El debate del domingo pasado entre los candidatos presidenciales argentinos que disputan la segunda vuelta este fin de semana, Daniel Scioli, del Frente para la Victoria, y Mauricio Macri, de Cambiemos, sintetizó fielmente el espíritu general de la campaña y las estrategias de cada bando en los últimos meses de campaña. Siendo coherente con su estrategia de los últimos meses, Scioli mostró una identidad zigzageante, débil en sueños, hoja de ruta y atributos propios, cimentada en el músculo clientelista de su madre protectora, en tránsito permanente desde una retórica populista cercana al manual de estilo de la Cámpora y de la actual Presidenta, y una dialéctica del miedo que busca el empate como principales armas para detener a su contrincante.
Es tal la desconfianza de Scioli en sus posibilidades, solidez discursiva y argumental para llegar a la presidencia, y tal su incapacidad para resolver la presión que le imponen los tentáculos de Cristina, que para este último debate (en el primero se restó de participar) aceptó un formato de retórica combativa, que permite levantar el ánimo de la galería propia antes que convencer a una enorme masa de incrédulos e independientes, estimada en un 10% del electorado y que hasta la víspera no resolvía cómo votar y donde están quienes inclinarán la balanza. Aceptó un esquema que pareció una lucha de dos boxeadores en un ring, con un moderador que actuaba como facilitador de una disputa irreflexiva, cercano a la política como espectáculo, con un intercambio sostenido de ataques e interrogatorios retóricos breves, más emocionales que racionales, sin que ninguno respondiera al otro.
Siendo un instrumento importante del ejercicio democrático, la forma como se realiza un debate televisivo de candidatos es tanto un buen reflejo de la solidez de los medios que lo organizan, como de la salud del sistema político y de los candidatos que participan. El manual de estilo del debate estipuló una secuencia en que el primer candidato en intervenir tenía dos minutos para exponer del tema; el segundo, un minuto para preguntar; el primero, un minuto para responder; el segundo, un minuto para repreguntar; y el primero, un minuto para finalizar el ciclo. En total, seis minutos. Después se repetía el ciclo, pero partía el segundo exponiendo durante dos minutos. Estaba prohibido que se interrumpieran entre sí y el público no podía aplaudir ni manifestarse, salvo cuando los presentadores se lo pidieron. Es decir, un debate con apariencia de debate, concebido como espectáculo para las graderías del coliseo, con un gran montaje, ideado para producir un choque, pero no la reflexión, con un público pauteado y dirigido por presentadores que, en lugar de contextualizar y poner en forma, se restringían a dirimir los tiempos y presentar el show.
Con este formato ocurrió lo esperable por parte de ambos candidatos: enorme agresividad en las intervenciones, ninguno contestó las preguntas del contrincante mientras se hacían acusaciones mutuas de mentir y no responder, ciertas en ambos casos. Los moderadores se limitaron a formular el tema de cada bloque y a recordar a los candidatos que se había terminado su tiempo y no pusieron en evidencia que ninguno respondía al otro. Al no responder, el debate se transformó en un –literal- monólogo de sordos, donde daba lo mismo lo que planteaba el adversario, sin reflexión. En este juego de suma cero para los televidentes, el ganador fue claramente Macri. Con ventaja en las encuestas para el balotaje de este fin de semana, después de ser derrotado en forma inesperadamente estrecha en la primera vuelta, su discurso de cambio y reencuentro entre los argentinos sólo requería conducir a su adversario hacia un espiral de ruido y confusión que no sumara votos a ninguno y desnudara el agotamiento de 13 años de kirchnerismo.
La estrategia seguida por uno y otro quedó de manifiesto en los cierres de campaña. Scioli hizo gala de la evidente desesperación que impera en las filas kircheristas ante una eventual pérdida del poder y ratificó su línea de atacar al rival para ganar a los indecisos y de apelar al miedo por el eventual término de los programas sociales y la caída de los salarios por una devaluación si gana Macri. Llamó a los argentinos a “optar entre un creído de Barrio Parque (exclusiva zona de Buenos Aires) o un trabajador del pueblo”, aunque él también es millonario. Macri en tanto, convocó a la unidad del país, a evitar enfrentamientos superficiales, y anticipó que derrotará a la pobreza, ofreciendo un pacto de gobernabilidad. Dos estilos y estrategias para dos proyectos de país diametralmente opuestos. Veremos cuál vence este domingo y si las encuestadoras esta vez acertaron.
Manuel Délano y Juan Cristóbal Portales, Profesores de la Escuela de Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez.
FOTO: CRISTÓBAL ESCOBAR/AGENCIAUNO