En los últimos días, el mundo tech y geek recibió una noticia que, para muchos coleccionistas, puede ser una pesadilla: la empresa Funko, famosa por fabricar figuras de plástico de personajes de videojuegos, del espectáculo, e incluso del deporte, ciencia e historia, destruirá un arsenal de figuras que tienen acumuladas en sus bodegas, por un monto avaluado en 30 millones de dólares. ¿La razón? La empresa pasa por un complicadísimo momento financiero, y les sale más barato eliminarlas que tratar de venderlas.

La decisión -cruda y valiente, por cierto- repercute fuerte en momentos en que muchas veces la inercia nos impide hacer cambios radicales en muchos aspectos empresariales u organizacionales. Y también se ve, por supuesto, en el mundo público. En este último caso, más que enfrentarse a una irritante junta de accionistas, se trata de autoridades o dirigentes que temen avanzar en arenas que sean incomprendidas o no apoyadas por la opinión pública. Y un claro ejemplo de esto es lo que vemos hoy en día con la administración de los principales liceos emblemáticos del país.

La historia es archiconocida. Estas escuelas eran símbolo de progreso y oportunidades vitales para las familias. La lista para postular era larga, y para muchos jóvenes, haber ingresado al “Nacional” o al “Carmela”, entre otros, era un motivo de orgullo tan grande como más tarde sería llegar a la Universidad de Chile o a la Católica. Hoy en cambio, estos establecimientos sufren una severa crisis que exige cirugía mayor.

Producto de malas políticas públicas (como el término de la selección), sumado al aumento de la crispación y las olas de violencia, y la falta de liderazgo para ponerle un parelé a todo lo anterior, los liceos emblemáticos han pasado a ser una alternativa insípida y hasta repelida para muchos hogares de clase media. Tanto es así que, en el último proceso de matrícula, ninguno de los liceos emblemáticos logró llenar sus matrículas al momento de empezar las clases.

Lo insólito es la poca capacidad de los directores, y de los alcaldes -sostenedores- para salir de este entuerto. Según publicó recientemente un diario, el subsecretario del Interior, Manuel Monsalve, le pidió ayuda a los directores de estas escuelas y a la Municipalidad de Santiago para entregar información a la Fiscalía, y así ayudar a desmantelar las bandas que se han instalado dentro de los establecimientos. Y aunque parezca el capítulo de una mala serie policial, las autoridades se negaron: “No somos los sheriff”, dijeron, agregando que tomar ese rol eso podría ser contraproducente, pues a puertas cerradas, los dirigentes reconocen que mantienen relaciones bastantes frágiles con los estudiantes. Sin eufemismos, podríamos decir que son los estudiantes mandan en los liceos emblemáticos, y no los directores.

¿Qué hacer ante un escenario tan hostil como éste? Ya no estamos hablando de buena o mala calidad de educación, sino de la mantención del orden público y la paz social en la comuna capital del país. Luego, esta es una crisis que no se resolverá con aspirinas. Al contrario, probablemente se requiera una solución tan drástica como la promovida por Funko para sus figuras. Por supuesto, en este caso no se trata de destruir nada, pero sí de arrancar el problema de raíz. Y para hacerlo, una buena alternativa puede ser cerrar la matrícula de los liceos emblemáticos por algunos años. ¿Cuántos? Los que sean suficientes, para reencontrar su espíritu, desbaratar las bandas que operan al interior, y permitir que estos establecimientos vuelvan a ser motivo de orgullo para sus futuros estudiantes y sus familias. 

Esta idea en todo caso no es nueva; de hecho, el ex alcalde Felipe Alessandri la planteó en diciembre del año pasado. Pero no por ello es una decisión fácil de tomar. Y tal como Funko puede haberse dado mil vueltas antes de haber dado el vamos, es de esperar que las autoridades al menos estén analizando esta posibilidad. De lo contrario, seguiremos impidiendo que los liceos emblemáticos vuelvan a ser un eficaz y necesario instrumento de movilización social, concepto muy de moda en algunos círculos, pero que al parecer sólo se queda en el discurso. Si en realidad creemos en ella, y la queremos materializar, llegó el momento de que cerremos por fuera.

Roberto Munita

Abogado, sociólogo y master en Gestión Política George Washington University

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