Hace algunos días el ministro de Hacienda se declaró más optimista sobre la situación económica de Chile. Planteó que no se estaban materializando “esos escenarios catastrofistas que se habían construido”. Coincido con el ministro en su mayor optimismo, aunque probablemente la base de esa percepción sea distinta. Su mirada tiene más que ver con la situación económica de corto plazo, mientras que mi optimismo -aunque en estricto rigor es menor pesimismo- se fundamenta en algo más estructural, que está en el trasfondo del proceso de desarrollo de los países; las ideas.

Lo he dicho en otras columnas, estoy pesimista sobre Chile desde que se conoció el programa de gobierno de Bachelet II, porque mostraba el triunfo de las ideas de la izquierda más radical, un rol mucho mayor del Estado en el proceso de desarrollo, la redistribución del ingreso sobre la necesidad de seguir creciendo, y una mirada que divide a la sociedad entre buenos y malos, siendo estos últimos una élite económica y política cuyo único objetivo es preservar sus privilegios ilegítimos, frutos del modelo de desarrollo neoliberal. Había que pasarle la retroexcavadora a ese modelo, y con eso Chile sería un país más igualitario y justo.

El actual y el segundo de Bachelet han sido los gobiernos de las consignas; fin del FUT, del lucro, de las AFP, las isapres y, por supuesto, de la Constitución, que estaba en la base del modelo perverso. Es innegable que había problemas por corregir, pero esa izquierda nunca se tomó el tiempo de hacer un diagnóstico serio de las causas de esos problemas, era más fácil encontrar monos de paja para quemar en la hoguera.

Entonces, se fueron ejecutando las consignas, a través de políticas públicas erradas apoyadas por una centroizquierda que se rindió frente a las posturas extremas. La gratuidad de la educación superior es un buen ejemplo, el daño a los incentivos al ahorro en la política tributaria es otro. Estas reformas, en vez de solucionar los problemas, los agravaron.

La fracasada Convención fue el clímax de este proceso, que generó resultados muy negativos, incluso comparados con la región. Mientras entre 1990 y 2013 (los denostados 30 años) Chile creció a una tasa promedio de 5,2%, Sudamérica (excluido Venezuela) tuvo una expansión promedio anual de 3,2%. Entre 2014 y 2022, con las políticas promovidas por esta izquierda anti modelo neoliberal, logramos todavía crecer a un ritmo algo superior (2,1% versus 1,7%) pero las proyecciones para el período 2023-2027 nos dejan muy por debajo de ese grupo de países.

El FMI estima para Chile un crecimiento promedio de 1,6%, mientras que Sudamérica crecería a una tasa de 2,6% en el quinquenio. Para qué hablar de la comparación con el mundo, antes crecíamos casi el doble, y durante este quinquenio creceremos a una tasa inferior a la mitad de la expansión global. ¿Ha sido este menor crecimiento a cambio de una mayor equidad? Para nada, por el contrario, la calidad de la educación, condición clave para mejorar la distribución del ingreso, se ha seguido deteriorando, con lo que ha ido surgiendo un consenso amplio del verdadero terremoto que enfrentamos en esta materia. Tampoco han mejorado las condiciones laborales, y sin un cambio profundo en las políticas de capacitación, es poco probable que puedan mejorar hacia adelante. ¿Cómo ser optimista con este escenario? Parece evidente que no es factible una mejoría en el corto plazo, pero como mencioné antes, el péndulo de las ideas ha empezado a devolverse, surge nuevamente una centroizquierda con la cual se pueden consensuar políticas razonables, mientras el radicalismo del gobierno actual fracasa en forma estrepitosa.

La mejoría de ánimo no surge entonces por estimar una menor caída del PIB para el año en curso, sino porque estamos empezando a salir del pozo. No es fácil ni rápido, pero todo parece indicar que no llegaremos al grado de desastre generalizado que vivimos hace exactamente medio siglo. Es ahora, junto con el inicio de este nuevo proceso constituyente, cuando la defensa de las ideas que permiten el desarrollo de los países resulta esencial e ineludible.

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