Menos de un mes duró Michelle Bachelet en la fase “moderación y gradualidad” que prometió el 10 de julio para el “segundo tiempo”, más forzada que convencida de la sensatez que han intentado darle a su gobierno -infructuosamente, es evidente- los ministros Burgos y Valdés.

Pues bien, el lunes la Presidenta de la República retrocedió (o “avanzó”, depende desde dónde se mire). Nunca sabremos exactamente qué pasó en el camino entre los Estadios San Jorge (10 de julio) y El Llano (3 de agosto), y si el discurso del “realismo sin renuncia” fue una maniobra táctica o un genuino intento por enmendar el profundo daño que se ha hecho a Chile en los últimos 16 meses y cuyos efectos, me temo, todavía no alcanzamos a dimensionar en toda su magnitud.

Esta vez Bachelet no cambió de opinión desechando el camino de la responsabilidad porque así se lo señalara su “primer sentido” o su intuición, sino por la recomendación de una amiga, quien le habría dicho que “paso a paso (con gradualidad y responsabilidad), se llega al “País de Nunca Jamás”. Y acá estamos, con nuestros oídos acostumbrándose nuevamente al discurso de la santificación a El Programa, las Transformaciones y los Procesos, y a un largo etcétera que los especialistas en retórica de La Moneda han ido alimentando mes a mes.

El balance del cónclave es desconcertante: el cambio de decisión y de discurso en 24 días muestra un descontrol nunca antes visto en La Moneda en las últimas décadas y a un gobierno y una Nueva Mayoría que parecen vivir, literalmente, en otro país.

Partamos por convenir que se convocó a un cónclave que generó enormes expectativas, porque despejaría las incertidumbres que mantienen prácticamente paralizado a Chile, para terminar en una declaración que deja incluso más dudas que antes.

Las únicas incertidumbres que quedaron zanjadas fueron que no habrá moderación para aplicar El Programa (nos bastó ver la sonrisa ancha del PC a la salida). Y, luego, que la recuperación de la economía no es una prioridad para la Presidenta Bachelet, pese a ser el problema más serio que enfrenta Chile y, por cierto, el problema político de mayores repercusiones que afecta a su gobierno. De otra forma no se explica que el ministro de Hacienda no estuviera entre los oradores, ni que la Presidenta Bachelet redujera los anuncios en esa materia a un “Fondo de Infraestructura” y a unos “diálogos técnicos” para aclarar dudas sobre la reforma tributaria, sin pronunciar media sílaba sobre metas o plazos.

Aunque nos confirmó que el “Proceso Constituyente” parte dentro de 20 días, seguimos sin saber si va a impulsar en este período o no una Nueva Constitución, con qué fórmula y cuál es la orientación de su contenido. Y por si fueran pocas las incertidumbres en una materia de tamaña envergadura, la Presidenta se permitió introducir una nueva variable: en una primera etapa se impulsará un plan de Educación Cívica Constitucional para explicar “qué es una Constitución” y “por qué es necesario cambiarla”, un plan que muy probablemente se reducirá a un despliegue de proselitismo más abierto y grosero aun que los que ya hemos visto en los videos de la reforma tributaria y el aborto.

Tampoco Bachelet aclaró qué cambios impulsará a la reforma laboral, limitándose a una declaración vaga para reafirmar la huelga efectiva y la protección a las pymes; cómo va a superarse el déficit fiscal, que se ha sextuplicado en 16 meses, desde el 0,5% que dejó la administración de Sebastián Piñera a 3%; o cómo van a financiarse y, peor aún, de qué manera va a implementarse la gratuidad para la educación superior (quedan cinco meses para que se inicie el proceso de postulación) y la desmunicipalización de la educación escolar (que amenaza con convertirse en un nuevo Transantiago).

Luego, hasta ahora no he oído dos opiniones serias: el lunes triunfó una izquierda con desplante de matona, que amenaza con la calle y para la cual el crecimiento es un invento “neoliberal”, una argucia de los “poderosos de siempre”, y fue derrotada la fuerza moderadora que parecía haberse instalado en un sector del oficialismo. Con todo, la DC parece haberse adaptado sin traumas a ese modelo de Nueva Mayoría en este año y medio, marcando con su voz una identidad que la distingue de la izquierda en los medios; pero levantando las dos manos a favor de todas las reformas en el Congreso.

Y, finalmente, post cónclave fuimos notificados que en adelante el gobierno tomará decisiones pensando en su voto duro, en el patrimonio electoral de la Nueva Mayoría y no en recuperar al país del retroceso al que se le ha sometido desde marzo de 2014. Falta poco más de un año para las elecciones municipales 2016 y, como dijo el ex ministro Vidal alguna vez, para quienes hoy conducen los destinos de Chile “más vale ganar con déficit que perder con superávit”.

Cuando uno termina de leer la minuta que distribuyó La Moneda post cónclave a los líderes oficialistas -La Nueva Mayoría, unida con Bachelet y los cambios por Chile- se queda con la sensación de un gobierno que le habla a otro país y no al Chile en el que la Presidenta de la República registra hoy un rechazo histórico de 70% (¡7 de cada 10 chilenos!), un gobierno incapaz de percibir sus profundos errores y el daño que producen y que explica el rechazo abrumador a las reformas asegurando que “muchos compatriotas experimentan razonablemente incertidumbres con los cambios” (la tesis de que nos resistimos porque son reformas contraculturales, pero que ya nos acostumbraremos).

En fin, en pocas semanas la Presidenta Michelle Bachelet nos ha paseado desde el País de Nunca Jamás, al que obligadamente sintió que la llevaba tanta cordura y tanto indicador económico, al País de las Maravillas, en el que todo parece posible, nos guste a los chilenos o no.

 

Isabel Plá, Fundación Avanza Chile.

 

 

FOTO: JORGE FUICA/AGENCIAUNO

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