La economía de mercado no es tan sólo un principio mecánico, sino que es más bien la expresión de un orden de vida fundamentado en convicciones, en la moralidad, en la libertad y en el derecho. Precisamente esto constituye su debilidad en la vida política, pero al mismo tiempo es aquello que constituye su fuerza.

Toda propuesta político-económica, para que sirva al desarrollo dinámico de la vida social, requiere de una continua revisión que permita conciliar el pasado, el presente y el futuro, sin producir fisuras ni conmociones. Dicho de otra forma, los modelos político-económicos no sólo dejan su impronta en el entorno social, sino que también son formados y transformados por él.

Por tal motivo, la política económica tendrá tanto más eco en el sentimiento de un pueblo, cuanto mejor consiga dar una respuesta acorde con la cultura de una época, trascendiendo así el puro cumplimiento de su “función” propia. Por supuesto, esto no quiere decir que tenga que adaptarse, a corto plazo, a todas las ideas del momento, menos a sentimentalismos románticos y a las exigencias utópicas formuladas por diversas agrupaciones. 

Visto con este prisma, la intranquilidad y malestar de la ciudadanía en Chile actual radicaría en realidades que todavía no han sido abordadas satisfactoriamente por la sociedad libre. No es fácil sostener que amplios sectores de la población ignoren conscientemente los avances conseguidos en los últimos cuarenta años. La mejora de las condiciones materiales durante ese periodo ha sido demasiado obvia para que se pueda desconocer.

Una reflexión más profunda parece mostrar que la sociedad democrática, influida hondamente por una expansión de la prosperidad sin precedentes, exige esfuerzos sociopolíticos nuevos. El problema principal ya no es únicamente combatir la pobreza sino, por así decir, satisfacer a los “individuos mismos”. Las transformaciones económicas ocurridas parecen someterlos a mecanismos anónimos, en alguna medida incomprensibles para ellos, que los hacen encontrarse insatisfechos e inseguros frente al todo y al futuro. Este sería, particularmente, el caso de la denominada “clase media emergente”.

Cuanto más temor vital indefinido produzca esa inseguridad, menos debería sorprender que los individuos, para salir de ese sentimiento aisladamente vivido, se refugien en grupos que manifiestan ante la opinión pública -de modo amplificado- esa intranquilidad interior de cada uno. 

El proceso descrito tiene consecuencias que generan tanto el peligro de la atomización como el de la colectivización de la vida social, a la vez que refuerza el deseo de las personas por una integración en vínculos abarcables, en los que pueda encontrar confianza y seguridad. No resulta posible responder a los desafíos que enfrenta la sociedad chilena haciendo referencia únicamente a unos valores éticos, pero tampoco se puede menospreciar la importancia y el peso de aquellos en la actividad económica. Urge armonizar, siempre en un ámbito de libertad (política) democrática y (económica) de mercado, los métodos de la política económica práctica con los objetivos de arraigo social y seguridad (estabilidad).

*Álvaro Pezoa es director del Centro Ética Empresarial ESE Business School.

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