Hace una semana estábamos en la fila para votar. El plebiscito está en el pasado cronológico, pero sus efectos están recién comenzando y hay que darles perspectiva y contexto. Por lo pronto, elegir a los constituyentes que tendrán una enorme responsabilidad. Que no se nos olvide que uno de los principales objetivos de una Constitución es equilibrar el poder del Estado con la libertad y dignidad de las personas, y este es, a mi juicio, el principal desafío que tendrán los constituyentes.

Parece razonable velar para que en la Convención Constituyente se exprese la diversidad de nuestra sociedad y el alma de Chile, dando expresión a aquello que nos mantiene unidos. Debemos construir nuestra casa común, no solo para nosotros, sino que sobre todo para las próximas generaciones.

Nadie debiera sorprenderse de que digamos fuerte y claro que es necesario que los hombres y mujeres de empresa nos involucremos decididamente en este proceso. Y para los empresarios cristianos más que una necesidad, es un deber. Nos lo recuerda el Papa Francisco: es un deber del cristiano involucrarse en la cosa pública. Para esto no es necesario ser constituyente, ya que también se puede contribuir participando en las diversas instancias que, desde ahora, se están conformando. El compromiso con la dignidad de la persona, el bien común, la justicia, la libertad, la caridad y la paz no son opcionales en nuestra fe.

Y en concreto, ¿cómo lo hacemos? Más que “defender”, tenemos que “proponer”, “crear” y “promover”. Debemos superar el slogan, el prejuicio y el estereotipo. Tenemos que tender puentes, de manera de generar entendimiento entre quienes piensan diferente. Debemos convencer con argumentos y no con slogans (y menos con descalificaciones personales o funas), de modo que en la Constitución quede reflejado todo aquello que nos parezca, desde la perspectiva de un empresario cristiano, que contribuye al bien común.

Todos debemos hacer un esfuerzo por participar de modo crítico, en oír las propuestas, oír los argumentos, entender lo que está en juego y sus proyecciones. Se van a poner sobre la mesa y someter a deliberación muchas ideas y modelos, y tendremos que argumentar, negociar y acordar cuánto y cómo, a cambio de qué y en qué condiciones. No partimos de cero, hay ejemplos de otros países y tenemos una larga tradición constitucional sobre la cual nos podemos apoyar.

Tenemos que lograr una institucionalidad sólida que perdure muchos años, y que permita a todos los chilenos desplegar todo su potencial.

En su reciente encíclica, el Papa Francisco vuelve a un punto que aquí hemos mencionado: la fraternidad es el antídoto contra la corrosión de los vínculos que produce la desigualdad social extrema. Cuando la separación es tal que tenemos la sensación de vivir en mundos separados, cuando nuestra suerte no se juega en conjunto, es cuando dejamos de vernos como hermanos. En este nuevo contexto, la fraternidad es un ingrediente que tenemos que considerar y reforzar para lograr una buena Constitución.

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