Dicen que el tiempo ayuda a sanar las heridas y a comprender mejor el pasado. Que permite comprender la historia de manera desapasionada, evitar errores e identificar futuras amenazas. Lamentablemente, y pese a que ya han pasado 50 años del golpe de Estado, estamos ad portas de una de las conmemoraciones más polarizadas de las últimas décadas, muchos errores se siguen repitiendo y graves amenazas contra la democracia son ignoradas o enfrentadas de manera negligente. ¿Cuál ha sido el rol del Presidente Gabriel Boric en estos fenómenos? Veamos.
Primero, respecto de la polarización. El Presidente no vivió ni el golpe ni la mayor parte de la dictadura (nació en 1986, cuatro años antes de que asumiera Patricio Aylwin). Por esto, resulta paradójico que un liderazgo joven haya puesto el foco de la conmemoración en volver a las trincheras y agudizar diferencias sobre el pasado, en lugar de proyectar el futuro sobre las lecciones aprendidas.
En efecto, Boric se alejó del tono republicano y conciliador que han tenido nuestros jefes de Estado en torno a este tema y optó por agudizar las divisiones. Es cierto que los excesos retóricos han venido de todas partes, pero tenemos derecho a esperar más del Mandatario. Tristemente, su discurso polarizador, el episodio con el exjuez Garzón y la falta de una voz firme para respaldar la labor de Patricio Fernández, terminarán por marcar el sello de esta conmemoración. Probablemente sea la distancia con una época dolorosa, pero que no vivió, la que le ha facilitado priorizar un fetiche revolucionario o apostar a una polarización que reafirme el apoyo de su base.
Segundo, respecto de los errores. La palabra democracia abunda en los discursos del Presidente, pero la protección de esta requiere mucho más que palabras. Por el contrario, Boric ha sido protagonista de numerosos hechos que la han debilitado estrepitosamente. Muchos ocurrieron antes de asumir el gobierno, como la validación de la violencia, la deslegitimación de las policías, la oposición a legislar en materia de seguridad, o erosionando la iniciativa exclusiva (y con ello la separación de poderes). Otros han ocurrido durante su gobierno, como el indulto a delincuentes condenados acusando su inocencia y su apoyo a una propuesta constitucional que amenazaba principios tan fundamentales como la igualdad ante la ley.
Por último, en cuanto a las amenazas que enfrentamos. El narcotráfico y el crimen organizado han avanzado peligrosamente. El terrorismo en La Araucanía no da tregua y la cultura de la cancelación ha invadido el debate público. Nuestra democracia enfrenta amenazas. Diferentes, a veces silenciosas, pero igualmente graves. En efecto, los derechos pueden verse amenazados por gobiernos dictatoriales, pero también por bandas criminales; la libertad de expresión puede afectarse por la censura gubernamental, pero también por quienes buscan silenciar al que piensa distinto. En el intertanto, el Mandatario parece descansar en el logro que significó haberla recuperado hace 30 años.
Son variados los ranking internacionales que destacan a Chile como una democracia plena, pero lo cierto es que nuestra democracia se ha venido debilitando. Si bien la resiliencia institucional de nuestro país es indiscutible, no debemos pecar de exceso de confianza y empezar a mirar con seriedad las señales de alerta. Este es un deber que compete especialmente al Presidente de la República que hasta ahora, ha fallado en sanar heridas, aprender de los errores de nuestra historia reciente y enfrentar con eficacia de los inminentes riesgos que enfrenta nuestra democracia.
*Ignacio Abarca. Abogado. Fundación Aire Nuevo.