Con el envío por parte del Gobierno al Congreso del proyecto denominado “ley corta” de Isapres, estas parecieran estar enfrentando una encrucijada fatal. El tema continuará generando polémica, pues posee múltiples aristas que le confieren gran complejidad.

Se discutirá el contenido del fallo de la Corte Suprema que gatilla la situación y la decisión de la Superintendencia de Salud a continuación. También, el marcado sesgo ideológico con el que actualmente se encara el problema por parte de la autoridad gubernativa. Asimismo, se podrá retrotraer el debate a que durante los últimos años el alza del costo de la salud ha sido consistentemente mayor que el del IPC o a que las instituciones de salud previsional han tenido que subvenir durante demasiado tiempo la extendida corruptela de las “licencias falsas” y otras anomalías. Es cierto, hay abundante materia para discusión. Y, por supuesto, para argumentar a favor y en contra de aquellas.

El eventual colapso de la industria de las Isapres; la imposibilidad de Fonasa para responder adecuadamente a los afiliados que puedan quedar descubiertos (y a los actuales); y la concentración en el sector público de la oferta de seguros de salud, ante la virtual desaparición de los otorgados por particulares, hace del asunto una “urgencia social” que amenaza al bien común. La que, por esta misma razón, habrá de ser resuelta en sede político-legislativa. 

Sin desmedro alguno de lo señalado, hay un hecho irrebatible: ésta es la historia de una crisis -sino una muerte- anunciada. Las Isapres han estado bajo la “picota” de la opinión pública durante décadas. El Tribunal Constitucional falló en contra de una de ellas en 2010 y luego el sistema judicial lo hizo reiteradamente: año tras año las alzas en los precios de los planes fueron revertidas, por miles de asegurados, en los tribunales.

En fin, las quejas entre los ciudadanos por la opacidad de los planes ofertados, la existencia de numerosas preexistencias y los elevados recargos de precio por cubrir la maternidad o la vejez, ¿no eran evidentes señales respecto a la escasa sostenibilidad del modelo de negocio? ¿Había que esperar hasta la hora undécima para tomar decididamente la iniciativa, reaccionar y mejorar prácticas? Dicho en simple: la crisis se veía venir, era cuestión de tiempo que detonara. Existió la oportunidad de mitigarla y reconducirla por una senda más favorable para todos los involucrados.

La historia y el presente de las Isapres dejan una clara lección. Las dimensiones ética y retórica de la actividad de los negocios han llegado a ser cruciales para la existencia de aquella. ¡En buena hora! Concentrarse sólo o principalmente en su lado económico -los resultados financieros-, minimizando el valor e impacto de las dimensiones morales, comunicacionales, sociales y ecológicas que posee es un error. Si alguna vez funcionó, ya no. El papel de la empresa en la sociedad ha mutado, las exigencias que recaen sobre ella son ahora más amplias y profundas. El propio éxito económico empresarial ha conducido a acrecentar las expectativas sobre la actividad. ¡Se impone hacerse cargo!

*Álvaro Pezoa Bissières Director Centro Ética y Sostenibilidad Empresarial ESE Business School

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