Hace algunos días el Presidente Boric sorprendió a muchos argentinos diciendo que mira a nuestro país, como lo han hecho tradicionalmente los políticos chilenos… pero para hacer todo lo contrario.
Argumentando que los planes sociales no le parecían buenos, objetó que generan dependencia y clientelismo en una parte importante del electorado. Según el joven izquierdista, el beneficiario no solo no tiene que trabajar, sino que además pierde la noción de que para vivir hay que trabajar y termina más adicto al peronismo.
Es una buena noticia para los chilenos: la Argentina duplicaba hace dos décadas en PIB per cápita a Chile. Hoy, es la mitad del chileno. El origen de nuestra decadencia es el tamaño del estado sobre el PIB, y los planes sociales fueron uno de los instrumentos con los que el kirchnerismo empobreció al país. Por fortuna, más de una vez los chilenos miraron al otro lado de la cordillera para hacer lo contrario que la Argentina, y por eso les fue -hasta ahora- mejor que a nosotros.
Sin crecimiento, solo pobreza
Sin embargo, Chile enfrenta en septiembre una instancia crucial con la aprobación o desaprobación de la nueva constitución. Por las versiones que cruzan la cordillera sobre el engendro que podría salir por aprobación popular, los chilenos están en problemas. Frente a ello nuevamente, y desde este lado de la cordillera, solo se les puede recomendar que apliquen la receta más segura: miren atentamente a la Argentina y hagan todo lo contrario.
Me refiero concretamente al rol de la comunicación empresarial en esta instancia tan crucial de la historia de los chilenos. Como fundador de los Premios Eikonç a la Excelencia en la Comunicación Institucional, que en Chile desde 2019 tratan de contribuir a destacar los mejores casos de comunicación corporativa, he podido comprobar que es muy alto el nivel profesional de los comunicadores chilenos. Y no es que en la Argentina faltaran.
Nuestros empresarios entendieron que debían poner esfuerzo en comunicar la bondad de sus productos y la imagen de sus empresas. Pero nunca aceptaron su responsabilidad en contribuir a moldear una opinión pública que entienda la importancia del libre mercado -esa suma de voluntades individuales que se manifiestan en la contratación, en la compra y en la venta de productos y servicios- y de los principios que subyacen su funcionamiento, como la dignidad inherente a la creación del trabajo y a su realización cotidiana. Ello significó el estancamiento en el que se encuentra inmerso el país: sin empresas y sin empresarios, no hay crecimiento. Y sin crecimiento, lo que queda es la pobreza.
El empresariado argentino desde siempre, pero notoriamente en las últimas dos décadas, buscó el perfil más bajo posible en el gran debate sobre si el capitalismo es bueno o malo, sobre si el mercado distribuye o no las rentas, sobre cómo se avanza el país. En consecuencia, y aún hoy, la Argentina discute temas como lo hacía el resto del mundo hace un siglo. Porque los empresarios prefirieron tercerizar su voz y pegar el faltazo en ese debate, es que dejaron a la opinión pública en manos de políticos bastante ineptos, cuando no inescrupulosos, y periodistas poco informados y dependientes de esos mismos gobiernos y políticos. El empresariado se retiró del debate y de los medios de comunicación siguiendo la equivocada idea de que cualquier involucramiento podría ser contraproducente para sus negocios… hasta que se quedaron sin negocios.
Un llamado a la responsabilidad social
El éxodo que está viviendo Chile de los más grandes empresarios, que comenzara antes pero se profundizara a partir de la asunción del nuevo gobierno, sucede en mi país desde hace años. En la Argentina estamos en el extremo de que algunos empresarios no digamos grandes, también medianos y pequeños, emigran no solo porque los impuestos son expropiatorios, sino por seguridad personal. Ello es el fruto de no haber participado en el debate sobre la importancia del crecimiento y el empleo genuino que solo el empresario puede dar, de creer que podían tercerizar, o hacer un “outsourcing” de esa responsabilidad social que implica la construcción de tal narrativa para la sociedad. Porque, no hay que engañarse: somos una especie que aprende y vive con el relato. La pregunta es quien es el que se queda con el lápiz.
Ese es el mejor consejo que se les puede dar a los empresarios chilenos y quienes ocupan la responsabilidad de comunicar la labor de la empresa, ante estos meses cruciales que tiene Chile por delante: ¡por amor de Dios, no dejen de mirar a la Argentina! Participen del debate sobre el rol que cumplen en la sociedad, expliquen cómo contribuyen a un mejor bien estar, cómo están en condiciones únicas de aportar soluciones distintas a los problemas o limitaciones que se tienen. No hay duda que lo van a hacer mejor que los políticos, porque su interés está limitado por el interés del de al lado -lo que en voz baja se llama la competencia- y porque se revalidan diariamente en esa abstracción denominada “mercado”.
La fallida experiencia del ex presidente Mauricio Macri, precisamente autollamado al silencio por ser empresario, que desperdició la oportunidad histórica en la Argentina de liberarse del populismo tóxico de izquierda, les deja a los empresarios una lección: nadie va a defender la importancia de tener libertad para contratar, para producir, para comprar y vender mejor que ellos. Porque la frustración del gobierno de Cambiemos, que terminó abriendo la puerta para el regreso del populismo kirchnerista, también nos enseñó que todo debate que se está en condiciones de ganar, tiene que ser dado.
*Diego Dillenberger es periodista argentino, fundador de los Premios Eikon.