“No tiene sentido guardar la plata de la reforma tributaria en un cajón a la espera de los proyectos educacionales”. Lo que se quiere decir es que hay que gastar, y si no resultó en el corto plazo en educación porque se enredaron los primeros proyectos por la oposición de padres y sostenedores, bueno, hay siempre otras alternativas.

“Este Presupuesto ayudará a reactivar la economía”. El mensaje es que hay que reparar de alguna manera el daño que se hizo abriendo fuertes flancos de incertidumbre. Pero, en vez de parar la fuente del problema -la seguidilla de anuncios y proyectos que lesionan la inversión- porque se generaría un tremendo problema político interno para la Nueva Mayoría, instalan la idea de que del frenazo salimos a punta de gasto público, usando el tan atractivo concepto de “contracíclico”.

“Vamos a comprar la infraestructura de los colegios particulares subvencionados y  reemplazar el copago”. Prefieren gastar plata en reducir el espacio de acción de los privados en educación que invertir en un buen plan docente que garantice la calidad en todo tipo de colegios financiados por el Estado. Quiere decir que para quienes llevan la batuta en la Nueva Mayoría, la única vía concebible para una buena educación es la que es provista directamente por el Estado, aunque esto suponga restringir las alternativas de proyectos educativos y sacrificar a una generación (al menos) en la calidad de su educación.

“Vamos a construir más hospitales”. El punto es que siempre es mejor una cama de hospital pública que una de cama privada, aunque no sea necesariamente más barato y las personas prefieran irse a una clínica. Con el plan de 60 hospitales que se ha planteado para todo el período, la idea es subir en 25% las plazas del sector público en vez de potenciar las alianzas con el sector privado que permitiría dar todas las personas, no sólo las de mayores ingresos, el derecho de elegir dónde atenderse.

Y suma y sigue. El Presupuesto que se presenta mañana pretende convencer que gracias a su entrada en vigencia, el estancamiento económico comenzará su retirada. Pero además de ser discutible que esto resulte como estrategia de reactivación, este mensaje tiene letra chica, (o en este caso letra grande): cada peso adicional al Presupuesto Nacional debería ser mirado al menos con recelo, pues es un traspaso de poder de nuestras manos a las manos del Estado.

Hay que, en algún minuto, dejar de pensar en el gasto fiscal como mera transferencia de dinero, porque está lejos de ser algo neutro y este año es aún más evidente cuando se ve la arremetida del rol estatal directo en casi todos los aspectos de vida de los chilenos. En el mundo ideal de ciertos sectores de la Nueva Mayoría, nos educaríamos en un liceo público y luego a una universidad o instituto profesional estatal, nos atenderíamos en un hospital público, trabajaríamos en una empresa estatal o en un ministerio y cobraríamos una pensión de la AFP estatal. “Clientes” del Estado de la cuna a la tumba.

Una cosa es asumir que para la convivencia sana hay que destinar cierto gasto a proyectos comunes y a apoyar a quienes por sus medios no pueden surgir y otra, muy diferente, es que año tras año, sin más lógica que la consiga de “tiene que crecer el Presupuesto”, le sumemos irreflexivamente cuotas de poder al Estado.

Se viene un escenario que ya hemos visto mucho en el pasado: ministros compitiendo por quién se luce más con más gasto, Gobierno hablando de austeridad y responsabilidad pero aumentado el Presupuesto por sobre el crecimiento de la economía, acusaciones de “mezquindad” a quienquiera que ose cuestionar un programa de gasto y luego, tiras y aflojes, se aprueba una nueva expansión del gasto. Las cifras avalan lo anterior: en sólo los últimos diez años, el gasto público per cápita ha pasado de US$1.075 a US$ 3.600, es decir, se ha más que triplicado.

El Gobierno ha hablado de un presupuesto “contracíclico y social”. ¿Será mucho pedirle un Presupuesto que no nos ahogue?

 

Marily Lüders, Foro Líbero.

 

FOTO: SEBASTIÁN RODRÍGUEZ/AGENCIAUNO

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