La revolución de octubre de 2019 tuvo entre sus propósitos derrocar al Presidente Sebastián Piñera. Su renuncia inmediata la pidió Guillermo Tellier, presidente del PC. La violencia que partió en los torniquetes del metro tuvo su sustento en la famosa consigna “No son 30 pesos, son 30 años”, gritada en coro a los cuatro vientos y repetida como un mantra por las calles de Chile, sin importarle a los creyentes los incendios, los saqueos y la violencia extrema del 12 de noviembre. 

El logro de los ideólogos de esa consigna fue triple, cambiando el devenir del país. El primero fue que el pueblo lo creyera, desconociendo todos los avances logrados en 30 años y saliera a la calle a protestar. El segundo fue el acuerdo que hizo posible se redactara la constitución que nos polariza. Y el tercero, la conquista del poder, ungiendo a Boric Presidente.

La verdad tiene su hora, como escribía el Presidente Frei Montalva en 1955. Y el jueves pasado, 23 de junio, la tuvo nada menos que en boca del propio Presidente Boric en la inauguración del año académico del Instituto de Chile, donde dijo textualmente: “Yo quiero hoy como representante de esta generación millennial o como quieran llamarla, decir que en los 30 años famosos hubo mucho movimiento y que Chile no parte el 2019 ni parte el 2011. Chile es un país que desde la recuperación de la democracia… en los últimos 30 años, hubo tremendos avances, tremendos avances”. Y agregó, “hemos retrocedido en algunas cosas… pero la reducción de la pobreza, el acceso al consumo, la ampliación de la matrícula, son cuestiones que nadie en su sano juicio puede decir que se hizo mal”.

El problema es que hoy ya es tarde reconocerlo, pues el daño al país ya está hecho. No solo el daño reputacional internacional, o el daño material de los saqueos, los incendios y la violencia desatada, sino que al denostar y desconocer todo lo hecho por generaciones anteriores a los millennials se polarizó al país, dividiéndonos entre buenos y malos, entre los del apruebo y el rechazo, entre los de la izquierda revolucionaria y la derecha obstruccionista. Pero el daño mayor es reconocer, sin quererlo explícitamente, que se utilizó la mentira de los 30 años como medio instrumental para alcanzar el poder, que de aprobarse la nueva Constitución, sería el poder total. 

Pero parece que mentir ya es parte de la costumbre. Eso quedó demostrado en el episodio del intento de cambiar la institucionalidad de la Primera Dama de Chile para llamarla Gabinete Irina Karamanos, culpando a personal administrativo del “error”. La vocera Camila Vallejo expresó que «efectivamente no hubo visaje presidencial y por eso el error administrativo fue constatado por parte de Presidencia y por parte del mismo equipo de Irina y esto ha sido corregido inmediatamente”.

Si eso fuera efectivo, pareciera ser que se hubieran coludido Luis Escalona, jefe del departamento de TI, para inscribir en el NIC el dominio gabineteirinakaramanos.cl el 18 de marzo, y la Directora Administrativa de la Presidencia de la República, la socióloga Antonia Rozas, quien firmó el decreto exento que estaba operativo desde el 30 de marzo. 

Si así hubieren obrado, ¿por qué no se los despidió de inmediato de sus cargos si no estaban autorizados a hacer lo que hicieron y actuaron sin conocimiento ni consentimiento previo del Presidente y de doña Irina? Ello constituiría una falta gravísima cometida en el mismo Palacio de La Moneda. Pero nada de eso ocurrió. En cambio, lo que sí sucedió es que se le mintió a la ciudadanía, asignándole culpabilidades administrativas a lo que fue una decisión política.

Cuando los gobernantes mienten, se pierde la credibilidad y la confianza en ellos. Y cuando eso sucede, es el país el que sufre, pues si no hay confianza en los que gobiernan porque no se sabe cuál es la verdad de lo que creen, piensan, dicen y hacen, entonces es muy difícil poder avanzar. La confianza es el nutriente de las certidumbres que permiten que los países progresen y por el contrario, cuando domina la desconfianza, nada es posible. 

Mentir es quebrantar el pacto con la confianza y las consecuencias de hacerlo se pagan muy caro. 

*Jaime Jankelevich es bioquímico y consultor.

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