Hace unos días la Presidenta Bachelet señalaba que no da lo mismo quién gobierna el país. No puedo estar más de acuerdo con dicha afirmación y la he repetido en varias ocasiones. Es lo más lúcido que se le ha escuchado a la Mandataria en este período.

Sabemos que en Chile no es posible que gobierne un partido de manera exclusiva; por ello surgen las coaliciones que han dado soporte político a las administraciones en las últimas décadas y lo más probable es que siga siendo así por varios años más. Siendo esta una realidad, conviene también volcar la mirada sobre quiénes conforman estas coaliciones.

La mayor fortaleza de la actual coalición de Gobierno —desde la campaña electoral de 2013 en adelante— ha sido la creación y repetición de frases rimbombantes, de alta penetración comunicacional, pero vacías de contenido y en muchos casos cargadas de una demagogia cercana a la irresponsabilidad, con el solo propósito de tener de su lado a esa entelequia llamada “calle”. Cosa que a la luz de la alta desaprobación con que cuenta el Gobierno, no parece haber sido muy efectiva. En cuanto a la implementación de políticas públicas, el Ejecutivo ha demostrado una incompetencia técnica que realmente sorprende para una coalición que con anterioridad logró cambios significativos en el país.

Ante toda esta evidencia, quienes realmente estamos por el progreso de nuestro país no podemos quedarnos inmóviles y expectante frente al futuro. Tenemos responsabilidad histórica en lo que está sucediendo y, en especial, frente al derrotero que como sociedad estamos tomando. La próxima no será una elección entre matices dentro del modelo de desarrollo, sino que marcará el modelo de desarrollo imperante para los decenios futuros. Esa es la trascendencia a la cual estamos enfrentados.

La consigna para la etapa electoral que viene es la movilización, ser parte de los procesos a los que nos corresponde asistir, ya sea la primaria de ChileVamos, la primera vuelta presidencial, la eventual segunda vuelta, o las parlamentarias. Debemos reconocer que la vía electoral es la única alternativa para hacer cambios relevantes y ella debe ser claramente manifestada en cada uno de los niveles en los cuales se compite: consejeros regionales, diputados, senadores y Presidente. No olvide esa frase elemental hoy día: “No da lo mismo quién gobierne el país”.

La participación de todos es fundamental para ir avanzando desde una mayoría social que desea enmendar el rumbo que ha tomado nuestra nación, hacia una mayoría electoral que logre la representación necesaria para gobernar. La hora de los lamentos por lo que no se hizo quedó en el pasado, es historia; ahora debemos mirar el futuro.

La idea no es volver al pasado. Sabemos que se requieren cambios en muchos aspectos, pero deben ocurrir dentro de un continuo, lo que implica hacer transformaciones sin desmantelar el país. Es la esperanza de cambios sin poner en riesgo lo ya conseguido, sino avanzando por más.

El cambio debe dar paso a acciones concretas para retomar el rumbo perdido en estos pocos años. Los fundamentos aún existen y así lo muestra el claro rechazo a las reformas más emblemáticas del actual Gobierno, como son la tributaria, educacional y laboral. Todas tienen algo en común, que es el aumento de la injerencia estatal en la vida de las personas.

La tarea no es fácil. A quienes dan por hecho que vendrá un cambio político les recuerdo que las cosas no funcionan por contraste, la posibilidad de gobernar el país hay que ganarla en las urnas y para ello se debe trabajar en cada espacio de influencia: familia, trabajo y amigos.

Por cierto que no basta con explicar lo malas que han sido las reformas implementadas hasta ahora; hay que ser capaces de avanzar en propuestas concretas que promuevan una mejora en la situación de todos. Las expectativas frente a un cambio de Gobierno pueden jugar en contra de que éste ocurra si las personas piensan que un mayor bienestar es algo automático, en lugar de algo que requiere el esfuerzo mancomunado de distintos grupos dentro de la sociedad.

Una sociedad que progresa es porque trabaja de manera colaborativa en torno a un marco institucional donde interactúan el Estado, los empresarios y los trabajadores. Pensar que sin la concurrencia de alguno de ellos se podrá salir de esta suerte de mediocridad en la que estamos sumidos es iluso.

Ante un mundo que avanza sin esperar que nosotros nos subamos, debemos apuntar alto. Los desafíos son muchos y frente al proteccionismo que pretenden imponer algunos debemos levantar las banderas de la libertad; así como frente al dirigismo estatal debemos ofrecer oportunidades para que los talentos venzan las barreras de la mediocridad. Así ganaremos nuevos espacios y un mejor destino para hacer de esta una gran nación.

 

Aldo Cassinelli Capurro, director ejecutivo Instituto Libertad

 

 

FOTO: NADIA PEREZ/AGENCIAUNO

 

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