aislamiento y otros factores pueden conducir a los individuos a actuar en formas inconsistentes con los juicios que han formulado; llegando incluso a racionalizar tal conducta incongruente.

La cuarta conexión es la del liderazgo ético: la habilidad de influenciar a otros en orden a actuar rectamente. Ésta puede ser la prueba más desafiante para el carácter. El liderazgo efectivo involucra, además, aspectos tan diferentes como aprender a configurar estructuras organizacionales, establecer relaciones de reporte, desarrollar prácticas de contratación y despido, asentar sistemas de control, fijar estándares formales e informales y aplicar procedimientos en orden a promover conductas éticas y responsables.

El liderazgo directivo es esencial para el buen funcionamiento de la sociedad y las organizaciones. Por tal motivo, siempre será relevante tener en consideración sus rasgos medulares. Todavía más en tiempos turbulentos.

*Álvaro Pezoa Bissières – Director Centro Ética y Sostenibilidad Empresarial. ESE Business School

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